domingo, 7 de febrero de 2010

COLABORACIÓN ESPECIAL PARA EL SEMANARIO "PALABRA ESCRITA"


CUANDO LA SANGRE DEJA DE CIRCULAR
Alguien me dijo: “el lunes volverá a circular Palabra Escrita”. Dejó de circular algún tiempo. Aún no es como el Sol que sale todos los días. El Sol no necesita anunciar su salida. Todo mundo da por hecho que el Sol saldrá. A veces no sale con la espectacularidad que acostumbra y se esconde tras nieblas o nubes densas; pero siempre sale. A diferencia del Sol, todo lo demás; es decir, lo que es cosa del hombre, ¡a veces “sale” y a veces no! Y por esto son necesarios anuncios como: “El lunes volverá a circular Palabra Escrita” o “Mañana sí haremos semitas”. Porque, después de todo, hacer un periódico es muy similar a hacer un pan.
El lunes (es decir ¡hoy!) Palabra Escrita estará como pan caliente en el puesto de revistas y su Director deseará que se venda como tal. Porque los periódicos son como los bolillos; si no se consumen pronto, después de dos o tres días ¡están duros! y ya sólo sirven para hacer migas para empanizar, “enprianar” o “emperredar”.
En Comitán tenemos una gran variedad de panes, incluso tenemos algunas variedades que hemos importado del centro del país. Nunca he entendido por qué a la rosquilla chuja (¡tan sabrosa!) algunos compas periodistas insisten en bañarla con temperante. A estos compas habría que recordarles que el temperante se lleva bien con el salvadillo, siempre y cuando, antes, se le abra un pequeño orificio en el centro para que el líquido rojo sea embebido a satisfacción.
Hoy vuelve a circular este semanario; es decir, la sangre vuelve a darle vida al corazón del hombre y viceversa. La sangre es vital, siempre y cuando esté adentro del organismo y ¡no chorreando afuera! Este Semanario -al menos hasta el momento- tiene la pretensión de que la sangre no se desparrame ante la mesa del lector, sino que sea la savia que dé vida a la reflexión, al análisis y a la imaginación.
Es bueno que haya toda clase de panes sobre la mesa del lector comiteco y del lector de Las Margaritas, de Tzimol, de La Trinitaria y demás municipios circunvecinos; es bueno que el lector de esta región pueda elegir. No es justo que los lectores sólo puedan comer bolillos, a veces duros.
Porque es bueno que la reflexión y el análisis circule ¡es buena noticia saber que la Palabra Escrita, igual que la sangre de este organismo llamado Chiapas, está en circulación! Y si es necesario el anuncio es porque este semanario aún está muy lejos de ser como el Sol de todos los días.


LOS TIEMPOS POR VENIR
Dicen que un día de estos tendremos salas cinematográficas en Comitán. Yo, que soy cinéfilo de hueso colorado, me preparo. Sé que no será como antes; sé que no encontraré a Saborío trepado en la sala de proyecciones; sé que no veré al doctor Guillén dormir de corrido las dos películas; sé que no habrá permanencia voluntaria y que al terminar la película tendré que salir porque de lo contrario me expondría a ser botado a patadas. También sé que no habrá tacos de doña Lola, ni el niño con la cubeta llena de “pepsis”.
Me preparo porque el mundo de hoy es diferente. No encontraré películas en maravilloso blanco y negro; ni tampoco pasará un gato por en medio de las filas para ahuyentar las ratas (bueno, espero que así sea).
Me preparo, porque en lugar del famoso grito de “¡Ya llegué!”, escucharemos cientos de tonos de celular de los graciosos que no apagarán sus chunches y tendrán la osadía de contestar en voz alta justo a la hora en que la escena está en suspenso. “¿Qué querés? No te puedo contestar ahorita porque estoy en el cine.”.
Sé que tendré que ser tolerante y, además, sé que debo ahorrar más de dos billetes verdes en mi billetera. Si mi acompañante lo exige tendré que comprarle un “combo” consistente en una “Mega bolsa” de palomitas, un “Ultra refresco” y unos “Giga nachos”.
Un día de estos tendremos, ¡de nuevo!, salas cinematográficas en Comitán. Los chavos, acostumbrados a estos tiempos, acudirán con naturalidad. Los viejos, quienes venimos de otro siglo, nos acercaremos con cierta incertidumbre. Desde lejos miraremos y aprenderemos al ver cómo los jóvenes piden y compran los boletos. Porque (esto no pueden entenderlo los chavos) hay una distancia de mil años luz entre ir al Cine Comitán, pedir un boleto, pagar cinco pesos y recibir un boleto; y asistir a un complejo cinematográfico y solicitar un ticket donde hay seis u ocho salas, con una gran variedad de horarios.
Debo prepararme. La matiné ya no pasará tres películas; no habrá gayola; no abriremos las ventanas del Cine Montebello para ver el parque central; no pasarán películas de Tarzán ni de Santo, el enmascarado de plata. Asimismo debo entrenar mis ojos y oídos porque la pantalla estará casi casi frente a mis ojos y las bocinas tendrán un sonido que ahora llaman “espectacular” y en otros tiempos llamábamos “infernal”. Un día de estos me darán un par de lentes en la entrada para ver una película en tercera dimensión y me sentiré como un extraterrestre, porque jamás he necesitado lentes para ver todo en cuarta y quinta dimensiones. Pero cederé, me volveré tolerante porque entenderé que el mundo de hoy es de los jóvenes y yo, yo, no soy más que un “chalequero” a esta fiesta de la vida.
Porque el mundo de ahora pareciera diseñado sólo para los jóvenes, para quienes dominan los chunches tecnológicos. Los viejos que nos atrevemos a jugar videojuegos, a usar el twitter, a leer libros electrónicos, a dibujar en tabletas electrónicas, somos como turistas en tierras ajenas. Balbuceamos algunas palabras en esos lenguajes extranjeros y tan difíciles de pronunciar. Arrastramos la erre porque pensamos que así suena en francés. Pero hay viejos que no cedemos ante el espanto del prodigio. Cerramos tantito los ojos ante el deslumbre, pero un segundo después abrimos los ojos y comenzamos a vivir el prodigio.
Me prepararé para que el cine de efectos especiales ¡me atrape! Me dejaré atrapar. Añoraré la simpleza del par de hilos que hacía volar un vampiro forrado con peluche negro, pero, un segundo después, acogeré con gusto el fuego artificioso que hoy llena la pantalla. Total, la magia del cine sigue siendo ese instante en que dejamos de lado los horrores y sinsabores de la realidad real.