sábado, 6 de diciembre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY VECES QUE EL DON DE LA UBICUIDAD SE POSA EN EL ÁRBOL





Con un respetuoso abrazo a las familias Pulido Gutman y Durán Flores,
por las ausencias físicas de doña Martita y del Profe Roberto.

Querida Mariana: mi amiga Rocío Hernández fue a la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. Ahí se tomó una fotografía con mi más reciente novelilla entre las manos. La subió al Facebook y escribió: “Molinari, aquí estás”.
La semana pasada, el Director General de la Editorial Entre Tejas me llamó para decirme que ya estaba en Comitán el primer volumen de una selección de Arenillas. Este libro reúne una serie de cartas que te he enviado.
A mí me gusta la palabra ubicuidad, que según el diccionario es la capacidad de la “omnipresencia”; es decir, la facultad de estar en un bonche de lugares al mismo tiempo. El ejemplo del diccionario dice: “Sólo Dios tiene el don de la ubicuidad”. (Bueno, dicen que Carlos Monsiváis, el famoso escritor mexicano, parecía poseerlo, porque, a veces, estaba anunciado para dar conferencias a la misma hora de un mismo día en tres o cuatro lugares.)
El libro ocasiona tal posibilidad. El autor de un libro (sin saberlo bien a bien) puede estar en muchos lugares a la vez. Por esto, el escritor juega a ser Dios, no en su persona, sino en su obra. Cervantes ya está bien muerto y, sin embargo, su obra sigue cabalgando campante. ¿Cuántos lectores, en este momento, están leyendo alguna obra de García Márquez, en el mundo? El buen Gabo también ya está “pelas”, pero sigue vigente y más vivo que muchos vivos. Ya te he contado que a mí me gusta eso de pintar cajitas, porque, sin estar en grandes museos, estoy en muchos lugares del mundo. Algo de mí está en cada una de mis creaciones. Cuando vendía las cajitas en el bazar, en Puebla, varios de mis compradores eran visitantes de otras regiones del mundo y me decían: “Esta caja la llevaré a París”. Pucha. ¿Mirás? En alguna residencia, en este momento, quiero creer que esa cajita está expuesta sobre una mesa de centro y algo contiene en su interior, tal vez, algunas llaves, o algunos papeles importantes para su propietario.
Vos, como cualquier persona en el mundo, te has acercado a un árbol, a un árbol grande, de esos que tienen frondas generosas y en cuyas alturas los pájaros juegan a volar, a cantar o a construir sus nidos. Nos acercamos a los árboles porque, creemos, nos prodigan buena sombra. Pero, a veces (lo sabés), quien se acerca a un árbol, en intento de buscar un refugio ante el aguacero, termina achicharrado por un rayo.
En la carta anterior te dije que no deseaba ir a la FIL, de Guadalajara. No tengo tiempo ni recurso. Pero, Rocío me envió una foto donde detiene mi más reciente novelilla y, ya lo dije, escribió: “Molinari, aquí estás”. Y cuando ella tenía entre sus manos al “Molinari”, yo estaba en Comitán, tal vez estaba leyendo dos o tres páginas de “El tambor de hojalata”, de Gunter Grass (libro que releo, porque se me hace un prodigio de literatura). Pensé, entonces, en ese don maravilloso de la ubicuidad. Estar en varias partes al mismo tiempo. Pensé que ningún mortal posee en términos estrictos tal don, pero que hay algunos oficios que te permiten jugar a ser Dios y estar en varios lugares al mismo tiempo.
Cuando mirás alguna fotografía de tu infancia ¿no tenés la sensación de que, por un instante, no más, también estás ahí? A mí me sucede con frecuencia. ¿Recordás aquellas magdalenas (que son como galletas) que aparecen en la novela “En busca del tiempo perdido” y que, con el simple aroma, hace que el protagonista recuerde su infancia? Bueno, de igual manera, a veces algún olor o algún espacio (eso que llaman deja vu) nos tiende un puente hacia el pasado. El otro día vi a un señor que era muy parecido al Notario Javier Aguilar Torres (ya fallecido). Lo seguí una cuadra, hasta que me di cuenta que era una bobera. Lo dejé ir y con ello dejé ir el recuerdo. Estuve a punto de llamar a Javier (su hijo) para contarle, pero también lo consideré una bobera. Lo consideré así, porque Javier jamás tendría la sensación que yo viví, que yo sentí. Sólo quien se acerca al árbol y se recarga y cierra los ojos y respira pausado, sabe la sensación de armonía que produce la cercanía de un árbol, de un árbol viejo, enorme, en cuya fronda los pajaritos juegan.
