lunes, 1 de diciembre de 2014

POR LOS ANIMALES DEL MUNDO





Hay un día del año en que todos llevan a bendecir a sus animales. La tía Martina se levanta temprano y baña a su gato (el gato se rehúsa). Lo seca con la misma toalla con que ella se seca todas las mañanas, después del baño. Luego lo lleva al patio, donde ya Marciano colocó una mesa y un mantel blanco. Ahí coloca al gato y lo peina, lo peina con el mismo peine con que ella se peina todas las mañanas. Le pone un moño rojo y luego sale a la calle, echa candado a la puerta. (Eso de echarle candado a la puerta pareciera un absurdo, porque toda la cerca que rodea a la casa es un murete de piedra de apenas un metro de alto. Cualquier persona que camine por la calle puede brincar y meterse a la casa, como si fuese un delincuente, pero no ocurre así, porque, en el pueblo, todo mundo es respetuoso y el echar candado a la puerta de calle sólo avisa a los amigos y parientes que la tía no está en casa, que (por la fecha) ella está en el templo, ahí donde toda la gente del pueblo hace fila y carga o jala a sus animalitos para la bendición.)
Hay un día del año en que el sacerdote del templo de San Sebastián se para a mitad del atrio, mete un ramo de claveles blancos en el agua bendita y, como si tocara una campana imaginaria, mueve las manos por todos lados a fin de que el agua llegue a tocar el cuerpo de los animalitos. La gente se mueve. En el instante en que las gotas tocan los cuerpos de los gatos o de los perros o de los avestruces, las personas las abrazan y caminan por los extremos a fin de que los demás puedan llegar hasta donde el padre riega agua como aspersor.
Hay un día del año en que la tía Martina se levanta temprano y baña al gato. Un día en que, con parihuela, el tío Armando lleva a Gregorio Samsa para que lo bendigan. La gran cucaracha que es Gregorio se mueve con dificultad. Siempre en la posición bocarriba (¿cómo se llama la boca de la cucaracha?) Gregorio resiente el roce de la colcha con que el tío lo arropa. Sus patas son tan sensibles que la cucaracha Samsa preferiría que lo llevaran sin esa colcha que le produce tanto calor, pero el tío prefiere que sea así. Se sabe, nunca falta el que se sorprende ante cualquier cosa y termina haciendo una gran tragedia. El pueblo aún recuerda cuando aquel chaparrito escritor, que un día llegó de Guatemala, tuvo la puntada de llevar a su dinosaurio a la ceremonia de la bendición anual. La gente corrió por todos lados cuando en la esquina apareció el hombre jalando a su mascota. Los gatos maullaron como nunca y arañaron a sus dueños y dueñas que los cargaban; las mulas salieron corriendo desaforadas y jamás regresaron. Días después, las personas hallaron a sus animalitos, con la panza inflada, a mitad del lago o en el fondo de los pozos o muertos en lo alto de la montaña. Lo que la gente no le perdonó nunca al padre Toribio fue que salió a dar la bendición al animal de don Augusto, salió al atrio, elevó el brazo y, con la vista hacia el cielo (donde estaba el cuello del animal) echó agua al aire.
Hay un día del año en que todas las personas llevan sus mascotas al templo para la bendición. El atrio del templo se llena con festones de juncia, la comisión encargada “pone” marimba, y la gente que viene del Río Grande arma un tianguis donde venden flores y tzolitos, elotes y manojos de rábanos.
Hay un día del año en que todos llevan a bendecir a sus animales. Un día en que todo se vuelve una gran fiesta, como si fuese el último día del mundo. La gente sale a la calle y lleva a todas sus mascotas. En el atrio del templo hay una gran concentración, desde el cuervo, de don Esopo (el dueño de la cantina que se llama “La fábula”) hasta el becerro que presentó Abraham. Es una gran fiesta y la gente del pueblo la cobija porque sabe que los pueblos enriquecen su historia si conservan sus tradiciones.