domingo, 27 de noviembre de 2022

EL DESTINO SOBRE UNA HOJA AL AIRE

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que saben reconocer la luz de la piedra, y mujeres que leen horóscopos. La mujer lectora de horóscopos es como una vidente que juega con el destino y lanza las cartas del zodiaco como si fuera tarot. Su bola mágica no es de cristal, es de piel y de carne. La lectura del futuro de cada día lo hace en el cuerpo del amado. Es sorprendente ver cómo ella, que dejó de ser Virgo hace mucho tiempo, descubre a Aries y Tauro en la entrepierna. Piscis y Acuario se regodean en los brazos y manos de él. Desde que ella se dio cuenta de su vocación mandó a Cáncer y a Leo al cuarto de los trebejos, lugar donde deberían reposar todas las miserias del mundo. En la azotea de su cuerpo, donde recibe el sol de madrugada, sobre un pedestal, ha colocado a Géminis, porque sabe que el destino del ser humano es la imagen de los gemelos. Ella dice que cuando la humanidad logre armonizar el Doctor Jekyll con el Míster Hyde que todos llevamos dentro, ese día el mundo será una alfombra de nubes, un caramelo de miel, una huella sin arrugas ni lamentos. Ella lee el horóscopo porque le gusta caminar sendas inciertas. Siempre que lee el destino de Libra o de Sagitario elimina los árboles del bosque y los convierte en un valle sin impedimentos. Si algún miserable le pide conocer su horóscopo del día, ella, como si fuera la doctora corazón, pinta de rosa cada palabra hasta convertir el mensaje en una puerta azul con espíritu violeta. En sus manos el destino del universo tiene un rostro de muñeca de Sololoy. Si el horóscopo señala que el día tendrá una grieta, ella lo edulcora y dice que el día será como la túnica de María Magdalena: llena de espinas tenues que se quiebran al conjuro de la palabra más dulce. Los agnósticos y los ignorantes no saben que ella es dueña de la palabra, porque el horóscopo no es más que el futuro escrito sobre una nube o sobre una piedra. Ella asegura que su vocación es nieta del acto que realizó Moisés al recibir las tablas con los diez mandamientos, ahí quedó asegurado el destino del mundo católico. La gran pasión de su vida han sido las imágenes del zodiaco. Desde niña jugaba con ellas, las pegaba sobre pedazos de cartulina y las pegaba en las paredes de su habitación, por las noches se iluminaban como estrellas y platicaban entre sí. Ah, cómo disfrutaba a la hora que Sagitario se montaba sobre Virgo y cabalgaban por la estepa. Hoy, las imágenes del zodiaco están tatuadas en su cuerpo y en su alma. Su juego favorito es cuando el amado trata de adivinar en qué parte del cuerpo tiene tatuado el signo de Capricornio. Todos sus amantes han descubierto que la ruta de Géminis conduce a sus nalgas, cada uno de los gemelos brinca sobre un cachete rosado, pulido, luminoso. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que cambian el rumbo, y mujeres que juegan tenis sobre las camas. ¡Tzatz Comitán!