miércoles, 17 de marzo de 2010
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LAS PIEDRAS ESTÁN LIBRES DE CULPA.
Querida Mariana, en el pueblo hay letreros que dicen: “En Comitán ¡el peatón es primero!”. Siempre pienso: Primero, ¿para qué?
Hay papás (espero que los tuyos no sean así) que a sus hijos les exigen ser “los primeros en clase”. ¿Los primeros en qué? A los papás les encanta saber que sus hijos son los “primeros” en levantar la mano para responder una pregunta. Creen que el aula es como una pista de campo donde el corredor debe llegar primero.
A veces veo en la televisión las carreras de autos. Vos, ¿las has visto? Corredores de la talla de Emerson Fitipaldi van “echo la mocha”, dan vueltas y vueltas sobre un circuito en intento de alcanzar el primer lugar. ¡Pobres!, pienso. Cuando viajo en auto me encanta mirar el paisaje, disfrutar de una buena conversación con los acompañantes, oír música o hacer un alto para bajar a orinar al lado de un pino y sentir ese viento fresco de las siete de la mañana o de las cinco de la tarde. Según yo, Marianita, ¡esto es la vida! Un camino donde jamás estás obsesionado por llegar al primer lugar.
Tal vez vos no estés de acuerdo con esto, porque sé que en ocasiones te desvelás haciendo trabajos de la escuela. Sé que te encanta obtener dieces y ser “la primera” de tu grupo. Tus papás deben estar muy satisfechos; la sociedad debe estar muy satisfecha.
Las comunidades siempre están premiando a los “primeros” y alentando sueños de medalla de oro.
Eso de que en Comitán ¡el peatón es primero!, es un absurdo. Se supone que antes que el auto está el peatón y que el automovilista le da prioridad al peatón. ¡No es cierto! Bueno, vos sabés que en Comitán el peatón es el último, porque el auto tiene todos los privilegios del mundo. Cuando a Katyna de La Vega se le ocurrió empedrar de nuevo calles y banquetas hizo una propuesta que pensó en los autos y no en la gente. Las calles tienen franjas de asfalto para que los autos no patinen, pero las banquetas están forradas con lajas donde a cada rato patina la gente, se cae y se fractura.
Me caen mal los obsesionados con ser los “primeros”. No soporto a los muchachitos pedantes que siempre sacan diez en la escuela o a los adultos soberbios que siempre creen que sacan diez en la vida. ¡Pobres! ¿Con eso se conforman? ¿Con paredes tapizadas de diplomas y medallas? Dios mío. Te pregunto lo siguiente: ¿Qué pasa con esos diplomas y medallas cuando, por ejemplo, una pared se cae en medio de un temblor? ¿Qué pasa con los dieces y los primeros lugares cuando un hombre olvida la humildad?
¿Y si esto que digo es por frustración? ¡Jamás he sacado diez en algo! Voy contento por la vida pasando de “panzazo”. Me he acostumbrado a obtener seises y sietes. Te juro que cuando algún maestro generoso me pone ocho ¡me siento mal!, casi casi como si me estuviera convirtiendo en un burguesito. Siempre he pensado que los dieces son para los burgueses; siempre he pensado que el pueblo disfruta los sietes.
P.D. La pelea por el diez causa muchas enemistades, muchos enconos. En secundaria tuve dos compañeros que siempre estaban disputándose el primer lugar, hacían hasta lo imposible por “destronar” al otro. Durante mucho tiempo estuvieron empatados, pero cuando uno de ellos se enfermó y debió bajar al segundo lugar tomó una cara de tristeza y frustración que aún le dura. El otro día me topé con él. Cuando, en medio de la plática, apareció el recuerdo del compa X, el rostro de Y se transformó y lo vi sufrir. ¿Lo mirás, Marianita? ¡Ha estado cargado ese nueve cinco durante más de cuarenta años! ¡Dios te libre de una situación similar! ¡Que Dios bendiga a los que no se “mueren” por ser “primeros”! ¡Que Dios bendiga a quienes no hacen caso de esa absurda prédica bíblica de los últimos serán los primeros! Que los últimos no se sientan mal, porque si llegaron al final es porque caminaron despacio, bebiéndose el paisaje del camino y de la vida.