sábado, 7 de octubre de 2023

CARTA A MARIANA, DESDE UN BALCÓN

Querida Mariana: doble privilegio, estar en mi pueblo y estar en un balcón. Siempre, como si tuviera espíritu de gato travieso, me han seducido los balcones. Debe ser porque siendo niño me sentaba ante un balcón y desde ahí miraba lo que sucedía en la calle. Mirá lo que es la vida, en esta fotografía estoy en el balcón de la oficina de Arenilla. Esta casa, propiedad de Socorrito, está a una cuadra de la casa donde crecí, es la calle central, la que conduce al parque del centro. En los años sesenta miraba el movimiento de esta misma calle. La vida siempre me conduce por senderos prodigiosos. Ya te conté que ahora, en la casa donde crecí, funciona un estacionamiento, esto me permite entrar y salir al sitio donde jugué de niño. No todo mundo tiene esa bendición. Muchas casas de infancia ya no existen o no pertenecen a la familia, ello impide entrar. Pienso ahora, llegó como mero deslumbre, en la casa que Don César Castellanos, papá de Rosario, compró en la Ciudad de México. Un día, el hijo de Rosario la vendió y el comprador la derruyó y ahora hay un edificio con varios pisos. No queda ningún recuerdo de la casa donde vivió Rosario. Lástima, porque ese inmueble debió adquirirlo el gobierno de Chiapas para hacer una casa museo, en la ciudad donde nació la comitequísima Chayo. En fin. De nada sirve el lamento. Yo, gracias a Dios, tengo la oportunidad de vivir en mi pueblo y cuando quiero entro a la casa donde crecí. La casa tiene modificaciones, por supuesto, don Juanito Torres, el propietario, mandó hacer una construcción en lo que fue el patio central y vendió uno de los corredores, con lo que la casa actual sólo tiene tres, pero, en esencia, ahí sigue la casa. Donde ahora está el estacionamiento público ahí jugué carritos, ahí desbordó la imaginación cuando, con los amigos, jugábamos a ser los héroes que veíamos en el cine. Ayer llamó mucho mi atención ver una cinta mexicana filmada en el año que nací, 1957, que se llama “Hora y media de balazos”. ¡Pucha máquina! Los productores y el director fueron bien directos, las películas en ese tiempo duraban hora y media; es decir, acá el espectador se sentaba y en el momento que ponía su sentadera en la butaca comenzaba la balacera y no cesaba hasta que el espectador se paraba. ¡Fue un título exagerado!, pero da idea de lo que platicamos hace días: las películas de vaqueros estaban plagadas de balaceras, que, por suerte, sólo ocurría en la pantalla. No negarás que en nuestra patria el balcón tiene un simbolismo especial. Ya mirás que la mayoría de palacios municipales, estatales y, por supuesto, el palacio nacional, tienen balcones centrales. Los gringos celebran el 4 de julio en espacios abiertos. Su historia no marca un grito especial, como sí lo hacemos en México. En el país todos los gobernantes lanzan su grito. La ciudadanía se congrega en la plaza y ve hacia arriba mientras el presidente echa su arenga, que en estos tiempos ya tiene agregados al gusto del ejecutivo en turno. Ya mirás lo que dijo un presidente municipal, en el estado de Sonora: “…viva el pueblo erótico de México…” Todo mundo gritó con más emoción que nunca: ¡Viva, sí, que viva el pueblo erótico de México! Pobre, sabemos que el tipo se equivocó a la hora de leer, en lugar de decir heroico dijo lo que dijo, y lo dijo desde el balcón central de la presidencia municipal. A veces, sólo en ocasiones, juego en el balcón de la oficina, salgo y, como si lo dijera en voz alta, abro los brazos y digo: “pueblo amado de Comitán”, como un saludo. Es que, de veras, sé que estar en mi pueblo y tener la visión de la calle central desde un balcón es un doble privilegio, soy un consentido de la vida. No cualquiera. Sabés que me encanta hurgar, husmear, ser testigo de la vida. El balcón me permite tener una visión ampliada. Entenderás que no es lo mismo estar a ras de piso que un poquito por encima de él. De niño me encantaba sentarme en el piso del balcón y ver a través de los barrotes al burrero que pasaba, a la canastera, el ocasional carro que pasaba por la calle empedrada. Desde ahí escuchaba los modismos que nos dan identidad, los sonidos que jamás han desaparecido de mi espíritu. Hoy pepeno otros sonidos, otros rumores, otras voces. A