sábado, 27 de marzo de 2010

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE POESÍA "UNA FLOR ESTALLA EN CADA MACETERO"



Mario Escobar Gálvez, autor del libro, me invitó a hacer un comentario el día de la presentación. Paso copia acá de lo que leí.

Buenas tardes:
¡Un poeta escribe un libro! Esto es como decir: ¡un pescador construye un barco! Nadie duda que el hombre empleará el barco para navegar en el río y pescar. Cuando el pescador regresa a la orilla regresa con la red llena de pescados y piensa que el barco que construyó es un objeto maravilloso. Ahora bien, ¿qué hace el poeta con un libro? ¿Qué hace una vez que lo tiene en sus manos, una vez que lo construyó? No lo puede depositar en la corriente de agua porque se hunde y se moja y, ya se sabe, las hojas de papel se deshacen con el agua. Los libros no sirven para cosas prácticas como pescar o como levantar cosechas de maíz o de chabacanos.
¿Para qué, entonces, los poetas escriben libros? ¿Para qué Mario Escobar nos convoca hoy para compartir su libro?
El objetivo es sencillo y se parece mucho al oficio de los comerciantes antiguos que se instalaban en los puestos del mercado de Tlaltelolco. Se trata de poner el libro sobre un mantel para que los demás lo vean, lo palpen, lo huelan y, ocasionalmente, lo lleven a casa. En el bullicio de la plaza prehispánica no todo mundo hacía el trueque de cacao por xoloitzcuintles, pero siempre hubo alguien que sí lo hizo. De igual manera, en todos los tiempos del mundo, hay gente que mira un libro de poesía y lo toma porque algo en su corazón le dice que en la vida no todo es un barco o un pescado.
Y es así porque tal vez a ustedes les ha pasado esa sensación absurda de comprar un objeto y una vez que lo tienen entre las manos preguntarse: “¿Esto es todo?”
Los libros, ¡los buenos libros!, injertan una sensación diferente que obliga al lector a afirmar: “Esto no es todo”.
Y hay una gran diferencia entre decir: ¡Esto es todo!, a decir: ¡Esto no es todo!
¡Siempre hay algo más! Los libros ayudan a ver que ¡hay algo más! Los libros tocan la esencia del espíritu, a pesar de que son los objetos más intangibles. Y esto es así porque la palabra es volátil como el ala de un ángel y frágil como el cristal del agua.
Mario me contó un día que, de niño, allá en Tapachula, lugar donde nació, su mamá lo llevaba a los rezos. Por lo regular, los niños odian ir a lugares donde los adultos están habla y habla y donde a cada rato les dicen que se callen, que dejen de jugar, como si no supieran que los niños juegan porque así descifran el mundo. Pero a Mario no le molestaba ir a los rezos, ¡al contrario! Se hincaba, al lado de su mamá, y, en medio de velas y aromas de flores, hacía silencio y escuchaba los rezos. “Santa María, Madre de Dios…”, oía cada palabra como si fuera agua de un río de fluir constante. De ahí, Mario aprendió que la palabra tiene un ritmo que se alía al ritmo del universo. Mario no estaba equivocado. Ya sabemos que Jaime Sabines, poeta de gran sonoridad, bebió constantemente de la palabra Bíblica.
Un día, quién sabe hace cuánto, Mario llegó a Comitán. Caminó sus calles, bebió sus balcones, sus barrios, sus estrellas y sus vientos. A la noche siguiente: ¡escribió! Escribió como si orara, como si la palabra húmeda de aquellos patios tapachultecos fuera la condición necesaria para redimirse de algo que nunca se sabe qué es, pero que está emparentado con el pecado original, con la oscuridad y el silencio que reinaban antes de la creación del universo.
