miércoles, 21 de junio de 2017

GODZILLA SIEMPRE GANÓ




Borges sabía mucho de animales fantásticos. Pau me preguntó el otro día cuál era el animal más poderoso de la Tierra. Dudé. Pienso que muchas personas dudarían. Por tamaño, alguien podría mencionar al elefante; por rapidez y astucia, alguien elegiría al tigre; pero, Alonso dijo que hay animales poderosos que no son tan espectaculares: ¿Cómo contrarrestar el poderío de una araña viuda negra? Alicia dijo que el potencial peligroso de un animal radica en la cercanía y no en la potencia; es decir, ella le tiene más miedo a una cucaracha que vuela que a un elefante, porque a la cucaracha se la topa en cualquier repisa de su casa; en cambio, el elefante es un animal tan lejano a su entorno que es como si no existiera.
Borges podría haber dicho cuál es el animal fantástico más poderoso de la Tierra. Yo, que nada sé de esto, me asombré cuando de niño, en algún cuento infantil, descubrí el poderío del dragón. ¡Ah, qué animal más bello! ¡Qué genialidad de diseño! ¡Qué fragua voladora tan impresionante!
Tres meses más tarde de esta impresión, en mi carta al viejito de la nochebuena, pedí ¡un dragón! El viejito no me falló (mi papá nunca me fallaba). En la mañana del 25, al lado del nacimiento, encontré una caja que contenía un muñeco de plástico duro que representaba a un dragón, con alas bellísimas y una lengüeta que simulaba una flama. Mi amigo Armando recibió, junto con una bicicleta, un muñeco de plástico que representaba a Godzilla (monstruo japonés de moda).
De igual manera que en la navidad anterior, cuando él recibió un muñeco que representaba a Blue Demon y yo recibí un muñeco de Santo, el enmascarado de plata, Armando y yo jugamos a “las luchas” entre su Godzilla y mi dragón, que bauticé como Kaz. Armando, siempre ventajoso, golpeaba a mi Kaz con su Godzilla y se declaraba vencedor. (Lo mismo había sucedido con Blue Demon y mi Santo. Su muñeco siempre vencía y él gritaba como loco diciendo que Blue había derrotado al Santo, en dos de tres caídas sin límite de tiempo, y al final le había quitado la máscara a mi luchador favorito. Con el tiempo, por tanta refriega, en efecto, mi muñeco se descascaró y terminó sin máscara. Compré, en la Proveedora Cultural, un frasco de pintura Vinci plateada, pero mi muñeco ya nunca tuvo la gallardía de cuando al abrir la caja descubrí al luchador en medio de un ring.)
Yo dejaba que Armando se declarara vencedor en todos los juegos: en los que él hacía de ladrón y yo de policía, en los que él representaba la selección de fútbol soccer de México y yo la selección de Brasil; en los que él le atinaba a dos botes con el rifle de diábolos y yo le atinaba a tres. Él era de esos niños que eran felices cuando humillaban al otro, de esos niños que no toleran perder.
Pienso que si Borges hubiese estado con nosotros, ahí en el sitio de la casa, habría hallado más elementos de poder en el dragón que en el otro animal fantástico. Si el divino ciego hubiese sido orillado a apostar por alguno de los dos animales, sin duda habría apostado a favor del dragón. De igual manera, cualquier verdadero aficionado y conocedor de la lucha libre hubiera apostado a favor de Santo, el enmascarado de plata.
¡El dragón! ¿Por qué tío?, me preguntó Pau cuando, por fin, me atreví a decir que consideraba al dragón como el animal más poderoso. ¡Ah!, porque el dragón tiene alas. La gran ventaja del dragón, aparte de todas las demás virtudes innegables, es su capacidad de volar. ¿Por qué los humanos creen que los ángeles están en un nivel superior? ¡Por las alas! Sin alas, los ángeles son semejantes a los hombres. La gran diferencia está en el vuelo.