martes, 2 de febrero de 2010

PUPITRES COMO MUNDOS


Los pupitres de la secundaria eran generosos. Los muchachos de hoy no pueden entenderlo. Es un poco como ver un carro de los setentas, donde una familia de cinco cabía con gran comodidad.
Al inicio de clases todos los alumnos nos poníamos de pie y rezábamos una breve oración. Recuerdo entre sus versos uno que decía: "...haznos dóciles a la voz de nuestros maestros..." Docilidad es la virtud de seguir las indicaciones del guía. Hoy los jóvenes no son dóciles, creen que lo saben todo y les encanta caminar sin más guía que su "santa" voluntad.
Las escuelas de hoy tienen sillas de "paleta", ergonómicas. Las sillas se pueden desplazar de un lado a otro para hacer "dinámicas". Los pupitres de mis tiempos no se movían para nada, eran fuertes, sólidos, como grúas plantadas en el suelo.
Los pupitres de mi escuela tenían integrados los asientos, así que era estructuras maravillosas que cumplían con las mismas funciones que cumplen hoy las sillas de "paleta". Pero ¡eran más! Las medidas del tablero eran 80 de ancho por 50 de alto, más o menos. En la parte superior tenían unas "varillas" de madera que formaban una "alberca" donde colocábamos los lápices, plumas y borradores.
Si algún alumno estaba desvelado podía, perfectamente, a la hora del receso, recostar sus brazos y cabeza sobre la superficie y "echarse" un sueñito.
¿Quién juega ahora futbolito sobre la superficie de una "paleta"? ¡Nadie, nadie! Las sillas de estos tiempos apenas dejan espacio para colocar la libreta. ¿Qué sucede si tienen que dibujar? ¿En dónde colocan la regla, los colores, las gomas, los lápices y demás chunches?
Los pupitres de mis tiempos eran generosos. Eran tan generosos que permitían colocar en su superficie una tabla especial de dibujo técnico que usábamos en la clase del maestro güero. Sobre esta tabla pegábamos el papel manila que nos servía como soporte de los dibujos de planos constructivos, con uso de una regla T, de sesenta centímetros. ¡Ya quisiera verlos ahora!
Por supuesto, ¡no hacíamos dinámicas! Por esto pedíamos a las fuerzas superiores nos dieran docilidad para abrir el libro y mamar de ahí.
Los maravillosos pupitres nos permitían jugar futbolito. Ramiro y yo (y todos los demás, cada uno en su cancha particular) hacíamos una portería con plastilina y la colocábamos al fondo de la cancha, pegada a la "alberca"; hacíamos bolitas minúsculas de plastilina que eran las pelotas. Con los dedos de las manos, mientras el doctor Cancino nos hablaba de las bondades de las dicotiledóneas, nosotros hacíamos dribles y "pateábamos" con vigor para anotar decenas de goles. La única condición era ocultar las manifestaciones de júbilo y dejarlas para la hora de la salida. Más de una vez, a la hora del toque de chicharra, Ramiro salió corriendo del salón, con los brazos en alto, gritando ¡gol, gol, gol!, mientras los compañeros lo quedaban viendo con asombro y seguros de que Ramiro estaba más loco cada vez.
Hoy, los chavos no son dóciles. Debe ser porque sus sillas son breves, como breve es la educación.
Pero eran más, mucho más; los pupitres de esos tiempos ¡eran más! La tapa se levantaba y encontrábamos la "cajuela" más amplia que jamás tuvo carro alguno. Ahí guardábamos nuestros chunches escolares, las tortas para el recreo, chamarras y mil objetos más. Algún día platicaré de cómo un compañero se escondió adentro del pupitre en una campaña de vacunación. Algún día, también, platicaré de las travesuras que los maldosos hacían. Por ejemplo, ¿qué le hacían a las tortas de los bien portaditos? Pero será otro día. Estoy seguro que ahora el lector de este cuaderno recordó esas travesuras. ¿Qué puede decirse del compa que robaba la torta, se metía al baño, se masturbaba y luego regresaba la torta al pupitre para que el compa cándido la comiera a la hora del receso, mientras el resto del grupo, en otra esquina, lo miraba y se atacaba de la risa? En fin, será en otra ocasión.