viernes, 5 de febrero de 2010
LUCES PARA LA TARDE
Con afecto para mi amigo Paco Gamboa Lara,
un comiteco talentoso, de verdad.
¿Cómo puede compartirse un mundo pequeño con El Mundo entero? Parece que la fórmula es sencilla: ¡abriendo la mano!
Esto es lo que ha hecho mi madre, desde siempre. Ella, ahora, tiene setenta y nueve años. Desde que tengo uso de razón ella no ha hecho más que abrir su corazón a través de un acto tan sencillo como ¡abrir la mano!
Ella ha sembrado plantas, muchas plantas, en todas las casas donde hemos vivido. Cuando tuvimos una casa con un jardín enorme ella sembró cientos de ellas; y cuando nos tocó vivir en un departamento tan breve que parecía una cáscara de nuez, ella se las ingenió para sembrar plantas en botes de frutas de conserva o en botellas de plástico cortadas a la mitad.
Una tarde, en que ella tejía al amparo de una vela, le dije lo que sentía. Le agradecí que siempre hubiera puesto una flor frente a mi mirada. Ella dejó las agujetas y el tejido sobre el sillón donde el gato estaba recostado y me preguntó si había yo visto el cielo esa mañana. Le contesté que no. Ella tomó de nuevo su tejido y comenzó a cantar en voz baja una canción que le enseñó su mamá cuando juntas sembraban flores del Paraíso, en la finca donde los finqueros sembraban plátano.
¿Qué tenía el cielo esa mañana? A partir de ese día nunca he vuelto a ignorar el cielo. Entendí que mi mamá siembra plantas no para ponerme una flor frente a mi mirada, las siembra porque es la única manera de acercar El Mundo a mi mundo.
Lo mismo hacen los hombres y mujeres que abren la mano y siembran una semilla de maíz en el surco; lo mismo hacen quienes abren la mano y escriben una injusticia; quienes abren la mano como si abrieran su boca para construir un sueño de libertad.
El mundo tiene muchas plagas, las vemos a cada rato. Hay grandes extensiones de terreno que son amenazadas por miles de plagas. No obstante, en contra de esa brutal sentencia Bíblica, hay hombres tiernos que insisten en sembrar renuevos.
Cada vez que mi mamá cultiva una planta es como si colocara una flor en el universo.
Pareciera un acto muy sencillo, casi simple; pero cada vez que un hombre abre la mano para saludar al otro ¡hace grande el mundo pequeño de las cosas cotidianas!
Los depredadores no pueden entender la grandeza de este acto simple; los espíritus simples tampoco lo comprenden. Para ello es necesario ser hijo de una madre o conocer los secretos que la mano prodiga, por ejemplo, en la caricia de la amada.
El prodigio del universo tiene mucho que ver con la mano que se abre para modelar el barro, para pintar una vasija, para descolgar el fruto, para sembrar la semilla, para meter primera en una subida o para palpar las paredes cuando la oscuridad es profunda.
¿Cómo se comparte un mundo pequeño con El Mundo entero? Abriendo la mano como si ésta fuera el horizonte y el Sol representara el deseo de un mundo más justo y más tolerante.