Hay oficios que permiten jugar un poco a la idea del don de la ubicuidad. Los artistas de cine y de televisión, así como los artistas de la radio, están en muchos lugares a la vez. Hablamos, por supuesto, de las imágenes. ¿Imaginás en cuántos lugares está la imagen de una artista de telenovelas, por la tarde? En millones de hogares, en fondas, en los puestos de tacos y hasta en las pantallas mini de los autos. De igual manera, la palabra del escritor vuela en muchos cielos a la misma hora. No sé cuántos lectores, en este momento, tienen en sus manos un libro de García Márquez. Deben ser muchos, muchísimos. Su obra se difunde como una gran fronda de enormísimo árbol.
Yo, querida mía, como cualquier mortal insignificante y frágil, físicamente sólo puedo estar en un lugar a la vez, pero mis librincillos y cajitas vuelan por otros cielos. De manera modesta, mis librincillos aparecen, de vez en vez, en manos de algunos lectores. En una o dos ocasiones, amigos catedráticos han pasado copia de alguno de mis cuentos a sus alumnos y éstos los han leído al mismo tiempo. Pienso entonces que, en ese momento, cuando yo camino por la subida de San Sebastián y miro los balcones que aún (por fortuna) ahí están colgados como enormes lienzos blancos sobre tendederos, tengo el don de la ubicuidad, porque estoy en dos lugares o más al mismo tiempo.
La creación, parece, permite estar en varios lugares a la vez. Los fotógrafos, los pintores y demás fauna creativa, logra el prodigio de tocar corazones diversos.
Mientras yo estaba en Comitán, mi más reciente novelilla se paseaba, oronda y fresca, por los pasillos de la FIL, en Guadalajara. Rocío me dijo: “Molinari, aquí estás”. Y ahí estaba. Ya te conté cómo es que esta novelilla llegó a ser publicada. Una tarde recibí una llamada de Margarita, la secretaria de la Dirección de Cultura. Me dijo que el Lic. Mario Uvence (entonces Director del Consejo Estatal para las Culturas y las Artes) había llamado y pedía que, de manera urgente, me comunicara con él. Así lo hice. Me hice a un lado de la carretera (donde viajaba) y ya en lugar seguro, mientras los demás carros pasaban a mi izquierda, marqué su número de celular. El Lic. Uvence me preguntó si tenía algún texto mío para publicar. Le dije que sí. Recién había dado la última revisión a mi más reciente novelilla: “Triste historia de un cuentahistorias”. Mandámela, dijo Mario, la publicaremos. Así lo hice. Veinte días después, el Lic. Uvence dejó Coneculta y fue nombrado Secretario de Turismo, del gobierno de Chiapas. ¡Adiós a la publicación!, pensé. Pero semanas después, Marco Antonio Orozco Zuarth (ya Director de Publicaciones de Coneculta Chiapas) viajó a Comitán y nos saludamos en los pasillos del Centro Cultural Rosario Castellanos. Me dijo que había hallado sobre el escritorio el original de mi novela y valoraría si se publicaba. Días después, en el mismo espacio, el Maestro Óscar Palacios (brazo derecho del Director General de Coneculta) me dijo que había leído el principio de mi novelilla (yo la había enviado a mis amigos, a través del correo, en PDF) y preguntó si alguna editorial la publicaría. Dije que no. Entonces él, de inmediato dijo que Coneculta lo publicaría, que le diría a Orozco Zuarth y mucho tiempo después Marco Antonio me escribió y dijo que la novelilla ya estaba en Talleres Gráficos del Estado y se presentaría en la Feria del Libro Chiapas – Centroamérica. Y así fue. Y así es la historia de cómo nació este librincillo. El Licenciado Uvence abrió el camino y luego ya otras voluntades lo fueron pavimentando.
¿Y el librincillo de Arenillas? ¿El libro que reúne parte de estas cartas que te mando? Eso es una galantería de mi amigo Víctor, de Almacenes San Luis. Un día me preguntó por qué no integraba este haz de palabras en un libro y le dije que no tenía paga. Él, generoso (Dios compense siempre), puso la paga y ya el libro está en Comitán. Me emociona saber que este hilo que enredo en tu corazón puede trascender en el corazón de más lectores. Vos y yo ya tendimos un puente por donde caminan algunos comitecos que encuentran un poco de agua para la sed que se llama nostalgia. Porque acá estás vos, pero también están los patios y los balcones de nuestro pueblo; esas ventanas por donde la gente se asoma y hurga y se mira como en un espejo.

Posdata: En esta temporada siempre he sugerido agregar uno o dos libros al paquete de regalos navideños. El libro de tus cartas está a la venta en el Centro Cultural Rosario Castellanos.