miércoles, 24 de marzo de 2010

LO DE TODOS LOS DÍAS


A Dios, porque me da la bendición de que mi mamá cumpla 80 años, con salud y luz.


¿Novedad? ¡No hay! El mundo, de pronto, nos quiere sorprender con algo novedoso, pero, viéndolo bien, no hay tal.
El Internet, la tercera dimensión o los celulares de última generación parecieran ser chunches espectaculares, pero no lo son porque su novedad está instalada en la pura rutina.
Pongamos por ejemplo a los espejos. Un espejo, por más moderno que sea, no puede darnos ninguna sorpresa. Si a alguien se le ocurre inventar un espejo que no refleje imágenes sino que vomite elefantes, el espejo sigue siendo rutinario, precisamente, por lo del vómito y por lo de los elefantes. ¡Pura cosa común y corriente! Para que un espejo resultara realmente novedoso debería ser algo fuera de “este mundo” y las cosas fuera de este mundo también están instaladas en la cotidianidad.
Un espejo que sea como un fogón o que sea un pozo de la eterna juventud o que invente universos o que sea como una fuente de oro o… ¡pura cosa ya dada!
Los seres humanos estamos tan contagiados de la rutina terrestre que no podemos inventar cosas realmente novedosas; es decir, cosas no existentes.
Benditos tiempos aquéllos en que todo estaba por inventarse. Bendito instante aquél cuando Dios comenzó a crear.
Porque hubo un tiempo en que no existían los animales, ni las agujas, ni los zapatos, ni los pies, ni las azoteas, ni los calzones, ni el pijama, ni la pasión; hubo un tiempo en que no existía algo. En ese momento todo lo que fue apareciendo fue novedad. Cuando el primer animal voló sobre el cielo ¡la novedad apareció! Si alguien hubiese presenciado ese momento habría dicho: “¡Tiene alas!” y medio mundo habría abierto la boca y preguntado: “¿Qué son alas, para qué sirven?”, pero ahora, si a algún científico se le ocurriera inventar un animal alado cualquier hombre diría: “Ah, es un animal que vuela” y seguiría haciendo lo que hacía, sin el menor asombro (basta decir que nadie se sorprende porque existan los ángeles. ¿Quién puede sorprenderse ante un hombre que, como pájaro, tiene alas?)
De acá en adelante ya nada puede sorprendernos. Los inventos más increíbles siempre estarán sustentados en objetos y chunches ya existentes. ¿Un día el hombre podrá leer la mente? ¿En dónde está la novedad si ya advertimos el advenimiento de eso? ¿Qué de novedoso puede tener si desde hace miles de años el hombre lee y sabe qué cosa significa la palabra “mente”?
Benditos los tiempos en que ningún objeto tenía nombre porque aún no estaban inventadas las letras (no las palabras). Ahora es tan sencillo inventar palabras porque todas éstas están hechas de letras; es decir, ni siquiera en las palabras “novedosas” hay novedad. Otra cosa sería si no estuvieran inventadas las letras o no supiéramos qué cosa son los abecedarios.
¿Se dan cuenta? Por lo que resta de vida al universo ¡ya no habrá novedad en algo!
Dichosos los tiempos en que La Nada era Todo. Ahora que Todo existe ¡Todo es Nada!