viernes, 12 de febrero de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS CORRIDOS NO SE VAN




Querida Mariana: mi papá se sentía orgulloso de mí. Cuando él tomaba sus copitas con sus compadres, ya como a las cinco de la tarde, me llamaba, hacía que -sobre una silla- yo cantara. A mí no me disgustaba. Hubiese preferido cantar en la Scala, de Milán, por ejemplo, en lugar de hacerlo ante dos o tres compadres bonachones que, a esa hora, ya estaban inclinados sobre la mesa y babeantes; pero disfrutaba al ver la “chentura” de mi papá a la hora que yo cantaba aquel corrido que dice más o menos así: “Este es el corrido del caballo blanco, que un día domingo salió de…”. Dentro de su bolera codeaba a sus compas como diciendo: “¡Oigan bien, ese es mi hijo!”.
En cuanto terminaba, mi papá aplaudía como si su hijo fuera José Alfredo Jiménez y yo –también orgulloso- bajaba de la silla. Mi papá me jalaba, me abrazaba y me daba un beso. Yo salía corriendo y seguía jugando en el sitio de la casa.
¿A vos, Mariana, te gusta cantar? Hoy ya no canto. Debe ser porque mi papá ya no está para motivarme. Dicen que uno debe cantar porque el canto es como un bálsamo para el corazón, aún cuando yo nunca sentí esa caricia.
Ahora pienso que me equivoqué de canción, como que ese corrido era demasiado fuerte para un niño de seis o siete años de edad. En ese corrido, un verso dice que el caballo iba con el hocico sangrando y cojeaba de la pata izquierda.
Ya dije que en cuanto terminaba de cantar iba al sitio y seguía jugando, pero mi cara estaba llena de llanto. Me dolía mucho mirar a ese pobre caballo yendo de una ciudad a otra, en esos lugares desérticos del Norte, con el sol a plomo sobre su lomo, dando tumbos, casi cayéndose, sin una gota de agua, solo, tremendamente solo.
Aprendí, querida Marianita, que todos los hombres, en un momento dado, somos como este caballo, exigimos que nos quiten la rienda y la silla para echar a andar “a puro pelo”. A veces cabalgamos sin idea precisa de nuestro destino, ni de nuestro lugar de origen. A veces, no sé responder a la pregunta: ¿De dónde vengo?, y en ocasiones tampoco sé responder: ¿Hacia dónde me dirijo? Pero sigo caminando, con el hocico sangrando.
Hay caballos pura sangre que se sienten orgullosos por obtener el primer lugar en el Derby de Kentucky o en las carreras parejeras de Todos Santos, en La Trinitaria.
Hay otros que son flacos y prefieren recorrer las estepas, aunque algunas de éstas tengan piedras.
Los caballos más famosos de la vida son aquéllos que acompañaron al Quijote o al Cid, sin darse cuenta que “fueron” no por ellos sino por sus jinetes. Hay millones de hombres que anhelan ser Babiecas o Rocinantes. ¡Pobres!
No te ofendás, Marianita, pero vos ¿qué clase de yegua pretendes ser? ¿Una que sólo sea montada por esos maravillosos garañones de pura sangre o una que trote libre por los valles de todo el mundo?
Me gustaba cantar, frente a mi papá. A veces paso por los templos y escucho el canto de los fieles. Los entiendo. No los juzgo.
P.d. Mi papá silbaba. No conoció a su papá, nunca tuvo el privilegio de convertir un simple comedor en una sala de conciertos.