miércoles, 3 de febrero de 2010
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TREN TIENE ALAS
Querida Mariana, ¿imaginás un tren rebelde? ¿Uno que rechazara andar por la vía y se atreviera por caminos alternos? ¿Qué decís? ¿Qué entonces no sería tren sino carro o carreta?
Los trenes, se sabe, no tienen más camino que el señalado por la vía. Lo más que pueden hacer es andar hacia atrás. La gran novedad de su vida es cuando un empleado de los Ferrocarriles los cambia de vía, pero no tiene mayor chiste, porque un segundo después están por otra ruta, pero siguen la línea trazada.
A mí me encantan las personas que, a pesar de que son trenes porque así se los dijeron desde pequeños, hacen un alto, bajan de la vía y se echan a andar por otras sendas, incluso por algunas que, como dijera el poeta, las abren en el momento mismo que comienzan a andar.
La tía Romana era así, a pesar de no ser italiana sino una sencilla mujer nacida en Las Margaritas. Siempre caminó por vías alternas (recordá que en Italia las vías son los caminos; es famosa la Vía Apia).
La mamá de tía Romana, la tía abuela Florencia, procuró que su hija fuera una niña obediente, pero la niña, como decía don Abundio: “nació como rama torcida”.
Desde chica rehuyó los caminos rectos y prefirió aquéllos donde el viento corre libre. La primera vez que su don se manifestó fue una tarde en que todos los de casa fueron a día de campo. La niña Romana subió junto a sus primitos a la redila del camión, se sentó al lado de los demás niños, cantó y palmeó cuando los demás lo hicieron y durmió a la hora que todos cayeron rendidos; Romana bajó al lado de todos cuando llegaron al valle donde los árboles enormes presagiaban una tarde maravillosa; pero comenzó a cambiar su personalidad a la hora que sintió el viento juguetear sobre su cara. Cerró sus ojos y pensó, a su corta edad, que si el viento fuera un tren no permitiría que le impusieran vías. Así que decidió que sería como el viento desde ese instante.
No sé qué pensás, Mariana, pero yo veo que desde la casa y desde la escuela nos educan para ser trenecitos. Lo más que nos está permitido hacer es pitar de vez en vez y cambiar de ruta, siempre y cuando el guardagujas así lo disponga. A veces nos echamos en reversa, pero jamás, ¡jamás!, oílo bien, Marianita, jamás nos permiten bajar de la vía y echarnos a andar por otros caminos. “¡No -nos dicen- no pueden bajarse de las vías porque ustedes son trenes!”. Y como sabemos que los trenes no pueden andar por las carreteras o por senderos porque sus llantas no son de caucho no nos bajamos porque tenemos miedo a quedarnos parados para siempre. Pero, Mariana, hay ejemplos de trenes que se han rebelado y han caminado, incluso ¡han volado!
La tía Romana fue de esos trenes rebeldes, de esos trenes que, desde niña, supieron reconocer que sus sueños no eran de metal ni de carbón y que no tenían balatas porque no tenían freno.
La niña Romana necesitó un solo día para darse cuenta que era hija del viento y desde entonces, como si fuera papalote, no se conformó con una sola vía sino que adoptó todos los cielos. No se casó nunca. ¡Sólo eso faltaba! Le conocí un bonche de amados y siempre, siempre, Mariana, (aún en los peores tiempos) la vi iluminada, luminosa, con la misma sonrisa que siempre tiene el viento que juguetea a todas horas por encima de los árboles, de las azoteas y por encima de los deseos.
P.d. Según la Chayo Castellanos el viento es uno de los nueve guardianes del pueblo llamado Comitán, por esto, tal vez acá he conocido dos afectos que son como la tía Romana. Los adultos las censuran y les advierten que no llegarán a ningún lugar, pero yo las veo, igual que la tía Romana, luminosas, ¡iluminadas!