lunes, 26 de mayo de 2008

La luz de Rosario

La licenciada Yvette Constantino Gutiérrez, Directora del Centro Cultural Rosario Castellanos, hizo favor de invitarme al evento que preparó con motivo a un aniversario más del natalicio de Rosario Castellanos.
Comparto con los lectores de este cuaderno de apuntes el texto que leí esta mañana:

“No me vayan a hacer a mí esa cosa de los hombres ilustres”

Buen día a cada uno de ustedes.

Jaime Sabines, en el poema que dedicó a la memoria de Rosario Castellanos, escribió: “No me vayan a hacer a mí esa cosa de los hombres ilustres”. Sabines se refería a esa costumbre de sacralizar el nombre más allá del hombre.

El reclamo de don Jaime es como una brizna de auténtica humildad. Pero, cabe la pregunta: ¿qué tan vanidoso resulta el hecho de que los hombres ensalcemos los nombres de los hombres que trascienden?

El día de hoy, a convocatoria de las autoridades del sector cultural del municipio, estamos reunidos para conmemorar un aniversario más del nacimiento de la comiteca Rosario Castellanos. ¿Cuál es el motivo real que nos mueve? Tal vez el afán de reafirmar algo que, en otras partes se pronuncia con voz clara, y en nuestro pueblo lo hacemos con una voz tímida: Sor Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellanos son las dos mujeres más importantes de la literatura mexicana.

¿Tenemos conciencia de que el nombre de Balún-Canán resuena en muchas regiones gracias a la obra literaria de Rosario Castellanos? No exagero si digo que ningún comiteco ha puesto el nombre de Comitán en boca de medio mundo como lo ha hecho Rosario. Las traducciones de su obra a muchas lenguas han permitido que estos cielos también sean cielos de otros vientos.

Pero en Comitán no tenemos plena conciencia de ese suceso. La niña protagonista de la novela “Balún-Canán” se acerca a su nana y le dice: “¿Sabes? Hoy el conocido el viento”, y la nana responde: “Eso es bueno, niña. Porque el viento es uno de los nueve guardianes de tu pueblo”.

¿Los comitecos conocemos la esencia de cada uno de nuestros guardianes? ¿Alguien nos lo ha transmitido? ¿Alguien nos ha cedido la gracia de sabernos poseedores de semejante grandeza? No sé ustedes, ¡yo no lo sé!, pero Rosario ya prendió el fogón y nos enseñó que el viento es una de esas nueve estrellas. ¿Cuáles son los ocho fulgores restantes? Intuyo que una de estas estrellas puede ser la luz, la misma luz que ahora se derrama sobre las tejas de las casas y de los espíritus de los comitecos. Y en este pozo de luz, ya lo dijo Óscar Bonifaz, hay una lámpara llamada Rosario.

Rosario nos entregó un hilo que borda parte de nuestra identidad. Por esto tal vez sea momento de ser recíprocos con su generosidad y dejar de lado “esas cosas” que le hacemos a los hombres y mujeres ilustres; tal vez sea momento de bebernos las palabras de su poesía, de su narrativa, de sus ensayos, e incluso de sus cartas de mujer enamorada del amor; tal vez sea momento de decirle a Rosario que los homenajes en su memoria son un intento por descubrir que existe “otro modo de ser”; otro modo de sabernos hijos de la luz y del viento.