viernes, 19 de febrero de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA VIDA SE RECICLA



Querida Mariana: anoche soñé que reencarnaba en vida. Según el Pancho Pitirijas esto fue lo que le sucedió a Gregorio Samsa cuando se sintió cucaracha. Y parece que, si ponemos atención, a diario constatamos que el fenómeno se da de manera frecuente. Algunas personas no necesitan morir para reencarnar en algún animal. Recuerdo a doña Alicia, la señora que vendía cestos de mimbre en el mercado. Un día, dos o tres años que falleciera, me confió que esa mañana había despertado con “armonía” (vos sabés que en Comitán esto significa amanecer con una cierta ansiedad que no se sabe bien a bien de dónde proviene). Dijo que tenía la idea boba –así lo dijo- de que no era la mujer que había sido desde el primer día que nació, sino que era una paloma. ¡Sí, sí -le dije- yo tengo un afecto que anhela ser paloma! ¡No, no -dijo ella- yo no sueño con ser, yo soy! Ya imaginarás qué pensé, pero cuando la vi caminar como si fuera una paloma de esas que juguetean alrededor de la fuente de las plazas de todo el mundo y la vi mover su cabecita como empujando al viento, ¡le creí!
Creo que el tío Juanelo anda por ese camino, porque a la hora que come cada vez se parece más a un cerdo; y la tía Carmela también debe andar en proceso de reencarnación en vida porque, cuando camina por el parque, para el culito como si fuese una pata zambulléndose en el lago.
Soñé que estaba en una cantina, sentado en una mesa al fondo, al lado de una ventana que daba a un callejón casi oscuro. Era de noche, el ambiente estaba lleno de la música de una rockola, de humo de cigarro y de aromas de jamón ahumado y cebolla que salían de la cocina. El dueño de la cantina tenía un trapo rojo sobre su hombro izquierdo y permanecía atento a lo que sucedía en el salón. Yo había levantado dos veces la mano para llamar al mesero, pero éste me había ignorado porque servía con demasiada atención una mesa donde estaban dos mujeres con playeras blancas escotadas y labios rojos (recuerdo que sus labios eran como los de Angelina Jolie, así que -en lógica dentro de mi sueño- pensé que el mesero hacía bien en no atenderme). Volví a levantar la mano, quería pedir una cerveza bien fría. El mesero me vio y unió los dedos pulgar e índice de su mano derecha en signo de que lo esperara “tantito”. Pero ¿qué tanto es tantito? Hasta en un sueño “tantito” puede ser un tiempo demasiado largo. Por esto, cuando el mesero -¡por fin!- llegó para que le ordenara no salió mi voz. Según yo, gritaba: ¡Quiero una cerveza!, pero el mesero me miraba como si yo fuera un fantasma. En lugar de voz humana vomitaba algo como un pitido. Supe entonces que había reencarnado en vida, ¡era un cenzontle! Te lo juro, Mariana, de mi garganta salían mil cantos y la gente se burlaba, mientras de sus bocas, como si ellas fuesen cervezas, brotaban espumeros. El mesero se largó. Una de las muchachas con escote se levantó, me tomó entre sus manos y, así como se toma un pajarito desolado, me tomó entre sus manos y me besó. ¡Ahí desperté, Marianita! Fue como un pinche cuento de esos en que la princesa besa al sapo, sólo que acá fue al contrario. Dejé de ser un hermoso cenzontle y me encontré convertido “en yo” (así hablaba mi tío Romualdo).
P.D. ¿Sabés qué fue lo peor? Que desperté con sed, con sed de cerveza. Tiene muchos años que no bebo alcohol, así que tuve que “conformarme” con beber un vaso de agua.