martes, 15 de noviembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN PERSONAJE ACEPTADO EN TODOS LADOS

Querida Mariana: podría ser hasta adivinanza: es una joya, pero no se guarda en caja de valores. Sí, es el libro. Y digo esto, porque el otro día pensé que un collar con diamantes, cuando no está en el cuello de una muchacha bonita debe estar guardada en una caja fuerte. Nadie guarda libros en cajas fuertes, salvo un millonario que posea una Biblia impresa por Gutenberg. Los libros son tan juguetones que aparecen en cualquier espacio y nadie se sorprende. Pensá en todos los lugares donde has visto libros. En muchos, ¿verdad? Este maravilloso objeto cultural tiene vocación para aparecer en lugares insólitos. Sé que ahora estás pensando en la basura, porque la basura está en todos lados. Parece que el libro -antípoda de la basura- es como primo hermano de la basura. Me refiero a los lugares donde se mete. Ningún otro objeto tiene este don. He visto libros en bancas de templos, en confesionarios, en campanarios, y no necesariamente libros religiosos, ¡no! Los libros trepan donde otros objetos no. Pensá en un balón de fútbol. La pelota es un chunche que asoma en muchos lugares, pero nunca he visto un balón en la mesa del cuarto de una prostituta. Libros ¡sí! Los libros están en lugares sagrados y en lugares no santos. Las estadísticas mencionan que los mexicanos leemos poco, no obstante, veo libros por todos lados. Hoy, muchísimas personas tienen celulares, las ves en todas partes, con la mirada absorbida, en posición de pleitesía ante el dios de la tecnología. Pues el libro compite en forma muy digna ante el teléfono celular cuando se trata de hacer estadísticas espaciales. Sí, el celular, igual que el libro, aparece en mil y un lugares: en los cuartos (no sólo de las casas familiares sino también de moteles y de lupanares). Para los creyentes, uno de los lugares más sagrados es el altar del oratorio, donde están las imágenes de vírgenes y de santos. Ahí he visto libros y celulares al lado de velas, veladoras, rosarios y floreros. Bueno, una vez vi uno de esos chunches predictores de embarazo. Imaginé que ahí lo colocó una chica de la casa, con el ruego de que diera positivo en caso de estar bien casada y diera negativo en caso de ser soltera traviesa. En casa, las personas tienen clósets para guardar la ropa, mesa para desayunar, sillas para sentarse, televisión para ver películas y, en muchos casos, muebles para conservar los libros, los llamados libreros; pero el libro es travieso, en muchas ocasiones se escabulle de los libreros y se cree manzana y aparece sobre la mesa, se cree almohada y está en la cama, se piensa papel higiénico y se sube al tanque de la taza del baño, se imagina hormiga y aparece sobre el césped recargado en un tronco. Es viajero infatigable: lo he visto en barcos, sobre burros, en lanchas, en autobuses, en autos, en aviones y en trasatlánticos. El libro cabe en un jarrito, porque se sabe acomodar. Posdata: no hay lugar donde el libro no quepa. Con decirte que hasta en hornos ha estado. Claro que cuando ha estado al lado de troncos ardiendo se ha quemado, se ha vuelto ceniza, polvo, nada. A veces me vuelvo irreverente y retomo las palabras del Maestro y digo: dejad que los libros vengan a mí, que se acerquen, que jueguen en mi patio, que se trepen a mis árboles, que vuelen mis cielos, que aniden en mis ramas; dejad que me abracen, que me consientan, que se vuelvan abuelos y me cuenten muchas historias, muchos cuentos antes de dormir, y que al despertar sean los pájaros que picoteen en mi ventana y me digan que la vida vale la pena por ellos, los libros, los chunches más bellos del mundo. ¡Tzatz Comitán!