veces estoy trabajando en la oficina y escucho un altoparlante trepado en un auto que encabeza la marcha de una organización, salgo y veo que, en dos filas, al lado de las banquetas, caminan hombres, mujeres y niños (niños de pecho, que van en los kujchiles que cargan sus mamás o en carreolas). Los gritos y reclamos se suceden, una de las manifestantes grita: “Si Zapata viviera, con nosotras estuviera” y las mujeres repiten la consigna. La calle se llena de sus reclamos, porque exigen que el gobierno ponga atención a sus demandas. Pero como Zapata ya no vive, siempre hay un manto de desconsuelo en esos rostros que sudan, que reciben el sol inclemente de las once de la mañana. La manifestación llegará hasta el parque central, ahí habrá discursos, pintas en ocasiones, pero la autoridad seguirá sorda al reclamo. Después de una hora o dos la manifestación se desintegrará. Los manifestantes ya cumplieron, salieron a la calle, gritaron su coraje y, en una pausa, tomaron una nieve, de esas nieves sabrosas que venden los neveros en el parque. Veo y escucho lo que sucede en la calle, desde el balcón observo las tejas que desde siempre han estado en el pueblo, las que se quiebran cada vez que dos gatos hacen travesuras o cuando se efectúa un congreso de palomas o cuando un ángel despistado se sienta a descansar. Cada vez hay menos techos de teja, ahora las casas tienen techos de losa que soportan los insoportables tinacos Rotoplas, estéticamente cuchísimos, pero que son indispensables para conservar el agua, agua que en muchas colonias nunca llega. He visto muchas películas la gente se para frente al barandal de proa de un barco y reciben la bofetada limpia y hermosa del viento. A veces juego a que estoy en un barco y desde la proa veo la calle central, entonces siento que el aire es agua y que quienes caminan por la banqueta son peces hermosos que nadan en medio de los tiburones y orcas que nadan a mitad de la calle, echando humo por sus culos, eructando por el frente. A veces imagino que la casa de Socorrito avanza y espero llegar al centro para decir: “Tierra a la vista”. La vida me concede este privilegio: la oficina de nuestra revista Arenilla está en la calle central, a cuadra y media del corazón del pueblo, de nuestro amadísimo pueblo. ¿Ya te diste cuenta que la avenida que pasa frente al Centro Cultural Rosario Castellanos, frente al templo de Santo Domingo está muy jodidita? Mirá los nombres que mencioné: Rosario Castellanos (esa avenida tiene su nombre) y Santo Domingo, el santo patrono de nuestro pueblo. Para honrar su memoria, para dignificar al pueblo mágico alguien debería darle una buena manita de gato. La avenida está plagada de huecos. ¿Has cruzado de un lado a otro para llegar al parque? Es labor difícil caminar por ahí. He visto a gente que se dobla el pie. Esto no es justo. Comitán es una ciudad de abolengo, merecemos una mejor casa. Ya investigué. Las autoridades del INAH me dijeron que si la autoridad quita las lajas de esa avenida no incurrirá en desacato alguno. Hay que quitar esas lajas que en mal momento colocaron. Ojalá pongan un material duradero y pavimenten en forma correcta esa avenida. Sé que en el pueblo hay arquitectos expertos en urbanismo que podrán decir cuál es el mejor material para suplir esas horribles y peligrosas lajas. ¿Quién, en estos tiempos, pensaría que lo mejor para caminar es un espacio lleno de grietas? La lógica indica que los pisos deben estar planos. Hay mucha gente mayor en este pueblo que camina con dificultad en ese espacio. Vos sabés que por la conformación topográfica de nuestra ciudad es un riesgo caminar por las banquetas. Se necesita un plan que piense en los peatones, antes que el auto. ¡Sólo eso nos faltaba! Que se privilegie el auto en lugar de la persona. El auto es un chunche sin espíritu, pero he escuchado que muchas personas se quejan porque con tanto bache el carro se jode. Claro, más se jode el peatón al caminar por banquetas intransitables y calles llenas de hoyancos. Yo soy viejo y ya no me cuezo en el primer hervor, camino con mucha precaución para no dar el changazo. Posdata: cuando abro la puerta y salgo al balcón me siento bendecido, me imagino casi casi como pájaro. El cielo de mi pueblo me compensa de tanto agravio. ¡Tzatz Comitán!