domingo, 20 de noviembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN PREMIO NACIONAL DE LAS ARTES

Querida Mariana: un día, hace años, tuve entre mis manos el libro “Trabajo ilegal”, de Óscar Oliva. Ese día, nublado, con una taza de chocolate en la mesa, abrí el libro del poeta y leí, como si fuera una mariposa, el inicio de un poema: “De Tuxtla a la Ciudad de México / hay más de mil kilómetros de distancia /más de un millón de metros / más de cien millones de centímetros…” Ese día conocí al poeta Oliva; ese día comencé a recorrer sus caminos, un territorio lleno de nubes y de piedras. Un día, hace años, estuve con Oliva en Zacatecas, estuve al lado de él, de su esposa: Sonia Quiñones y del poeta Mario Nandayapa. Ese día, los acompañantes fuimos testigos del acto donde el poeta mayor de Chiapas recibió el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2013. Ese día dijo que deseaba “tener en cuenta y tratar de manejar las nuevas tecnologías que están transformando el viejo oficio del arte de la poesía” Ese día reconocí lo que en una ocasión había dicho en su taller de poesía, en el edificio Maciel: los poetas deben leer todo, conocer de todo: de arte, de oficios, de sicología, de astronomía, de cocina. Ese día entendí que la obra excelsa está hecha de los grandes retazos de la vida. La existencia es sencilla y compleja, es como un sencillo árbol que tiene muchas hojas, muchas hormigas, muchos nidos, muchos pájaros. La existencia es un árbol maravilloso. En este mundo hay personas que siembran y personas que talan. Uno de los grandes sembradores es Oliva. Desde siempre, el hombre que se llama Óscar honra a su apellido. Mi papá, buen sembrador de sencillas plantas, tomaba todas las mañanas una copa de aceite de oliva. Sé que, parafraseando al poeta Sabines, “la poesía de Oliva se puede tomar a cucharadas”, mi papá me enseñó que debe tomarse cada mañana, con unas gotas de limón y una pizca de sal, en una copita tequilera. Un día, hace años conocí a Oliva, comencé a tomarlo, por las mañanas, a veces en ayunas, para que haga bien al espíritu. Hace años estuve al lado de Oliva, en su taller del Maciel, y, años después en el patio central de un edificio en Zacatecas. En 2013 estuve más cerca que nunca y pensé que, de Chiapas a Zacatecas “hay más de mil kilómetros de distancia”, no obstante, ahí estábamos platicando el poeta mayor y el arenillero. En esa ocasión me permitió grabar la plática y a mi retorno a Comitán la publicamos en la gaceta Kujchil, publicación del Honorable Ayuntamiento, en la administración de mi querido licenciado Luis Ignacio Avendaño Bermúdez. Un día, hace años, tuve entre mis manos y en medio de mi espíritu un libro de Óscar Oliva. Lo abrí como se abre una ventana y el aire entró, un aire novedoso, infinito. Ese día de hace años comencé un viaje iniciático que no termina, que es una piedra que, como agua, se dirige al mar y humedece todas las orillas. Igual que mi papá, todas las mañanas tomo una copa de aceite de oliva, lo hago para honrar su nombre, como ablución bendita. Como no lo hizo mi papá, no sólo tomo aceite de oliva en una copa tequilera, le agrego la lectura de un poema de Óscar, lo hago, también, para bendecir mi madrugada, porque la palabra de Oliva es como el aceite que sirve para prender la lámpara votiva, la que da luz permanente, la que aleja las oscuridades, la que elimina el fastidio de la grieta. Y ahora, hace pocos días, vi que el poeta mayor de Chiapas viajó de Tuxtla a la Ciudad de México para recibir el Premio Nacional de las Artes, de manos del presidente de la república. Lo vi en la televisión de la casa, escuché que dijo: “necesitamos que nuestros países vivan en paz, sin guerras, sin niñas asesinadas”. Supe que el viejo maestro sigue siendo sabio y continúa sembrando palabras. Si no fuera por ellos, por los sembradores de palabras, el corazón de los pueblos sería ya un inmenso desierto, una porquería de tierra. Posdata: nuestro paisano Luis Aguilar toma un vaso de agua todas las mañanas, lo hace como un ritual de vida. Yo, en ayunas, tomo una copita de aceite de Oliva y leo un poema del poeta mayor; es decir, bebo palabras limpias para comenzar bien el día. Un día, hace años, estuve en Tuxtla, estuve en Zacatecas. ¡Tzatz Comitán!