martes, 30 de marzo de 2010

¿Y AHORA QUÉ?


¿Y ahora Carlos Slim qué piensa? Sé qué pensaba Carlos, mi compañero de primaria, que siempre era el primero del grupo, pero no sé qué pensará don Carlos. ¿Y ahora qué sigue? ¿Qué sigue cuando ya saliste en las listas de Forbes como el hombre más rico del mundo? Carlos, mi compañero, soñaba con ser el mejor estudiante de México (no sé si lo logró, porque un día desapareció de mi vista). ¿Pero don Carlos qué? ¡Ya está arriba de la montaña más alta! ¡No hay más! ¿Se tratará ahora de acumular más riquezas para llegar a ser el hombre más rico que jamás existió en toda la historia de la humanidad? ¿Se tratará ahora de pensar en la posibilidad de que en algún otro planeta existan seres como nosotros -digo, tontos materialistas- y don Carlos pretenda ser el número uno del universo en las listas de Forbes?
No sé qué pensará don Carlos. A la hora que se acuesta, ¿qué piensa? ¿Será que algo como un orgullo le recorre la piel y se infla como guajolote al pensar que no existe hombre en el mundo que tenga más paga que él?
¿Qué pensará a la hora que despierta y mira el Sol entrar por su ventana? ¿A la hora que camina por un parque y respira el aire y mira un árbol o una simple mariposa jugueteando por el viento? ¿Qué pensará -digo- cuando en la noche eleva la vista y mira el cielo y lo ve lleno de estrellas? Digo, no creo que piense: "Soy el hombre más rico del mundo". ¿Qué caso? Tal vez, pienso yo, hay momentos en que don Carlos piensa que ante la magnificencia del universo (frente a una simple hormiga que carga una hoja) su dinero no sirve de algo.
Porque, la verdad, eso de que es el hombre más rico del mundo no da envidia. ¡Quién sabe cómo llegó a serlo! Si ahora mismo hiciéramos una encuesta, la mayoría dijera que no quiere ser como don Carlos. La verdad: ¡pobre!, pero, bueno, así le tocó ser en la vida y no le queda más que disfrutar su primer lugar entre los ricos. Menos mal que el cielo no existe (me refiero al cielo donde se supone van a dar los que se portan bien en la vida) porque si no ¡qué friega! Don Carlos sería el último de la fila y no entraría porque ya lo dijo la Biblia: primero pasará un camello por el ojo de la aguja que un rico entre al reino de los cielos. ¡Chin! A don Carlos no le queda más que desquitarse en esta vida y comprar todos los chunches materiales que más pueda: carros, yates, campos de golf, cientos de edificios, los mejores vinos, los mejores relojes, haciendas. ¿Mujeres? No le queda más que volverse accionista del New York Times y de todo lo que se le ponga enfrente. Lo jodido de esto es que debe padecer el síndrome del cuate rico. Acá en Comitán tenemos un compa al que cada año nos preguntamos qué regalarle el día de su cumpleaños, porque como tiene su paguita (no, no, no crean que anda tras la lista de Forbes) pues tiene de todo. ¿Qué regalarle a don Carlos? No sé. No creo que sea buena idea regalarle un chunche. ¿Más pendejaditas? No, no, dirá, don Carlos, más basura ya no.
Tal vez él sueña en comprar un terreno en la luna o, como El Principito, comprar un asteroide donde pueda mirar a gusto una puesta de Sol.
Tal vez con Carlos lo que más disfruta es mirar una puesta de Sol. Y para esto, para esto, no se necesita tener toda la paga del mundo. Hoy mismo, si Dios lo permite, cada uno de mis lectores y yo podremos mirar este maravilloso espectáculo que no cuesta algo. Porque lo verdaderamente importante de la vida no vale algo. Digo, suena así como a moraleja medio mamila, pero es la realidad.
Cuando don Carlitos se rasura frente al espejo no es más que un hombre, igual que vos, igual que yo. "Espejito, espejito, ¿quién es el más riquito?". ¿Gana algo cuando el espejo responde: "Tú, Carlitos"?
¿Qué hará don Carlos cuando el pinche espejo -el próximo año- responda: "Hay otro más rico que tú"? ¿Nos pasará a joder con el cobro de sus servicios? ¿Inventará más cobros en los celulares, por ejemplo?