martes, 8 de enero de 2008

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (38)

Yo agradecí que ella fuera tan platicadora, ella (después me confesó) le cayó muy bien que yo fuera tan parco, tan buen escucha. Creo que una de las cualidades que debe tener un buen Buscador de Dios es saber escuchar. Yo nací con esa cualidad.
Nos despedimos. Me recomendó que no llegara tarde al día siguiente porque teníamos muchas tareas por comenzar.
El departamento que había rentado estaba a ocho cuadras de la biblioteca y a dos del restaurante en donde habíamos cenado. Caminé y en la esquina me topé con una pequeña plaza llena de vida. Muchos jóvenes atiborraban un bar. Los bebedores llenaban las mesas colocadas debado de sombrillas que invadían la plazuela. Un grupo de rock tocaba en el fondo del local iluminado a media luz. Las mesas de afuera tenían quinqués prendidos. A diferencia de "La sin par" acá se entremezclaban hombres y mujeres. Pensé que al siguiente día, que era viernes, invitaría a Verónica a este bar.
Crucé la calle y llegué al callejón donde estaba mi departamento. No tenía con quién presumir esa noche, pero llegado el momento presumiría que estaba viviendo en un edificio construido en el siglo XVII. Tal vez en mi recámara había dormido alguna doncella de esas que por las noches subían a carruajes para ir en busca del amarte furtivo, tal vez.
Caminé por entre la fila de árboles sembrada a mitad del callejón y llegué al edificio, me recibió con su fachada de piedra y talavera y su portón de madera. Subí por la escalera con pasamanos de hierro forjado y escalones de piedra basáltica. Pensé en lo diferente que era este mundo con respecto al humilde mundo de paredes llenas de salitre de "La sin par". ¿Este mundo era mejor? ¡No! Le sobraba pasado, pero le faltaba el mar. Crucé la estancia y salí al balcón. Pensé en Azucena. ¿Qué estarían haciendo el viejo Artemio y ella? En Barra Oxidada tenía el horizonte a la altura de mi vista, acá, a la altura de mi vista tenía las ramas de un árbol y el nacimiento de la fronda. Alcancé a ver un pájaro dormido. ¿Era en verdad un pájaro? Era una mancha negra que no se movía. Tal vez era un hueco. ¿Un hueco en medio de una fronda?

-Bebé, mi bebé -dijo Verónica y me soltó de su abrazo-. Hmmm, huele riquísimo. ¿Qué preparaste? ¡A ver! -me tomó de la mano y me llevó a la cocina y ahí levantó tapas y metió las narices en ollas y sartenes.
-¿Cerveza o vino? - pregunté.
-Chela, que sea chela. Esta noche nos vamos a emborrachar estilo José Alfredo.

(Continuará)