lunes, 19 de mayo de 2008

Crónica de lo sucedido en Trinitaria en la presentación del libro de Mario Escobar

CARTA A DÁMARIS, DONDE SE CUENTA DE UN PUEBLO MARAVILLOSO LLAMADO TRINITARIA

Querida Dámaris, no sé si conocés Trinitaria, lo que sí puedo asegurar es que conocés la obra literaria de Mario Escobar. Trinitaria es un pueblo que está a quince kilómetros de Comitán.
Trinitaria estuvo de fiesta en días pasados. Su cielo olía a “eques”, esas flores que cuelgan en los cielos improvisados que los trinitarenses construyen para proteger la entrada de su templo.
La obra de Mario es fantástica, por la temática de sus cuentos y por la diafanía de su corpus. ¿Sabés qué? Trinitaria también es un pueblo fantástico, el jueves pasado viví algo que fue pura ficción, ficción pura. Mario me invitó dos días antes para ser presentador de su libro: “Los días por venir y otras ficciones”, libro editado por la UNICACH, en la Colección Boca del Cielo.
¿Alguna vez te ha dado ganas de provocar una ruptura en el tiempo y en el espacio? No lo vas a creer, pero la tarde de la presentación convertimos a la literatura en un acto masivo. Vos sabés que las presentaciones de libros son eventos para minorías. La celebración de la palabra jamás ha sido monedita de oro pa’caerle bien a todos. Sin embargo, ese día Trinitaria nos regaló algo como una flor de viento renovado.
La presentación estaba programada para efectuarse en el Salón “Montebello”. A las seis treinta de la tarde todo anunciaba una presentación “normal”, Mario, Bertha Maldonado y yo estábamos a punto de subir al estrado para presentar el libro ante un auditorio muy formalito formado por cuarenta personas, más o menos. Mario, incluso, me dijo que le gustaba ese espacio lleno de amplios ventanales que muestran los montes que cobijan al pueblo. Mas un espíritu inquieto dio una torcedura a lo lineal. A esa misma hora, a escasos cincuenta metros, en la explanada de la presidencia municipal, más de trescientas personas estaban sentadas muy “informalitas” (apartando lugar) esperando que dieran las ocho de la noche para oír la actuación de Napoleón, el cantante que fue muy famoso a partir de los festivales OTI. ¿Y si la presentación la hacíamos en la explanada? ¿Era posible presentar un libro frente a un público -al aire libre- que esperaba oír música? Mario no dudó, al estilo de Julio Cortázar dio el paso para que la vida, aunque fuera por un solo instante, la convirtiéramos en literatura. A partir del sí que dijo Mario todo cambió. El secretario particular se comunicó con el presidente municipal y éste autorizó el cambio de escenario. Ya podés imaginar la que se armó, Dámaris. Un grupo de hombres cargó las sillas y la mesa de honor, mientras el público de la explanada miraba expectante un movimiento inesperado. Algunos miembros del equipo de logística de la feria no comprendían el cambio y dudaban de la efectividad.
El público del salón se trasladó a la explanada, no entendía el motivo. A veces hay movimientos en el universo que son incomprensibles.
La mesa no se colocó en el templete porque ahí ya estaban colocados la batería, las guitarras y el teclado del grupo que acompañaría a Napoleón horas después. La mesa se colocó a ras del suelo, muy cerca del público. Los tres presentadores, el moderador y el Presidente Municipal nos sentamos en la mesa de honor. En los rostros había algo como una neblina de preocupación. Yo, Dámaris, respiré hondo y pedí la gracia para que la piedra de la duda desapareciera de cada uno de nosotros y obtuviéramos la luz para asumir con armonía el caudal de ese río novedoso. ¿Podés imaginar el escenario de la presentación? Cientos de personas hablaban, el globero pasaba ofreciendo su mercancía mientras una señora movía la carreola para que su hijito lograra “llamar” el sueño. Al fondo, escasos veinte metros de donde estábamos, la gente bebía mistela en el puesto de encurtidos, o compraba hot cakes embarrados en algo que semejaba mermelada de fresa. La bulla era una capa que pendía sobre nosotros, igual que la espada de Damocles, dispuesta a caer en cualquier momento. No sé porqué pienso que Marco Aurelio Carballo hubiera disfrutado esta presentación, él tan dispuesto a la novedad. Sé que hubiera disfrutado ese instante en que dejamos el saco y nos atrevimos a hacer una presentación en mangas de camisa. Logré tranquilizarme, a pesar de ese oleaje ruidoso que rompía contra el frágil paredón de nuestra palabra. Bertha bonita también parecía disfrutar el momento. Mario no sé si dudaba o gozaba ese inusual modo de inaugurar una nueva manera de atreverse a ser, pero lo vi ecuánime. Al final de nuestras participaciones la gente aplaudió y algunas personas se acercaron a comprar el libro y a pedir a Mario el autógrafo.
Entre quienes se acercaron a comprar el libro hallé personas del público original del salón, pero creí ver uno que pertenecía al público de Napoleón. ¿Lo imaginás? Si esto fue así nuestra irreverente aventura obtuvo su mayor justificación.
El autor y los presentadores, llegamos a Trinitaria dispuestos a transitar sobre una calle parejita, pero, provocadores al fin, nos atrevimos a escalar una montaña. Nunca se nos agotó el oxígeno, al contrario, llegamos a la cima y descubrimos que, a veces, la vida puede ser una hermosa ficción. ¡Hicimos literatura!
Nuestro público había acudido para llevarse un poco de luz de Napoleón, ¿se llevó algo del destello de la obra de Mario? No lo sé, Dámaris, nunca lo sabré. Esto sólo podrá decirlo el espíritu de cada uno de ellos.
Ahora que te escribo pienso en los vientos de esa tarde de mar. Nunca hubiéramos hecho algo así en Tuxtla o en Comitán. Por eso te digo que Trinitaria es un pueblo maravilloso, ¡fantástico!
Mientras Mario leía un texto, echaron las campanas al vuelo y cientos de personas caminaron con velas, flores y cantos con rumbo al templo. ¿Mirás qué prodigio? Ni en mis más alucinados sueños obtuve una imagen similar. Ahora pienso que fuimos parte de un cuadro pintado por Magritte o Chagall.
No sé si Mario o la Bertha bonita estuvieran dispuestos a repetir la experiencia, pero yo, Dámaris, volvería a treparme a ese papalote increíble que vuela otros cielos.
Sale, Dámaris, te dejo chambear. Cuidate siempre, yo siempre te escribo.