Al salir de Barra Oxidada había dispuesto poner mi vida en el hueco que Dios me enviara. Me envió a Verónica y ella me envió a solicitar trabajo en la biblioteca donde trabajaba desde hacía más de cuatro años.
La entrada principal de la biblioteca daba al costado del atrio de un templo (luego me enteraría que en el templo existía el cuerpo incorrupto de un beato y por eso era visitado por mucha gente).
Esa mañana, Verónica me esperaba en la entrada. Me saludó de beso, como si fuéramos dos viejos conocidos y me llevó hasta la oficina del Director. Tocó y cuando oímos: "pase", me empujó y dijo: "No te preocupes, no pasa de que te diga que no".
El piso estaba alfombrado. El Director me vio por encima de sus lentes y me señaló la silla.
-¿Así que buscas trabajo?
-Sí, señor.
-Hmmm, ...cantinero -Tenía mi solicitud de empleo entre sus manos.
-Sí, señor, por más de diez años -lo dije con tono de mucho orgullo.
-¿Así que no terminaste el tercero de primaria?
-No, señor, pero sé leer y escribir.
-Hace muchos años llegó Verónica y se sentó ahí en donde estás tú.
-Sí, me contó, señor.
-¡Ah, muchacha del demonio! Iba a botarla de inmediato, pero me ganó con su simpatía y terminé dándole el trabajo -se apoyó en el escritorio y me dijo en voz baja: "Y nunca me he arrepentido de esa decisión".
Verónica me contó en el camión que había huido de su casa. Sus papás eran alcohólicos y la maltrataban día tras día. Con su maleta entró a la biblioteca y le pidió a la secretaria la llevara ante el Director. La secretaria le dijo:
-¿Para qué quieres ver al Señor Director, ni-ña?
Y Verónica le dijo:
-Le tengo que dar un recado urgentísimo.
-¿Qué tan urgente?
-No sé, así me dijeron los señores que me contrataron.
La mujer se interesó.
-¿Y qué dice el recado ur-gen-tí-si-mo?
-Dice que no puedo decírselo a us-ted. Me dijeron que sólo al Director le podía decir. ¿Le avisa?
Así logro entrar.
(Continuará)