El libro que Mario presenta hoy se llama “Una flor estalla en cada macetero”. Y la flor es el símbolo porque esto es precisamente lo que sucede en cada macetero, en cada corazón del hombre. A cada instante hay algo que estalla, algo como un ¡deslumbramiento! Mario nos dice en este libro que este pueblo también está hecho de esas flores que estallan como galaxias a cada rato en la infinitud del universo. Y como la creación es un asunto, no de iglesias, pero sí de religiones, su voz se emparenta con la de los grandes profetas.
Escuchen la voz de Mario (cito)
“Quiera el león de la Pila, quiera el tanque dar a los caballos, el agua del espíritu”
(termina cita)
La palabra de Mario proviene de la plegaria inicial, de la voz con que el hombre pide luz a los seres divinos. El libro de Mario comenzó a escribirse el primer día que su mamá lo tomó de la mano y lo llevó al rezo en el patio de una casa de Tapachula. Era una casa con techo de teja, con patio de tierra, con hamacas colgadas de los pilares de madera; era una casa con un perro dormitando en el zaguán, con una mujer sentada en la entrada abanicándose con un abanico de palma; era una casa con muros de adobe, con mosquiteros en la ventana; era una casa con un árbol plantado a mitad del patio; pero, sobre todo, era una casa mujer, una casa brasero; casa donde el fuego de la palabra es más afectuoso que el calor de treinta y nueve grados a la sombra de ese pueblo hirviente.
Por esto, la estructura de este libro de poesía tiene la traza de un cuarto o de un patio o de una casa o de una ciudad y viceversa. En la poesía de Mario reconocemos que la palabra es el cimiento de toda estructura mental y la poesía sirve como aire para que vuelen los papalotes y los sueños.
Mario nos enseña que con rezos se hacen las alianzas, no aquéllas infames de PAN y PRD, sino las alianzas del Arca de la Alianza, de la salud de los enfermos, del refugio de los pecadores, de la puerta del cielo y del trono de la sabiduría.
La mirada de Mario, así lo demuestra este libro de poesía, no es la mirada del extranjero o del viajero. Su mirada descubre deslumbres en cada macetero y cada macetero es cualquier balcón, cualquier puerta, cualquier ventana. La flor no dura para siempre, pero la mirada de Mario la conserva eterna y nos la entrega luminosa antes de que la novedad se consuma en la rutina.
Mario ha paseado su mirada por el cuerpo de una mujer que se llama ciudad o por esta ciudad que se llama mujer; la ha paseado con todo el tiempo del mundo y sus ojos han sido como una mecedora que ha bebido todas las tardes y todas las noches, sin prisa, sin reacomodos.
Escuchemos de nuevo la voz de Mario, sólo para reafirmar que su voz es como una flor que estalla en el corazón del hombre:
(Cito)
“No recuerdo desde cuando te quiero, ni de dónde me viene la memoria, tal vez de una casa de adobe y tejas”.
(termina cita)
De la casa de adobe y tejas viene el agua de este río. Su cauce es el mismo que sigue el sol cuando, abrumado por el calor de Tapachula, decide darse una pausa y mete sus manos de fuego al agua. De ahí viene el libro de Mario, de ahí su palabra.
Concluyo diciendo que me siento halagado de estar acá con ustedes, porque el concepto de universidad es, precisamente, el de universalidad. En este espacio cabe todo y, aunque este campus no tiene carreras propiamente humanistas, con este acto refrenda su compromiso con el hombre. Qué bueno que las autoridades de la Universidad Autónoma de Chiapas, mi universidad también porque estudié la carrera de lengua y literatura en la Facultad de Humanidades, promueva el vuelo del pensamiento y de la sensibilidad para sus jóvenes estudiantes. El libro de Mario, estoy seguro, puede tocar el corazón de cada uno de ustedes.
Los invito a leer este libro. Hallarán en él una nueva forma de mirar el mundo. Mario, no lo olviden, comenzó a escribirlo desde el primer momento en que su mamá lo tomó de la mano y le dijo: “Ven, hijo, caminemos, el camino comienza acá y no termina nunca”.
Muchas gracias.