sábado, 26 de noviembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN RECADO

Querida Mariana: cuando murió Rosario Castellanos, Jaime Sabines le mandó un recado. Ahora todo mundo puede leer lo que Jaime le dijo a Rosario. Triste y enojado, el poeta le dijo tonta a su amiga. Jaime no le escribió un poema, le escribió un recado. Por eso Jaime es grande, porque supo que un recado es menos pedante que un poema, un recado es más de amigos. No faltan las personas que se sienten muy importantes cuando un poeta les dedica un poema. Estas personas son muy creídas, como decimos en Comitán. Un recado es algo de más confianza, más íntimo, más cariñoso. En mis tiempos infantiles, en tiempos donde creíamos que la lámpara maravillosa hacía prodigios, los niños enviaban recados a las niñas y éstas, cuando miraban con afecto a los escribidores, respondían también con recados, escritos de puño y letra. Todo mundo se enviaba recados, papelitos que eran conservados adentro de cajitas, donde estaban las flores secas. Jaime escribió el recado a Rosario de su puño y letra. Jaime usaba libretas para escribir sus poemas. No escribió muchos recados, por eso, el que envió a Rosario es muy apreciado. A mí me gusta mucho la palabra recado. En Comitán, antes, muchas personas enviaban recados y, fieles a nuestra costumbre, también enviábamos recaditos. ¿Vos recibiste recaditos? Alfonso, quien siempre ha sido un chico listo y aventado, copiaba poemas de grandes autores, los pasaba a mano en un papelito y se los daba a la chica que le gustaba. En más de una ocasión vi a la chica orgullosa y escuché que agradecía el honor, porque, a pesar que la chica no era lectora de poesía se sintió muy bien al saber que ella era el motivo de inspiración. Si hubiese sabido la realidad, no sé qué habría pensado. Lo que hacía Alfonso en la adolescencia no era cosa infrecuente, era lo más común del mundo. Muchos chavos eran simples copiones de poemas de amor, viles profanadores del derecho de autor. Ah, pero las chicas también tenían sus recursos. Circulaba un libro que traía modelos de cartas. Las chicas copiaban el texto y sólo agregaban el nombre del chico en la mira. El chico, enamorado, se desparramaba sobre las nubes al leer esos mensajes apasionados. Vivíamos en un mundo de ficción, donde la chica creía que era la musa y el chico pensaba que la chica había escrito algo salido de su corazón. Pero, digo que eran papelitos, porque la revolución tecnológica era algo inadvertido, nunca imaginado. Sabines, de niño, sin duda, mandó recaditos a alguna tuxtlequita que le gustaba, o ya luego, cuando atendió la tienda de telas, mandó recados a clientes o a proveedores. Los papeles andaban de un lado a otro, en ocasiones se entregaba en mano del destinatario, pero en ocasiones eran enviados a través de lo que acá en Comitán se llamaba “un propio”; es decir, un tercero que hacía la chamba de mensajero. Me tocó en mi época de estudiante llevar un recadito a un amigo. Pasé a saludar a la mamá y aventé el clásico: “doña Tonita, mañana viajo a México, ¿algún encargo para Ramón?”. Sí, dijo ella, esperame tantito. Como atendía a una señora en su tienda, tomó un pedazo de papel, garrapateó algunas líneas con un lápiz, me lo extendió y dijo: “hacé favor de llevarle este recado”. Lo doblé y lo guardé en la bolsa de mi camisa. ¿Hoy? No, ¡qué risa! Hoy, todo mundo toma el celular y envía un mensaje inmediato, con foto incluida. Hay un libro que escribió Pilar Jiménez Trejo que se llama “Jaime Sabines, apuntes para una biografía”. En la portada puntualiza que las fotografías son del archivo de la familia Sabines Rodríguez. Es un documento maravilloso, porque nos permite a los lectores entrar a la intimidad del poeta. En las páginas 170 y 171 hay dos documentos. El de la página par es foto de una carta que Sabines le escribió a su adorada Chepita, en 1950; y el otro documento es un fragmento del poema famosísimo “Los amorosos”. Alfonso copió más de una vez este poema para darlo a una chica: “…los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo…” Ah, qué