martes, 1 de noviembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA ESENCIA INOLVIDABLE

Querida Mariana: parece que se llamaba Santiago, era ciego, se sentaba en una grada de la entrada del templo de Santo Domingo, tocaba la mandolina. La gente que entraba, salía o pasaba por ahí le dejaba una moneda. ¿Sobrevivía con eso? ¿A qué hora llegaba? ¿A qué hora se iba? Nunca supe. Tampoco supe en dónde vivía. En los años sesenta, Comitán era un pueblo más afectuoso. En ese tiempo no usábamos los términos que ahora se usan, hoy, diríamos que Santiago (¿así se llamaba?) era débil visual, que tenía una discapacidad, en aquellos años decíamos que era cieguito, eso sí, con cierto cariño, como condoliéndonos de su desgracia, porque no es sencillo vivir, sobrevivir, condenado a no ver. Los otros sentidos se potencian. Los ciegos potencian, sobre todo, el sentido del tacto y del oído, digo yo. Deben estar muy atentos a lo que escuchan y se acostumbran a leer con sus dedos, con sus manos, con el resto de su cuerpo. Lo digo así como si fuera la cosa más natural del mundo, pero es un prodigio: leer con las manos. Por ahí he sido testigo de un ciego repasando el rostro de alguien como para tener idea completa de los rasgos del otro. Hay ciegos que aprenden a leer en braille, es la manera como pueden relacionarse con el mundo. El ciego del templo de Santo Domingo (ya debe haber fallecido) nos regalaba melodías con sus manos y el instrumento. Mandolina, no muchas personas en Comitán ejecutan este instrumento. Raúl Espinosa, el gran caricaturista de Comitán, tiene un retrato de este personaje. Ahora creo recordar que no usaba zapatos (¿estoy inventando?). Lo que sí recuerdo es el instrumento musical. Me sorprenden los instrumentos musicales, unos más que otros. Reconozco la belleza del arpa y del piano, por ejemplo, pero me seducen los instrumentos pequeños. Para escuchar a un pianista debés ir a una sala de conciertos o a la sala de una residencia. ¿Cómo cargás un piano? En cambio, los instrumentos pequeños son fáciles de llevar y con ellos un buen ejecutante logra la maravilla del sonido armonioso. Santiago nos regalaba esas aves que se paraban en nuestros oídos, se paraban como si fueran chinchibules cantando en la ventana. Era un hombre generoso. Llegaba al templo, se sentaba, de una morraleta sacaba la mandolina y se ponía a tocarla. Entiendo que tenía bien estructurado sus horarios. No podía estar ahí a la entrada o salida de misa. Hubiese sido como una estampida de búfalos. Se sentaba ahí a la hora que no había un ritual masivo, a la hora que pocos fieles llegaban a rezar, a prender una veladora, a agradecer. Eso sí hice. Me paré un rato para verlo, para escucharlo. También, en una o dos ocasiones le dejé una moneda. ¿Tenía un sombrero o un recipiente de plástico para recibir las monedas? No recuerdo. Ah, no tengo a la mano el dibujo de Raúl, ahí está bien ilustrado. A lo lejos recuerdo que el dibujo de Raúl está hecho a lápiz, tal vez vuelvo a inventar. La mandolina es un instrumento pequeño, soberbio, majestuoso. Él podía llevarlo con facilidad. Me encantan las armónicas (violinetas le decimos en Comitán. Violineta, qué bonito nombre). El maestro Jorge toca la armónica cuando es cumpleaños de alguno de sus amigos, mete la mano a la bolsa de su pantalón y la saca. Dice que cuando fue niño oía a los hombres del campo tocar este instrumento. En las tardes, cuando las estrellas y un viento fresco asomaban, el sonido de la violineta se encaramaba a los árboles y llegaba hasta sus oídos. A veces he escuchado discos de blues donde aparece el sonido de una armónica. Si la marimba vino de África tal vez la armónica vino de por allá. ¡No! La violineta debe ser invento de otro lugar. No hay violinetas de madera. En el Internet debe existir, sin duda, la historia de este instrumento. Bueno, de todos. Vos y yo somos gente común y sin embargo estamos en el Internet, ahí están todos los personajes del mundo, los famosos y los modestos. Ahora pienso que ahí debe estar Santiago también. Suspenderé la escritura de esta carta y buscaré. ¡Genial! Sí, ahí está el dibujo de Raúl. Vos también podés verlo. Ahí está el maravilloso Santiago. Ah, siento que mi espíritu sosegó. Sí, ese era su nombre. Raúl lo trató con cariño: Santiaguito Lara. La ilustración es parte de la serie que Raulito tituló: Los Pito Pérez de Comitán. Sí, los entrañables personajes de nuestro pueblo. Posdata: hoy existen otros personajes. A veces paso frente al templo y veo a un hombre, joven, sentado en una silla. Algunas personas le entregan monedas. Los Pito Pérez de estos tiempos ya no poseen la gracia que sí tuvo Santiaguito, él tocaba la mandolina, nos obsequiaba sonidos armoniosos, no pedía una moneda a cambio de su ceguera, ¡no!, él trabajaba en el arte que dominaba y las personas que respetaban su oficio le entregaban una moneda. Por el rumbo de Jesusito hay un personaje que tiene una cubetita de plástico y a todo el que pasa le arrima la cubetita y pide: un peso, un peso. Esa es su gracia, piensa que el movimiento de su brazo le da derecho a pedir un peso. Santiaguito tocaba la mandolina, era ¡un artista! Era ciego, pero veía con amplitud la esencia de la vida. ¡Tzatz Comitán!