sábado, 21 de octubre de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN PLATILLO SABROSO

Querida Mariana: la comida es vida. ¿Es cierto lo que dije? Sí. También es cierto si digo que el agua es vida. Los expertos en nutrición estarán de acuerdo conmigo: la comida y el agua dan vida. Sin ser experto advierto eso. La gente que no come sufre de desnutrición, la gente que no bebe agua puede deshidratarse. Alma Delia Murillo, en su novela “La cabeza de mi padre”, dice: “no creo que haya milagro más efectivo que el hambre”. Por fortuna, en Comitán tenemos buen diente, somos de buen comer, nos encanta la comida. A veces conduzco mi tsurito por algunas carreteras rurales, veo casas con patios, corredores y árboles y, a veces, miro a las familias reunidas en un corredor, alrededor de una mesa; veo a todas las personas disfrutando el momento, como dicen los clásicos: compartiendo el pan y la sal, dos señeros elementos simbólicos; pero como en Comitán no sólo apreciamos el símbolo, la comida no se limita y se extiende a muchos más platillos con exquisiteces. El otro día platicamos acerca del restaurante “Los gallos” (no lo mencioné así, porque como vengo de regreso lo escribí como lo conocimos los comitecos viejos: Tono Gallos, porque Don Tono fue el fundador). En dicho restaurante sirven una variedad de platillos, casi llegamos a mencionar cuarenta diferentes guisos, todos exquisitos. A propósito, algunos amigos y amigas me comentaron que ahora ya cerraron el restaurante “Los gallos”. Una gran pena para la historia de la buena gastronomía comiteca. Lamentable, porque ese lugar fue simbólico. Ah, muchas familias comitecas y muchísimos visitantes disfrutaron la sazón de ese mítico lugar. Por fortuna, hay otros restaurantes comitecos que retomaron la idea original y ahora ofrecen variedad de platitos. ¡Bien! Ahora estoy reculando porque no toda la comida ni toda agua son símbolo de vida. Veo que ahora miles y miles de chicos y chicas consumen agua pura, pero también hay dos o tres que consumen agua con edulcorantes (pucha, qué mamila sonó). Digo esto porque la Coca Cola es agua, pero agua modificada, ya los médicos nos han explicado que ese refresco (como todos los demás, incluidos los jugos embotellados) tienen toneladas de azúcar. El término de tonelada es exagerado, sólo para indicar que el agua ha sido alterada en su esencia. No me voy a poner de ejemplo, pero desde que tomo sólo agua pura he notado un gran cambio en mi salud un tanto deteriorada, soy un viejo de sesenta y seis años, ya no me cuezo al primer hervor, bueno, ni al segundo. Por eso debo cuidarme. Cuando voy a un restaurante pido una botella de agua pura (para garantizar que no me dan agua del grifo) y un limón, así me preparo una limonada sin azúcar. Cuando estoy con mi Paty ella compensa la balanza porque pide una coca. Si pudiera le agregaría una cucharadita de azúcar porque ella bebe todo muy azucarado, dice que desde niña su cuerpo le exige mucho dulce. Gracias a Dios está bien, pero conozco a personas que por exceso de azúcares comienzan a padecer enfermedades, sobre todo la dañina diabetes. Dios nos libre. Vemos pues que no toda agua da vida. Hay agua que es dañina. Lo mismo puede decirse de la comida. Hay comidita que no hace bien al cuerpo, a veces ni al espíritu. Se me hace tonto un anuncio televisivo donde se ve a dos chavos que comen unas alitas picosas que les produce acidez, entonces les sugieren tomar dos pastillas anti acidez. Las pastillas, también lo han explicado los médicos conscientes, curan un órgano pero dañan otros. Ay, qué ayuda tan jodida. Así que acá vemos un círculo vicioso dañino. Si la comida es vida no debería causar problemas. Esto, visto a la ligera, significa que estamos comiendo algo que no es benéfico para nuestro cuerpo. La comida sana nunca produce agruras. El bendito trago también está compuesto de agua, ¿no? Algo de agua lleva en su composición, digo yo. Un su poquito debe llevar. La bebida es bendita, da vida, siempre y cuando se haga con moderación, porque el exceso puede llevar a una cirrosis tremenda. Ah, cuántas historias conocemos de amigos que chupan con gana y terminan mal, porque el exceso en la bebida alcohólica no sólo perjudica al organismo sino también al alma. No sé bien, pero muchos amigos mayores