domingo, 28 de diciembre de 2014

POR LOS INFINITOS SILENCIOS DE LA TRANSPARENCIA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como un grafiti en una espalda y mujeres que son como la transparencia de la oscuridad.
La mujer transparencia en la oscuridad tiene la línea del recuerdo en medio de sus pechos. Cuando alguien, sea hijo o sea amado, coloca sus labios en esa franja el mundo adopta el rostro del pájaro que canta en lo alto de una rama.
No distingue entre la luz del reflector y la luz que asoma en madrugada. Esto es así porque, de niña, soñó a medias. Nunca supo cómo terminaban los sueños, éstos siempre se quedaron como esas películas que tienen un final abierto.
Tampoco sabe por qué odia las salas de los aeropuertos y las vías donde viajan los trenes; no sabe por qué odia los campos donde la nieve cae o los patios donde la lluvia se estaciona como si fuese un camión descompuesto.
No sabe cuál es la hora en que los pájaros bajan a comer alpiste, ni la hora en que buscan resguardo por si la lluvia azota el cuerpo de la Tierra.
No sabe cuál es la distancia más corta entre el deseo y la blusa que cae como flor seca al suelo.
La mujer transparencia en la oscuridad ignora casi todo de todo. Lo único que sabe es que su destino es andar por las calles como mendiga, como mano que se abre para coger apenas un rayo de luz, una moneda arrugada por la edad.
Cuando sale al patio de su casa imagina que su casa es un mar y el corredor es como una playa, una playa donde el sol acaricia cada grano de sal y de arena. Cuando juega con su amado imagina que ella es la niña que subía a columpios y pensaba que el mundo era esa cinta donde todo era una plegaria a la vida y a la luz y al coraje del aire.
¿De qué sirve la transparencia en la oscuridad si nadie puede verla? Ella es la mujer que todo hombre intuye, pero cuyos balcones nadie pisa, porque se ven tan frágiles, tan llenos de agua, tan cáscara de nube, tan canto de colibrí sin canto.
El deseo que implanta en su corazón es como el contorno de las montañas o como la onda que la piedra hace a la hora que choca con el agua.
Es una mujer que tiene miedo a la luz y sin embargo la busca. La busca con la misma ansiedad que la hoja se injerta en el árbol; la busca con la misma hambre con que la calle busca los deslumbres y reflejos después de una tormenta. Es una mujer que duda, mujer que siempre pareciera estar detrás de la malla, que nunca alcanza a ver el horizonte con la plenitud de un pan recién sacado del horno.
Cuando va al club imagina que el hombre que se acerca a sacarla a bailar es como la cuerda que alimenta la insatisfacción del ahorcado.
No contesta a llamadas de celular por temor a salir del encierro. Le encanta los espacios donde todo es como una cueva, como un cuarto oscuro, como el párpado de la medianoche. Por eso, sus amados deben ser hombres que sepan de raíces cuadradas y de movimientos estelares. Ella es como el universo, como esa infinitud donde todo es silencio, eterno silencio.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como el parche que aparece en medio de un destino y mujeres que son como la barra de una cantina el último día del año.