domingo, 22 de octubre de 2023

CARTA A MARIANA, CON PERSONAJE DE NOVELA

Querida Mariana: ¿ya viste el lorito? Está sobre el hombro de su ama. Qué bendición. La mañana que me topé con esta imagen sensacional comprobé lo que mi amigo José me dijo en la Ciudad de México, en los años setenta. Mientras tomábamos un té en una cafetería, comenzamos a decirnos lo que nos molestaba, él decía lo que lo sacaba de casillas y luego yo le compartía lo que me enervaba. Después que habíamos dicho dos o tres argumentos, él, con mirada de bisturí dijo: “me caga que me digan Pepe, porque es nombre de loro”. Pues este lorito comiteco, precioso, averiguado, se llama Pepe. Sí, parece que el nombre es muy socorrido. Hay tantos nombres para bautizar mascotas, pero Pepe es uno de los más buscados. No me preguntés el porqué. Mi mamá, hace muchísimos años, cuando vivíamos en la casa grande que construyeron mis papás, tuvo un ganso. ¿Con qué nombre creés que lo bautizó? ¡Pues sí! A veces estaba en mi recámara y escuchaba ¡Pepe, Pepe!, salía para ver el espectáculo del ganso corriendo con sus patas abiertas para que mi mamá le diera maíz. ¡Pepe, Pepe!, gritaba mi mamá y el ganso corría al llamado, las alas abiertas y las patas como manoplas de béisbol. Y este lorito comiteco también se llama así. Entendí el coraje de José, hacía coraje cuando alguien, en intento de confianza lo llamaba con el nombre que en México otorgamos al que se llama José. Esa mañana casi gritó: ¡no quiero que me digan el nombre de un loro! Pucha, yo no le conté lo que acá te cuento, que mi mamá también había bautizado con ese nombre a su ganso. Le hubiera ocasionado un coraje supremo. Vi el lorito y pregunté a su ama si no hacía intentos de volar, me dijo que no, que lo tiene desde pequeño y me dijo: “es mi niño”, y cuando le pregunté cómo se llamaba su niño me dijo: “Pepe”, y vi a Pepe dando brinquitos de gozo sobre el hombro de su ama, disfrutando el jolgorio del mercado. Casi casi quise preguntarle a la señora qué le daba de comer, pero debía cargar la bolsa con frutas que mi mamá me entregó. Caminé por un pasillo, pero volví la mirada y vi a Pepe, como niño asombrado, viendo hacia uno y otro lado. Recordé que en algunas novelas y cuentos de marinos aparecen piratas que muestran la imagen característica: una pata de palo y un loro sobre el hombro. ¿Por qué elegían este tipo de mascotas? Tampoco sé. Nada de andar cargando gatitos o jalando chuchos, ¡no!, los piratas elegían loros. No hay muchos escritores mexicanos que hayan escrito aventuras de piratas, pero estoy seguro que si aparecieran tales personajes en cuentos el perico se llamaría Pepe y, por supuesto, aprendería a decir groserías. Los loros son los grandes compañeros de viaje, tanto si van al mercado del barrio como si van al otro lado del mar. El niño de la señora es pequeño, no dice groserías, pero sí escuché que, como si mascara palabras emitía sonidos armoniosos y simpáticos. No escuché alguna palabra bien pronunciada. No sé si cuando crezca será un loro hablantín. Mi mamá cuenta que mi abuela Esperanza tenía un loro en su casa de Huixtla. Ese loro no se llamaba Pepe (¡bendito Dios!), se llamaba Marcial. El tal Marcial era hablantín, a las seis de la tarde en punto se escuchaba el grito en toda la casa: ¡Esperanza, Esperanza, mi café! Mi mamá dice que repetía una y otra vez la frase y cada vez la pronunciaba más alto para que mi abuela le sirviera un vaso de peltre lleno de café con tortilla. ¿De verdad? Mi mamá asegura que el tal Marcial era feliz tomando el café. Yo lo creo, la finca donde creció mi mamá era bananera y cafetalera, así que no me extraña saber que las mascotas comían plátanos y bebían café. Tal vez en Comitán hay un loro que también toma café, claro, acá no lo tomaría con tortillas sino ¡con pan! Vi a Pepe y me alegré y me conmoví cuando la señora me dijo que era su niño, casi como dijera que era su pichito. Posdata: confirmé lo que la literatura nos regala: los loritos siempre van en el hombro de sus amos, no hacen el intento de volar, porque saben que ahí, en ese cuerpo humano, está su casa, su hogar. Confirmé que muchos loros en México llevan el nombre de Pepe; lamenté que algunos llamaran así a mi amigo José. Le molestaba. ¡Tzatz Comitán!