aseguran que nuestros cambios en la alimentación han hecho que en Comitán prolifere la obesidad, por ejemplo. El otro día, en redes sociales, un compa subió una foto de un grupo de estudiantes en los años setenta y alguien comentó que no había obesos, en efecto, todos los chavos estaban en forma. Mi mamá ve un programa de concurso de la televisión española y comenta lo mismo, en la audiencia no existe un solo gordo; en cambio en nuestro México mucha gente tiene obesidad. Ahora mismo yo ando con algunos kilitos de más. ¿Es el pan? Ah, tan sabroso el panito comiteco. No toda la comida es vida, no toda la bebida es vida. Es necesario tener un buen balance alimentario. Los nutriólogos le saben bien a este vaina. Por ahí alguien dice que se puede comer de todo, siempre y cuando se haga con moderación. Mi papá siempre recomendaba tomar uno o dos tragos. Los expertos dicen que un trago en la comida hace bien. Recordá que las estadísticas demuestran que en Francia hay pocos enfermos de triglicéridos y colesterol y dicen que es porque los franceses toman vinito en cada comida. Los comitecos amamos la vida, esto significa que amamos la comida y la bebida. Fue famosa nuestra bebida hecha con pulque: el comiteco. Son famosos los platillos que preparan en los restaurantes y la comida que preparan las mamás y las abuelas en las casas. Cuando acude un visitante siempre disfruta los antojitos para la cena: el pan compuesto, los huesos, los taquitos estilo tío Jul, las chalupas. Son antojitos realizados en forma sencilla, sin muchos ingredientes, no obstante, son riquísimos. Amamos la vida, amamos la convivencia. Todos los pueblos del mundo disfrutan la vida, encuentran diversas maneras de alimentar las relaciones sociales. Pero acá, en el pueblo, hay un elemento que es parte fundamental de nuestro día a día y que se potencializa cuando nos reunimos con los amigos o con los familiares: la anécdota. Ah, la anécdota, es un legado que viene en nuestros genes. En muchas partes de la república y del estado de Chiapas reconocen que la anécdota comiteca posee una gracia especial, nosotros le tenemos gran aprecio a las personas que son grandes contadores de anécdotas. Te he contado que, por ejemplo, cuando nuestra cronista Doña Lolita Albores estaba presente en un convivio la gente se apuraba a sentarse cerca de ella, porque estaba garantizada la alegría a través de las anécdotas que ella contaba y que las contaba con una gracia sin igual. Imaginá entonces esa mezcla genial: comida rica, bebida buena y anécdota sensacional. Estos tres elementos son parte esencial de nuestra personalidad, por eso cuando llegan visitantes a esta tierra regresan contando maravillas, porque tuvieron la grata experiencia. A veces he pensado que me convertiré en un gran empresario donde ofrezca esos tres elementos para los visitantes. Sé que será un éxito, haré harta paga, que, por supuesto, repartiré entre los contadores de anécdotas, los chefs y los productores de las bebidas. Ah, pero yo, en mi calidad de empresario machuchón, me llevaré la mayor parte de la paguita, porque ya es justo que un día de éstos cambie mi tsurito, modelo 2000, por una camionetita de esas bonitas que manejan los picudos del pueblo. En la anécdota no hay límite. La anécdota da vida, porque ya los expertos nos han dicho que una de las cosas que más otorga salud es la risa. Todo mundo debe gozar la vida, todo mundo debe reír hasta botarse. No hay un registro donde se diga que la anécdota debe consumirse con moderación. ¡No! La comida y la bebida son para consumirse con moderación, pero la anécdota debe compartirse hasta que rebose (rebalse, diríamos en Comitán). Posdata: yo no me atrevo a contar anécdotas, porque no poseo la gracia que sí tiene, por ejemplo, mi querido doctor Alfonzo Pinto. ¿Chistes? Tampoco tengo la gracia. Quien me sorprendió el otro día fue un querido amigo, contó que una vez un niño entró de improviso donde se bañaba su mamá, ésta apenas le dio tiempo para cubrirse abajito, y el hijo le preguntó: ¿qué escondés, mamita? Ah, cualquier cosa. Días después los papás llevaron al niño al restaurante, el papá pidió lo que comería la esposa y él, cuando el mesero preguntó: ¿y para el niño?, el papá dijo: traele cualquier cosa. Sí, dijo el niño, pero sin pelos. ¡Tzatz Comitán!