martes, 8 de noviembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON EJEMPLO

Querida Mariana: fue ejemplo clásico en el taller de creación literaria: “Tomen un poco de agua con las manos”, dijo el coordinador. Los talleristas buscamos una fuente dónde pepenar agua. Algunos, previsores, llevaban agua en botella y la compartieron. Y ahí estuvimos recibiendo un poco de agua, poniendo las manos como cuencos, y bebiéndola, como si estuviéramos en el desierto. Las camisas y blusas mojadas. La mayoría elevó las manos a la altura de la boca y bebió. Fue la tarea. El coordinador, desde la cabecera de la mesa larga, echado para atrás en la silla, miró lo que hacíamos. Cuando todos terminamos volvió la calma, algunos reímos, otros buscaron un pañuelo para secarse. Nos limpiamos la boca con el antebrazo y esperamos el comentario del coordinador, que nos explicara el motivo de tal ejercicio. Aunque sabíamos que, al final, todo era parte de la literatura, todo podía servir para la creación. Jesús Morales, en el Centro Chiapaneco de Escritores, indicaba que el escritor debía serlo de veinticuatro horas al día; y Óscar Oliva, en su taller de poesía, recomendaba leer de todo: física, química, arquitectura, astrología, astronomía y poesía también. Todo es material de creación literaria. En esa ocasión, el coordinador del taller preguntó, una vez que ya todos estábamos sosegados: ¿qué les dije que hicieran? Uno de nosotros vio a los demás y se atrevió a tomar la estafeta lanzada: que tomáramos un poco de agua con las manos, y nos vio esperando que asintiéramos, que con un movimiento de cabeza reafirmáramos lo que había dicho. ¡Eso!, dijo, el coordinador, que tomaran un poco de agua con las manos, no que la bebieran. Las risas asomaron, pero el ceño adusto del coordinador obligó a volver a poner rostros serios. Tomar no es sinónimo de beber, pensamos. ¡Pucha! Como siempre, comprobamos que el lenguaje es complicado. En ese instante supimos que el coordinador nada diría, entendimos el mensaje. Dijo que tomáramos un poco de agua con las manos y no que la bebiéramos. El escritor necesita precisión en el lenguaje, para que el lector no beba si nosotros queremos decir que sólo tome agua con las manos. Pero, vos dirás, sí son sinónimos, acá en Comitán usamos el verbo tomar como sinónimo de beber, acá tomamos trago. Sí, pero, parece que el término más apropiado es el de beber. Bebemos trago, bebemos líquidos, tomamos objetos con las manos; y si tomamos un poco de agua con las manos lo que hacemos es meter las manos en la fuente. El oficio del escritor es difícil, es labor pesadísima. Los poetas, hablo de los verdaderos, los que tienen el don, eligen la palabra que tiene “maridaje” con la otra que se lleva bien. ¿Mirás lo que digo? El poeta, además de buscar el término preciso para dar la idea exacta, debe buscar que suene bien, que tenga sonoridad. Si un texto no tiene ritmo ¡no es poesía! Tan simple como esto, y luego, si no contiene la esencia de la vida, la totalidad, ¡tampoco es poesía! A ver, pongo un ejemplo, hace como cinco años, la poesía de Mónica Zepeda no era conocida por el público. De pronto apareció y ahora está considerada una de las voces mayores de la poesía chiapaneca, todo mundo así lo reconoce. ¿Cómo logró este prodigio si hay tantas escritoras que llevan años talacheándole? Ah, la respuesta la sabés: Mónica es una verdadera poeta, una gran poeta. Las demás seguirán dándole duro a la talacha, pero nunca alcanzarán las altas nubes que ella alcanza. El don. Los sabios no se equivocan, desde años han dicho: lo que natura no da, Salamanca no presta. Los narradores somos más permisivos, no obstante, hay escritores que alcanzan grandes alturas. En Latinoamérica aparece de inmediato el nombre de Jorge Luis Borges, un escritor pulcro. Recuerdo que el gran poeta (poeta grande) Quincho Vázquez decía que Carlos Román era como el Borges chiapaneco, Carlos escribe con precisión, con elegancia, con inteligencia. No todo mundo logra esa claridad. Hay muchos compas que escriben en forma farragosa, no son sencillos. No tienen la grandeza de la sencillez. El otro día, en redes sociales, mi tocayo Aldana dijo que de los escritores chiapanecos vivos los más picudos son: Héctor Cortés, Alfredo Palacios, Nadia Villafuerte y José Martínez Torres. Algunas personas agregaron nombres a esta selecta lista. Los cuatro mencionados son narradores comprometidos con el oficio. Conozco la obra de los cuatro, la he disfrutado. Fui testigo de la disciplina y del talento de mi maestro Pepe Martínez, cuando trabajé con él. Escritor de veinticuatro horas, como dice Jesús Morales. Disciplinado en la lectura, en la cátedra, a la hora de escribir y a la hora de vivir la vida, con intensidad. Posdata: tomen un poco de agua entre las manos, dijo el coordinador y todos hicimos un cuenco y bebimos. Tal vez, ahora lo pienso, nosotros fuimos un poco más allá del ejercicio propuesto y no sólo tomamos la vida entre las manos, sino que la bebimos. Tal vez esto fue el colofón de aquel ejercicio, tal vez esto también sea lección. No sólo tomen el agua fresca de la vida, ¡bébanla con intensidad! Tal vez algún día logren escribir la gran obra. ¡Tzatz Comitán!