viernes, 19 de diciembre de 2014
El ARO DE LA VIDA
Imaginá que te llamás letra o, imaginá que sos una letra o. Ah, tendrás el privilegio para nombrar el asombro: ¡Oh, qué bello!; así como la tragedia: ¡Oh, qué lamentable! ¿Mirás qué prodigio? Una misma sílaba sirve para aplaudir la madrugada, así como para señalar el vacío.
Cuando Omar jugó este juego, supo que tenía entre sus manos la posibilidad de un don (que lleva la o en su columna vertebral). Cualquiera podrá pensar que las demás letras tienen la misma posibilidad, pero no es así. Cuando sos la letra o tenés en tus manos la posibilidad de la perfección, porque no otra cosa es el círculo. (Alondra es feliz porque dice que su culito es perfecto. A ella le gusta jugar el juego donde tocan por detrás.)
Si lo pensamos (ya Cri Cri deslizó la idea), las demás letras son incompletas y tienen protuberancias. La a tiene un gancho elevado, como si su destino fuera ser una parodia de aquel verso de Quevedo que dice “Érase un hombre a una nariz pegado”. ¡Oh, qué pena!
¿Qué decir de la i anoréxica y nieta permanente de los hijos de Biafra? ¿Qué de la e que estuvo a punto de lograr la perfección de la o, pero se arrepintió al último instante y se dobló hacia sí misma? ¿Qué de la u que es como mano de pordiosero, siempre abierta en espera de que algo le caiga del cielo?
Ramiro me contaba la historia del día en que las cuatro letras restantes se pusieron de acuerdo para eliminar a la o. La a o la e (no se sabe bien a bien cuál de las dos) tomó un cuchillo y esperó en la esquina a la o. Cuando estaba rodaba bien contenta, la a (o la e) le salió al paso y sin decir algo hizo un tajo en el aire, cortando en dos a la o. Ésta se desgajó como cuerda guanga y quedó tirada a mitad de la banqueta. A partir de ese instante las palabras que llevaban o en su panza desaparecieron. ¿Cómo negarse si la o ya no podía acompañar a la n? Así que ante toda pregunta, la gente balbuceaba nnnn, pero no lograba negarse. ¿Me quieres?, preguntaba el viejo perverso a la muchacha bonita y ésta no podía responder de manera negativa, así que el viejo la tomaba y la hacía suya. El mundo fue un mundo plano. La Tierra y los demás planetas comenzaron a perder su forma redonda y fueron achatándose. La pobre o seguía tirada a mitad de la banqueta, era como la piel de una culebra aplastada en la carretera. La imposibilidad de negarse afectó al mundo, pero lo que más afectó fue esa maravillosa sílaba que servía para expresar asombro. ¿Cómo los poetas podían nombrar la línea del horizonte? ¿Cómo decir: ¡oh, amada!, a la hora que la mano de luz alumbra la piel? Asimismo, todo el mundo no pudo nombrar a Dios. Cuando millones de creyentes vieron a su fe irse por el albañal, como agua sucia, se rebelaron y fueron a rescatar el lazo podrido que una vez fue el contorno de la o.
Una mañana, el pueblo volvió a ver a la o rodando por las banquetas y calles. Como si fuese una llanta con una bola brincaba de cuando en cuando (era el lugar donde había sido remendada). La gente pudo volver a nombrar todas las cosas del mundo y doña Amanda se atrevió a gritar a todo pulmón el lugar común que dice: “Ay, hijos, nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.
La o volvió a jugar en medio de las palabras. La meditación recuperó su mantra: ¡Ommmm!, y el mundo tuvo, de nuevo, el rostro de coro monumental.
A veces, cuando alguien pronuncia una palabra con o, pareciera que trastabilla, que tiene una ligera piedra. Es la costura que tiene. Por esto, cuando en Comitán alguien le dice ¡bolo! a un borracho, la palabra suena aguardentosa, tataratera, un poco briaga.
Imaginá que sos la letra o. Sin vos, la palabra amor no existiría, ni tampoco el dolor, ni la armonía.