martes, 29 de noviembre de 2022

TIEMPO QUE ES MÁS QUE EL ORO

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que invierten tiempo en la Casa de Bolsa, y mujeres que se embolsan el tiempo de los otros. La mujer que invierte tiempo en la Casa de Bolsa es experta en valores. Reconoce cuándo es tiempo de siembra y cuándo el tiempo de recoger los frutos. Si el dicho recomienda “vigilar los centavos, porque los pesos se cuidan solos”, ella sugiere ser cuidadoso de los segundos, ya que así los minutos no se malgastan. La vida, como construcción fastuosa, debe hacerse ladrillo por ladrillo, segundo por segundo. Su principal objetivo no es acumular tiempo, la inversión no es para duplicar el tesoro, sino para reforzar su valor. No le gusta especular con el tiempo, como sí especulan las empresas con el billete verde. Ella vive con el lema genial que dice: “time is money” y este dinero es un legado intangible, la principal herencia. Como ya advirtió el lector inteligente, su tiempo lo invierte en forma regular y permanente, como si fuera farmacia en turno, invierte el tiempo las veinticuatro horas del día, hasta que el propio tiempo le dice: “¡ya, basta, te llegó la hora!”, que es una frase boba, porque a todo mundo le llega la hora en un segundo, no en una hora. La hora restalla en un instante con la misma intensidad del Big bang, sólo que en proceso inverso. El hombre sabio dice que “el tiempo perdido los sabios lo lloran”, pero nadie ha dicho que los hombres exitosos son quienes se dedican a buscar ese tiempo extraviado. Cuando estos gambusinos geniales encuentran tiempo tirado lo limpian, lo pulen y lo echan a volar por sus cielos. Estas crías de tiempo anidan en lo más alto de la montaña y se convierten en águilas que hacen más grande la leyenda. El tiempo perdido, que es hallado en el templo, tiene la liviandad del vuelo y la solidez de la roca; los gambusinos usan esta sustancia temporal, como alquimistas, para convertirla en oro. La mujer que invierte tiempo en la Casa de Bolsa sabe que no hay un ser humano que no dependa de él, es un valor inmutable que no admite réplica. Ella, por supuesto, ama los objetos que miden el tiempo: los relojes electrónicos y de arena; los relojes de pulso y los de pared, los relojes con engranes de tela y los que tienen maquinarias diseñadas en lo profundo de la cueva. Prefiere los relojes analógicos, porque son abuelos de alcurnia que siempre recomiendan darles cuerda, como un recordatorio que en la vida, cualquier acto, necesita de la cuerda. Dar cuerda al salto para que se diviertan las niñas, dar cuerda al ánimo para que se sostenga en la línea, dar cuerda al trompo, a la vecina que es gatita en celo. Si el sabio dijo que le bastaba un punto de apoyo para mover el mundo, ella sabe que basta un costal de segundos para caminar por el callejón del asombro, por el mercado de los milagros, por las canchas eternas, por las pistas de baile. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que comen cacahuates, y mujeres que simplemente comen huates.