jueves, 7 de febrero de 2008

Las luces del camino


El hombre hurga en su memoria. Ve fragmentos de su vida. Como si estuviera en el cine la vida es una interminable película. Desde siempre las películas que ha hecho el hombre en su cerebro son en color. ¿Por qué el cine real comenzó en blanco y negro? ¿Qué nostalgia de sombra le alentó a ello?
Hay un niño en el corredor de la casa. El niño está sentado sobre el piso de losetas de barro. Acaban de regar las plantas del corredor y el piso está húmedo. ¡Todo sucede como si la vida no fuera más que esa nube temporal que se exhibe al apagar la luz en la sala de un cine!
Pasa la sirvienta, lleva una manta para las tortillas. El niño sigue sentado en el suelo. Dos días antes fue su cumpleaños. Hace rato llegó la secretaría de la oficina de su papá y le entregó un paquete envuelto en papel para regalo. El niño se sabe mimado, querido. Abre el paquete y halla tres revistas (tres comics, dirían hoy). La cara del niño se ilumina, es como una de las orquídeas que están sobre los pilares y que ahora chorrean agua.
Todo sucede como sucede en un cine. El cerebro del hombre guarda todo, lo más trascendente, lo más superfluo. ¿Acaso hay algo superfluo en la experiencia de vida?
El niño abre la primera revista. Es la historia de Marco Polo. La sirvienta regresa con las tortillas, la mamá del niño sigue regando las plantas, el papá da una orden y dos empleados cargan unas rejas de refresco. El niño no ve nada de esto, él viaja, al lado de Marco Polo, por tierras de la China.
La vida, en la memoria, es una gran película, una infinita cinta ¡a todo color!
Por esto, los hombres que leen casi casi no ven lo que sucede a su alrededor. Ellos viven la vida como si ésta no fuera más que una eterna aventura que debe recorrerse por los laberintos del cerebro.
Debe uno ser tolerante con los hombres que leen. Parecieran distraidos, no lo están, están concentrados en otros territorios, territorios invisibles para los que a diario se empeñan en vivir únicamente la realidad.