líneas tan bonitas. Andrés, que era un malcriado, bromeaba y decía que el Alfonso era un depravado, porque remarcaba las palabras iniciales y escribía la continuación con tinta endeble: “LOS AMOROSOS JUEGAN A COGER el agua, a tatuar el humo”. ¿Recordás el famoso y críptico cuento breve, brevísimo de Tito Monterroso, el de El dinosaurio? “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” Un día, en Campeche, estuve en un encuentro literario donde estaban Tito y su esposa Bárbara Jacobs. Cuando Tito intervino respondió a la pregunta obligada y dijo que lograr tal concisión le había demandado mucho trabajo y mucho tiempo, había hecho muchas correcciones al texto hasta dejarlo como ahora existe. ¿De verdad? A mí me pareció que le echaba más crema de la necesaria a sus tacos. A mí, más que el dinosaurio, me gusta más el Testamento de Sabines. ¿Lo conocés? En la página 410 del libro citado aparece escrito de puño y letra de Jaime: “Testamento. A mis seres queridos / les dejo la vida”. Me gusta más porque es menos oscuro, menos misterioso. Sabines tradujo a palabras claras y sencillas lo que el tío Amandito hizo con sus hijos, allá en Sinaloa. Ya en su lecho de muerte, rodeado de todos ellos, con la voz cansada, pidió a uno de sus hijos que escribiera su última voluntad y llevara el recado con el notario. El hijo tomó una libreta, una pluma y esperó que dictara el padre. El moribundo se inclinó hacia un lado y dictó: “Es mi voluntad dejar a mis hijos lo siguiente…”, se hizo un silencio que pareció interminable, todos acercaron sus sillas y se acercaron más al padre. Como si le llegara una idea de muy lejos, preguntó: “¿qué falta para arreglar mi tumba?” ¡Nada!, respondieron todos. “Ah, bueno” e inclinó la cabeza y dejó de respirar. Los hijos se vieron, el viejo no había dicho qué les dejaba. Días después el notario notificó que el papá había hecho su testamento con anterioridad, cuando le dieron lectura, los hijos se enteraron que, en efecto, les había dejado ¡nada!, todos sus bienes los legó a un asilo de ancianos. Sabines, al dejar la vida, les dejó la vida. El libro de Pilar dice que son “apuntes para una biografía”. Hoy veo a muchos alumnos universitarios que toman sus apuntes escolares en una computadora personal, incluso hay algunos que sólo “apuntan” con su cámara del celular y toman fotografías a lo que el maestro escribió en el pizarrón. En mis tiempos universitarios los apuntes los hacíamos en libretas. El papel y el lápiz, o pluma, eran suficientes elementos para tomar apuntes o para enviar recados. Sabines, así se ve en este libro, escribía sus poemas con una pluma y un papel. El texto del Testamento le salió como una línea de luz, sin titubeos, sin borrones. Tito Monterroso dice que le dio mil vueltas a su famoso cuento. Sabines escribió su texto poético de un solo impulso. Su letra manuscrita era clara, no tenía las oscuridades de la letra de Rosario, que era incomprensible por enredada. Sabines corregía poco. Tal vez era como Mozart al escuchar la música que escribía, como si fuera un dictado divino. Tal vez por esto, un lector atento encuentra deficiencias en la redacción de sus poemas, le gustaba dejar las imperfecciones, siempre privilegió la sonoridad, el trueno, la lluvia de las palabras. A veces, en talleres literarios, hacen ejercicios de escribir cuentos breves, como el que escribió Tito, o poemas brevísimos, como el que escribió Sabines. Posdata: varios poetas han escrito sus testamentos. El poeta Eliseo Diego nos dejó “el tiempo”, nuestro paisano nos dejó “la vida”, y digo que nos dejó esta esencia, porque nosotros, sus lectores, formamos parte de sus seres queridos. ¿Mirás qué generosos los poetas? Nos han heredado el tiempo y la vida. ¿Para qué ambicionar más? Cuando Rosario murió, Jaime le escribió un recado, le envió un papelito, un papelito que jamás llegó a manos de la destinataria. Jaime lo escribió para sacar su tristeza, su dolor, su coraje por una muerte tan absurda, tan simple, tan de rancia galleta de animalitos.