martes, 10 de octubre de 2023

CARTA A MARIANA, CON SORPRESAS

Querida Mariana: vos sabés que a veces divido el mundo en dos. Ayer, cuando fui a casa de la tía Margarita pensé que bien podía dividirlo entre las personas que son felices con sorpresas y las que no. No sé en qué mitad te ubicarías vos, pero yo sí tengo bien claro que soy de los que odian las sorpresas, las sorpresas de cualquier tipo. Soy de los que prefieren caminar por senderos conocidos. Que la senda siempre sea la misma, que no tenga fantasmas detrás de las puertas o de los árboles. Mi tía Margarita me ofreció un vaso de agua, me dijo que me sentara en el sofá y corrió a poner un disco en la vieja consola, un disco de Enrique Guzmán. Se sentó a mi lado, estaba radiante, me dijo que Juanito le tenía reservada una sorpresa y por eso estaba emocionada. Di un sorbo al vaso de agua, lo dejé sobre la mesa de centro, adornada con un tapete de florecitas bordado por ella misma, y le dije que entonces no era una sorpresa, ella, siguiendo el tema, se sorprendió y dijo que sí, que Juanito le dijo que le daría una sorpresa y lo era porque ella no sabía de qué se trataba, pero insistí (así me llevo con la tía) y le dije que las sorpresas no se avisan, ella sabía que algo inusual sucedería, al advertirle, Juan le había quitado el elemento sorpresivo. Como siempre, me remití al diccionario, saqué mi celular y hallé que una sorpresa “provoca un cambio súbito cuando una emoción o pasión de algún tipo llega de repente”. Este final es lo que siempre define a la sorpresa: llega de repente. Ahora pienso que la sorpresa verdadera estuvo en el instante que Juanito le dijo a la tía Margarita que le daría una sorpresa. La noticia apareció de repente. Sorpresa es la que recibe el escritor que, sin esperarlo, le avisan que obtuvo un reconocimiento por su obra. No esperaba tal noticia. Sorpresa es cuando una chica advierte que ya pasó un mes y no le bajó la regla, ¡esa sí es sorpresa! Si un chico avisa a su novia que le dará una sorpresa ya le quitó el elemento sorpresivo a tal acto. La sorpresa, buena o mala, debe ser de forma intempestiva. Pero, bueno, a mí no me gusta la sorpresa anunciada, menos la verdadera, la intempestiva, la que no espero. Me gusta que la vida sea como un cristal transparente. No espero más de la vida que el acto cotidiano, el movimiento armonioso del día al día. Sé que la vida es cabrona, nos reserva sorpresas a la vuelta de la esquina. Sé que las sorpresas, sobre todo, se dan fuera de casa; aunque, a veces, llegan a casa, como debe ser, en forma inesperada. A veces, incluso, brotan dentro del seno de la misma casa. Es una bobera lo que diré, pero a partir del instante en que el hombre apareció sobre la faz de la tierra, desde ese instante la vida ha estado llena de sorpresas. En el origen, a pesar de que fue un acto sorpresivo, no fue sorpresa, porque nadie había para sorprenderse, pero cuando ya hubo seres humanos, la sorpresa apareció y no nos ha abandonado. El mundo nos sorprende con tragedias naturales o con tragedias propiciadas por los seres humanos. Ah, qué pena, qué desagradable. Entendí la emoción de la tía Margarita. Ella esperaba una sorpresa agradable. El Juanito no le daría una sorpresa desagradable. De hecho fui testigo presencial, Juanito entró, nos saludamos, llevaba una caja envuelta en regalo y, como si la tía nada supiera, extendió el paquete y le dijo: ¡sorpresa! Nada dije, pero, en realidad no fue sorpresa para nadie, porque ya sabíamos que eso sucedería. El misterio estaba envuelto. Tal vez es lo que el mundo entiende como sorpresa. A mí nada de esto me seduce. Quienes me conocen saben que prefiero caminar por la orilla, pasar inadvertido. No me sorprendan, ni con cosas agradables. Puedo vivir sin eso. La tía sonrió, vi que su carita se transformó en un pañuelito húmedo, sus ojitos bajaron sus persianas, mientras, como muchachita, desgarró el papel, abrió el paquete y halló un teléfono celular. Yo esperaba que ella dijera lo que uno de mis hijos siempre decía: “lo que siempre había esperado”, pero ¡no! La tía preguntó qué era y Juanito le explicó que era un chunche para que pudiera comunicarse con Adriancito, quien vive en una ciudad de Texas, en USA. Y mientras Juanito comenzaba a darle las primeras explicaciones yo veía cómo la carita de la tía continuaba iluminada, radiante. Ah, di gracias a Dios, por la sorpresa tan agradable para la tía. Cuando Juanito llamó a Adriancito y éste contestó la voz fue como ungüento para la tía. ¡Qué bonita sorpresa!, pensé. Posdata: ¿a vos te gusta que el mundo te sorprenda? ¿Que tu novio aparezca con algo inesperado? ¡Tzatz Comitán!