A muchos de mis afectos más duraderos, los más significativos, los conocí en la juventud. Fue la época de la palomilla, del montón de anhelos que se abrazaba en el ideal común. Las casas de cada uno de mis cuates, mis hermanos, fueron como la extensión de mi casa, y viceversa; las mamás de cada uno de mis cuates, mis hermanos, fueron como el abrazo dilatado de mi mamá, y viceversa.
Las mamás sabían que éramos un rebaño ciego y no dejaban que ninguno de nosotros se volviera la oveja descarriada, con amorosa intención nos protegían y nos devolvían al redil.
Así, cada una de estas mamás se convirtió en un pedazo de nuestro corazón.
Mientras tanto, nosotros, palomilla alegre e irreflexiva, caminábamos todas las calles del pueblo, nos bebíamos todos sus cielos, todas sus plazas, todos los ojos de sus muchachas bonitas, todos sus callejones y todas las cervezas de todas las cantinas de Comitán.
Ayer hablé con Javier y me comentó que falleció doña Anita Marín viuda de Román. Doña Anita es extensión de mi corazón.
Una mañana, hace ya varios años, falleció doña Consuelito, la mamá de Pedro, y años después murió doña Luchita, la mamá de Memo.
La vida tumba caña, es ley inagotable.
Mi palomilla ha dejado de ver algunas nubes luminosas. Nos quedan doña Carmelita, doña Blanquita, doña Luchita y mi mamá.
Por suerte, de las nubes que ya vuelan otros cielos perduran los retoños que injertaron en nosotros: un regaño tolerante pero decidido, un caldito caliente para atenuar la cruda, una palmada afectuosa, una canción a medio patio o una regadera que llovía sobre el jardín. Tal vez por su calor y por su afecto, ninguno de nosotros se volvió la oveja descarriada, con tumbos y con defectos de lo que es una vida normal, los miembros de la palomilla tratamos hoy de sembrar luz, sólo luz.
¿Por qué escribo este sentimiento tan personal en este cuaderno de apuntes? Lo escribo porque sé que este cielo no es exclusivo de mi palomilla. Todas las palomillas del mundo crecen con este sol. Las mamás de todas las palomillas hacen un nido que calienta las aves que nacieron en otro cielo. Las mamás de todas las palomillas extienden sus alas y alcanzan a cubrir los huesos fríos de los que más que amigos son carbones del mismo fogón.
Gracias doña Anita, gracias mamá.