domingo, 14 de diciembre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE LA TELE QUE NO SE VE




La “imagen” no es común. Es un poco como el chiste aquel de “Papá, ¿puedo mirar la tele?” “Sí, pero no la prendas”.
¿Dónde se ha visto una tele con el monitor hacia la pared? En esta fotografía. ¿Qué función cumplen las piedras? ¿Son acaso el sostén de la sentencia de Azcárraga que dijo: “Sobre estas piedras edificaré mi iglesia”? Porque igual de sobado que el chiste es el dicho de El Tigre Azcárraga (el papá del pintito actual): “Yo hago televisión para jodidos, México es un país de jodidos, y nunca cambiará”.
Esta televisión está a punto de pasar a mejor vida ahora que se dé el apagón analógico y sólo funcionen las televisiones digitales (Mariana dice que estoy equivocado, dice que esta tele desde hace mucho pasó a mejor vida).
Caminábamos por una calle cuando Mariana señaló con su dedo. Nos paramos. “Tomale una foto”, dijo. Saqué la cámara y apreté el obturador. Es la entrada de un taller donde reparan aparatos electrónicos. Mariana dice que este televisor pasó a mejor vida desde hace muchos años y el dueño del taller lo colocó en la banqueta, así como los mecánicos dejan olvidados, en la calle, los carros que ya no tienen remedio. Cuando dijo esto último, nos reímos, porque supimos que este país tampoco tiene remedio y por eso ya, la patria, nos dejó en la calle “de la amargura”.
Qué pena reconocer que Azcárraga, el viejo, tuvo razón. ¡Nunca cambiaremos! Su televisora nos sigue dando mierda y la consumimos día y noche. A veces le ponemos un poco de polvojuan para que se disimule un poco el sabor a caca, pero de que le entramos le entramos. Si tuviésemos un poco de dignidad ya desde cuando habríamos presionado al gobierno a cancelar el programa de Laura de América. Pero nadie hace algo, porque hay millones de personas que consumen “lo que el país produce”. El país (léase inversionistas) producen lo que interesa a sus intereses y al interés del supremo poder.
¿Imaginás lo que sucedería en México si todo mundo le diera la espalda a la televisión abierta?, preguntó Mariana. Pero no pude hacerlo, porque ya, cualquier día de éstos, el “país” donará millones de televisores digitales para que los mexicanos no se queden si ese producto de primera necesidad, alimento de los pobres (de los pobres de espíritu y pobres de mente). Las personas colocarán las pantallas digitales sobre la mesa del oratorio y seguirán prendiéndole veladoras a todos los santos y vírgenes que Televisa y Teveazteca nos presentan.
Mariana y yo nos sentamos en la banqueta de enfrente y vimos la televisión. Vimos el culo de la tele y nos causó risa. Imaginamos que pasaba una señora con rumbo al mercado y miraba hacia donde estaba la tele y luego volvía la cara hacia nosotros y preguntaba: “¿Qué hacen, muchachitos?” (Yo agradecía lo de muchachitos). “Vemos la tele”, decíamos a coro. “Ah, muchachos bobos, están locos”, decía ella y se subía el chal y continuaba su camino. Mirábamos la tele e imaginábamos que veíamos una serie basada en el libro “Necrópolis”, de Santiago Gamboa, escritor colombiano, quien, según Manuel Vázquez Montalbán, es “junto con Gabriel García Márquez, el autor colombiano más importante”. Y veíamos esa serie porque Quique me acaba de obsequiar el libro. Imaginamos que cambiábamos a lenguaje comiteco el caló de José Maturana, uno de los personajes de la novela. Y donde José dice: “mis guariguaris, más que todo lo que nunca tuve y amé”, nosotros dijimos: “mis compas…”; y no cambiamos nada cuando se refiere a Dios o Jesús: “The Big Boss, Don Chuchito El Propio”, porque el juego de palabras era como una línea de agua limpia. Y así nos estuvimos buen rato y dijimos que la televisión no es la caja idiota, tiene mil posibilidades de alentar la imaginación, siempre y cuando no se prenda o no se miren los canales de Televisa o Teveazteca.
Mariana tuvo un impulso a la hora que nos paramos y dijo: “¿Y si tomamos las piedras y las tiramos contra la tele en acto de protesta?”, pero luego dijimos que no, que mejor no, porque este televisor ya estaba frito desde hace mucho tiempo y nos había servido para jugar un rato, a mitad de la calle.