miércoles, 31 de marzo de 2010
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUZ JUEGA A LAS ESCONDIDAS
Querida Mariana, los estudiantes se detienen un instante y dejan una rosa sobre la banqueta. Lo hacen todas las mañanas, antes de tomar el autobús que los llevará a su escuela. Dejan la rosa sobre el lugar donde, según los enterados, una muchacha bonita se desintegró a la vista de medio mundo. Sí, leíste bien: ¡se desintegró! Los testigos presenciales dicen que la muchacha bonita vestía falda a cuadros rojos y azules, blusa blanca con el logotipo de su escuela sobre el pecho izquierdo, calcetas blancas; su cabello lo llevaba recogido, olía a hierbabuena. En cuanto ella llegó a la terminal dejó la mochila sobre la banca, buscó un libro y lo abrió. Investigaciones posteriores demostraron que el libro era un libro de cuentos de Julio Cortázar y que ella leía la página 84, línea 12, donde está el cuento: El Otro Cielo. La hora exacta de la desintegración fue la de las 7 de la mañana con 12 minutos y 14 segundos, en el instante que el autobús doblaba la esquina y se enfilaba a donde estaban los tres muchachos y los dos ancianos. Los otros dos jóvenes también iban a su colegio, un colegio diferente al de María Esperanza Chávez Conrado (nombre de la muchacha hija de la luz). Los ancianos eran marido y mujer e iban al hospital para una revisión de rutina (después se comprobó que no resultó tan de rutina porque ella murió. El testimonio del viejo no contó para las pesquisas pues padecía Alzheimer). El comandante de la policía (un tipo iletrado) tuvo el buen tino de solicitar la ayuda de dos alumnos destacados de la carrera de Letras de la UNACH y logró saber que María Esperanza leía la siguiente línea: “las cosas me sucedían cuando menos pensaba en ellas, empujando apenas con el hombro cualquier rincón del aire”. Los universitarios le explicaron que, tal vez, cuando llegó a las palabras rincón del aire ella tuvo una nostalgia de viento. Durante mucho tiempo el comandante sostuvo su teoría de que esas palabras parecían letra de alguna canción de José Alfredo Jiménez e incluso la cantaba en voz alta mientras iba de un lado para otro por en medio de los dos escritores de la húmeda oficina: “Empujando apenas con el hombro, cualquier rincón del aire”. “Sí -decía- es de José Alfredo, o, ya de jodida, del tal Joaquín Sabina”. Fue necesario que el Director de la Facultad de Humanidades certificara, de puño y letra, que el texto era de Julio Cortázar. Asimismo fue necesario explicar al comanche que el escritor estaba muerto y que el texto en cuestión nada tenía que ver con los mensajes que la delincuencia acostumbra dejar sobre los puentes peatonales (bueno, con decir que el tipo ya había comisionado a dos efectivos para que le trajeran “vivo o muerto” al tal Julio Cortázar, acusándolo de ser el autor intelectual).
María Esperanza se desintegró un minuto antes de que el camión llegara; en el instante que Mario alzó la mano para detener el camión; en el momento que don Eusebio tomó a su mujer del brazo y la ayudó a pararse; justo en el instante en que dos niños echaron a correr detrás del camión. Se desintegró como si una mano superior la tomara entre sus dedos y la deshiciera como hoja seca de abeto.
El comandante abrió un expediente y comisionó a dos efectivos para que resolvieran el caso, pero, Marianita, el caso no tiene solución, al menos en el plano de esta realidad. ¿Qué pasó? Tal vez los dos estudiantes universitarios son quienes están más cerca de una explicación natural dentro de lo sobrenatural: María Esperanza ¡tuvo nostalgia de viento!
Como siempre sucede en Comitán, la gente comenzó a inventar: que si pasó un ovni y la jaló; que si Dios la castigó porque un día antes había estado bebiendo cerveza en “La Granja” y había subido a una mesa a bailar a ritmo de reggae; que si dos hombres invisibles le hicieron “un levantón”; que si era parte de un grupo de investigación de la NASA y que transmutó en otra cosa. En fin, se dijeron muchas cosas, pero lo cierto es que la muchacha bonita no regresó a su casa hasta el día de hoy.
P.D. Otros dicen que todo fue un invento creado por los dos chavos para hacerse famosos. Que María Esperanza nunca estuvo ahí, que una noche antes se “fugó” con el novio y vive en París, tiene un hijo y trabaja en una librería de la Rue Dauphine.
Los chavos, en efecto, tuvieron sus cinco minutos de fama pues la noticia salió en el programa de televisión de Jaime Maussan, quien mostró el caso como una posible abducción.