lunes, 5 de junio de 2017

CIEN AÑOS ACOMPAÑADOS





5 de junio de 2017. El mundo celebra los cincuenta años de CIEN AÑOS DE SOLEDAD, novela de Gabriel García Márquez.
Ya no lo veré, pero me emociona saber que dentro de cincuenta años el mundo celebrará cien años de CIEN AÑOS DE SOLEDAD. ¿Habrá algo premonitorio en ese festejo?
Gabo menciona en una entrevista concedida a Elena Poniatowska que vendió, en el primer año, dos millones de ejemplares de esta novela, en su versión en castellano; es decir, por ahí debieron colarse otros miles ya en alguna otra lengua. ¿En cuántos idiomas se ha traducido esta novela? No lo sé, pero deben ser muchos, muchos. Lectores de todo el mundo han llenado sus soledades con la belleza de esta novela.
La novela de Gabo ha acompañado al mundo ya durante cincuenta años; es decir, ha evaporado un poco la soledad del hombre, y la ha poblado con una desbordada imaginación.
Romeo, hace dos años, dijo que nosotros estábamos jodidos (así lo dijo). El nosotros refería a los lectores del mundo que conmemorábamos los cuarenta y ocho años de la aparición de la novela de García Márquez. Mientras dejaba de lijar el trozo de madera y se limpiaba la frente con su paliacate rojo, muy orondo, dijo que ellos, hacía un año, habían celebrado los cien años de Soledad, de la abuela Soledad, sin tanto alboroto. El ellos refería a la familia López López que echó la casa por la ventana el día que la abuela Soledad cumplió los cien. Romeo guardó su pañuelo, tomó la lijadora y continuó con su labor, pero, un minuto después, abandonó la herramienta y me dijo que, en la vida hay nombres mal puestos, uno de éstos es el de su abuela (quien, gracias a Dios, sigue vivita y coleando), pues si alguien jamás ha estado sola en la vida ha sido ella. Tuvo siete hijos, dos varones y cinco hembritas; estos hijos le dieron dieciocho nietos (Romeo ya no supo decirme bien a bien cuántos hombres y cuántas mujeres, porque dice que ni la propia abuela se acuerda); y estos dieciocho nietos le han dado treinta y dos bisnietos. El día del cumpleaños de la abuela llegaron todos los hijos, los nietos y los bisnietos (uno de los nietos viajó especialmente desde Londres, ciudad en donde estaba haciendo un posgrado en ese momento), pero junto con los hijos llegaron los esposos y esposas; y junto con los nietos también llegó la familia política. El salón fue insuficiente para recibir a tanta parentela.
Cuando me lo contó pensé en los Arcadios de Cien años de soledad. A Romeo le pregunté si tienen su árbol genealógico. Me dijo que uno de los nietos ya comenzó a hacerlo. Sé que este árbol será tan hermoso como el de la familia de los Buendía. Y será así porque Gabo, lo único que hizo, fue describir cómo una familia es como un árbol.
Romeo dice que, a mitad del festejo, ya que la abuela había pasado a través de la reja de papel de china; que había escuchado las mañanitas, cantadas por más de doscientos parientes; que había recibido el abrazo de todos (como eran tantos, la sentaron para que no se cansara. Todos se hincaban al abrazarla. Bueno, todos, menos los pichitos que se los daban a cargar); después de todo esto, ella preguntó por sus amistades. ¿Por qué no estaban sus amistades más cercanas? ¿En dónde estaba su comadrita Elena? Nadie de la familia quiso decirle que ya estaba en el panteón. De todas sus amistades de generación sólo sobrevive doña Engracia, pero ella ya no sale de casa. Desde que se cayó en la central de abasto, “agarró” cama y no volvió a pararse.
Como si fuese personaje de novela, Romeo dice que la abuela comenzó a nombrar a todas sus amistades ya fallecidas y, mientras lo hacía, señalaba hacia diversos puntos del salón y las llamaba. Tal vez, sin duda, las confundía con otras personas que estaban sentadas a lo lejos.
Romeo dice que a las seis de la tarde, la abuela lo llamó a él y le pidió que la llevaran a casa. Dijo que ya estaba cansada. Romeo la subió a su jetta y la llevó a casa. Cuando abrió la puerta, la abuela se sostuvo de uno de los pilares del corredor y dijo: “Me gusta esta soledad acompañada”. Romeo dice que le gustó esa aparente contradicción.
Así fue el festejo de los cien de la abuela Soledad. ¿Cómo celebra el mundo los cincuenta de los Cien años de soledad, de Gabo? ¿Cómo celebrará los cien de los cien? Ya no lo veré. Sólo imagino la migración, casi infinita, de miles y miles de mariposas amarillas. Las plazas se llenarán de hojas en vuelo y, pudiera ser, alguna muchacha bonita coja una sábana a la hora que ésta vuela en medio de un ventarrón fortísimo. Tal vez, en esta ascensión, los cien años de soledad se diluyan y todo se vuelva un hervidero de alegría.