miércoles, 3 de diciembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE MUESTRA COMO EL FUTUTO NOS ALCANZARÁ (YA NOS ALCANZÓ)





En este 2014, Chiapas celebra cuarenta años de la UNACH y México todo los cuarenta de la UAM. Mi generación terminó en 1974 el bachillerato. Medio mundo buscó opciones: Pedro y Javier decidieron quedarse en el terruño y entraron a la Escuela de Ingeniería de la UNACH; Quique, Jorge, Miguel y yo fuimos a la ciudad de México y nos inscribimos en la UAM, la famosa Universidad Autónoma Metropolitana, que estaba recién hechecita. Javier y Pedro lograron titularse (el ciento por ciento de nuestra camada ¡se logró!) De quienes fuimos a la UAM, sólo Quique y Miguel lograron el anhelado título (apenas cincuenta por ciento). Muchos años después me uní a Pedro y Javier y me titulé en la UNACH. Como ya advirtió el lector, soy el único de la palomilla que tiene doble motivo de festejo. Festejo los cuarenta de la UNACH y los cuarenta de la UAM. Por ello llamó mi atención la contraportada del más reciente número de “Proceso”. ¿Error de dedo a nivel nacional?
El lema de la UNACH es “Por la conciencia de la necesidad de servir” y el de la UAM es “Casa abierta al tiempo”. Si alguien me diera a elegir, elegiría el de la UAM, tiene más aire, abre más ventanas. El lema de la UNACH se me hace confuso y pobre. Tal vez el país fracasa, de vez en vez, porque hay un erróneo concepto del servicio. El servicio no es una necesidad, tendría que ser una pasión, una convicción. Hay un abismo de diferencia entre la necesidad de trabajar y la pasión por trabajar. El que trabaja por necesidad le cuesta trabajo trabajar. ¿Debemos ser conscientes de que existe una necesidad de servicio?
La UAM estaba tan abierta al tiempo que eligió un himno alejado de esos himnos soporíferos que son costumbre. El día que se inauguró el plantel Iztapalapa (el plantel que me correspondió por la carrera que elegí), María Medina, cantante yucateca de moda en estos tiempos, trepó a un templete al aire y cantó, cantó con esa voz que, igual que la Universidad, también estaba abierta al tiempo del universo. Esos tiempos eran tiempos de la OTI, un concurso de canciones donde participaban cantantes de toda Iberoamérica. En esos escenarios volaba esta yucateca bonita y bien entonada.
Y ahora resulta que para conmemorar los cuarenta años de la UAM, la revista “Proceso” nos regala un error de dedo y sentencia que esta Universidad tiene proyección al “fututo”.
Cuando llegué a la UAM me sorprendí. Sus laboratorios nada tenían que ver con el “gallinero” que teníamos en la prepa y que funcionaba como laboratorio de Química. Todo era de gran nivel. Los catedráticos eran, también, de primerísimo nivel. El Doctor Carlos Graef Fernández, eminente científico mexicano, me dio Física I. Sólo un cuatrimestre duré en la UAM. Y fue así porque mis calificaciones no estuvieron a la altura de la Universidad y, en lugar de estar en un buen nivel, se deslizaron por los más intrincados albañales. Con el eminente Doctor Graef obtuve, en mi primer examen, 0.57 (sí, como suena. No alcancé ni el uno).
Digo que sólo maravillas vi en ese espacio, como si estuviera frente al mar y todo estuviera dispuesto para asombrarme.
Por eso, tal vez, ahora que lo pienso lo del “fututo” no sea un error. Si hago caso al lema y, aunque sea en espíritu, entro a esa casa abierta al tiempo, puedo pensar que el futuro no es la incógnita llena de intriga que muchos vaticinan. Tal vez el futuro sea algo más sencillo, más luminoso, algo como una palabra juguetona. A cuarenta años de haber estado en una aula de la UAM abro mis manos y recibo esta palabra que me regala el presente (que hace cuarenta fue futuro). Me quedo con la palabra “fututo” y, desde hoy, jugaré con ella, como si fuese una cometa y yo, desde la ventana de la casa, le diera cuerda para que suba más, más, más, hasta ochenta años, fecha en que celebraremos las ocho décadas de esta maravillosa Casa Abierta al Tiempo y, también, de la UNACH, institución que, espero, puede servir sin necesidad y sólo por la pasión de hacerlo.