miércoles, 24 de febrero de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA MIRADA ES OBLICUA



Querida Mariana, Ramiro cumplió años el pasado quince de febrero. Dice que cumplió cuarenta y cinco porque es la edad que representa. Tal vez Ramiro tiene razón, porque no somos más que actores en esta película llamada vida.
Cada uno de los mortales debe “representar” una cierta edad. Los solemnes exigen que cada uno represente la edad que dice tener; es decir, alguien de cincuenta y cuatro años debe constreñirse al guión previamente establecido: los de “cincuenta y más” deben ser serios, correctos y exitosos.
Los guiones sociales sancionan a los jóvenes de quince que no sonríen; los serios (ya se dijo) deben ser los de cincuenta. Un viejo de cincuenta que echa desmadre ¡no cabe en los esquemas!
Ramiro tiene unos “añicos” de más, pero él se empecina en vivir los cuarenta y cinco que “representa”. Pero lo más interesante en él es que no acepta ninguno de los guiones escritos por otros. Desde siempre (al menos desde que yo lo conozco), él ha escrito sus propios renglones, algunos derechos, otros medio torcidos, pero todos, ¡todos!, inéditos y llenos de ese aire que se llama libertad.
Creo, Mariana, que la puesta de escena de la vida tiene que ver más con las actitudes que con las edades. Un escritor inteligente sabe que la literatura aparece cuando un personaje se sale del común denominador. El personaje que realiza actos inesperados es el que conmueve a los lectores; el que modela el mundo; el que lo hace más amable y digno de vivirse.
Yo no sé vos, pero a mí me gustan esos viejos que a los ochenta, en lugar de estar botados viendo la tele o quejándose de sus huesos, andan en los salones de baile reventándose un danzón al lado de una muchacha; los que se mueren en la raya, pero en la raya de la vida.
Porque quienes son expertos en scripts solemnes dicen que los viejos no deben ser rabos verdes. El guión que escriben los “correctos” dice que un viejo debe ser un “anciano lleno de sabiduría”; es decir, un tronco casi inerte. Lo cierto es que los ancianos más hermosos son los dedos azules, las tenazas rojas y los rabos verdes.
La vida, por fortuna, es más interesante que el aburrido texto “oficial”. Hay hombres y mujeres que a los sesenta o setenta años de edad deciden, un buen día, comenzar a descubrir el mundo. Caminan como si volaran y suben cimas sólo para respirar otros cielos y besar otros aires.
Ramiro no es un viejo; al contrario. Él es más o menos de mi generación, así que ya podés tener una idea de cuantos años tiene. Pero, asimismo, podés darte una idea de cómo es en realidad si reitero que el quince celebró cuarenta y cinco porque esos son los años que “representa”. Estoy seguro que su puesta en escena ha sido una obra llena de vida, de luz, con ciertos matices oscuros que le han dejado esas dunas callosas sobre su piel.
Benditos los hombres y mujeres que aceptan representar cualquier personaje, de cualquier edad, pero que no aceptan diálogos preestablecidos. Son maravillosos esos parlamentos que permiten las torceduras. Son de antología esas puestas en escena donde los actores se alejan del guión y comienzan a improvisar como si fueran ríos desmadrados. Inundar otras riveras es la principal razón de la vida. A veces echamos a perder cultivos, pero otras veces damos vida a terrenos estériles.
P.D. Algún día conocerás a Ramiro. Él es comiteco, pero actualmente radica en otras playas (¡no se la pasa mal!). Cuando él venga a Comitán te lo presentaré. Iremos a Los Lagos y, una hora antes que el sol se oculte, verás que él se quita el pantalón y entra al agua de Tzizcao sólo para nadar un rato de “a muertito”. Se colocará como cruz sobre el agua tranquila y si de pronto mirás que algo como un periscopio asoma en la lejanía, recordarás que él no usa traje de baño. Porque Ramiro siempre ha sido un hombre dispuesto a recibir el viento y el sol sin más traje que la dignidad de su personaje representado. Ramiro ha sido ola de mar y nunca espuma.