miércoles, 31 de diciembre de 2014

ANTES DE QUE ACABE EL AÑO





Leo a Paul Auster. Ah, qué bobera, diría el tío Armando, terminás el año como lo comenzaste, qué bobera. No sé qué libro leí al inicio de año, pero sí, comencé el año leyendo y lo termino de igual manera. ¡Qué bobera!, diría el tío. Me pasé el año ¡leyendo! Bueno, no tiene algún misterio. Así ha sido mi vida, desde hace muchos, muchísimos años. Y cualquiera pensaría que mi vida se me ha ido leyendo. Si John Lennon estuviese a mi lado diría: “La vida es eso que pasa a tu lado mientras vos leés! Así ha sido y no lo lamento. Si alguien preguntara la clásica de: “Si volvieras a nacer, ¿qué cambiarías?”. Tal vez muchas, pero una que jamás cambiaría sería la lectura. ¿Cómo renunciar a lo que ha dado real y verdadero sentido a mi vida?
Leo a Paul Auster. Leo el libro “Diario de invierno”. Apenas comienzo. Tal vez sea uno de los libros con los que iniciaré el 2015, que ya está a la vuelta del día. Otro libro que me acompañará en el final de este año y el inicio del otro es un libro de Milan Kundera, el clásico de ensayos que se llama “El telón”. También tengo el de Joyce Carol Oates, “El sepulturero”. Librincillo que por ahí quedó pendiente, porque luego le entré a “Necrópolis”, de Santiago Gamboa, libro que Quique me regaló. A veces sucede eso, dejo un libro por otro, lo catafixio o lo voy campechaneando.
Lo mismo sucedió con el de Gamboa, porque (ya ni sé cómo) se me atravesó un libro del autor de “El Perfume”, Patrick Süskind. El librincillo que cayó como si cayera del cielo es un libro sencillo que se llama “La historia del señor Sommer”.
Y bueno, no se trata de andar como de presumido, como si hiciera mil viajes y tomara mil fotos y las subiera al facebook para que los demás amigos sientan envidia. Porque, lo sé, la mayoría de mis amigos no tiene envidia de mi vida; al contrario, ellos lamentan que yo sea como soy y me ven como si estuviese solo, sentado en una banca del parque, sin amigos ni chucho que me ladre. Pero yo, en lo interno, sé que esta vida es la más placentera que pude elegir o que Dios me concede, porque soy su consentido.
Igual que los compas que han viajado mucho, yo también podría presumir de todos los viajes que realicé en este año. Viajé mucho, conocí mil historias, viví mil vidas. Esto no es poca cosa. Al contrario. Y todo lo hice sin pasar de Chacaljocom.
El libro de Auster, que ahora leo, tiene unas líneas donde dice que tiene cinco años, se acerca a la ventana y ve la nieve y ve cómo las ramas de los árboles se llenan de nieve. ¡Nunca en la vida real he estado en un lugar donde la nieve sea como el pan de todos los días! Bueno, una vez, en la ciudad de México, Quique me invitó a que fuéramos al Ajusco, porque había caído nevada la noche anterior. Fuimos. Él, en cuanto llegamos, se tiró sobre el césped lleno de alfileres helados, abrió los brazos con la cara hacia el cielo y dijo que eso era lo máximo. Yo lo veía, parado, con las manos adentro de las bolsas. Cuando él me dijo que me tirara, dije que no, dije que no me gustaba el frío (bueno, en realidad ni siquiera el calor me seduce). Me gusta Comitán porque su clima no es extremo, pero ya he contado que jamás camino descalzo. Hay muchas cosas en la vida que no hago. Lo que no me atrevo a hacer en la vida real lo vivo a través de los personajes. Casi casi estuve al lado de Paul a la hora que se acercó a la ventana y miró el campo lleno de nieve. ¡Nieve de verdad, no simulacros como ese que vivimos en El Ajusco! Vi, junto a Paul, el ambiente solitario que produce la nieve, que ahuyenta a los pájaros y a todo lo que huele a vida. Respiré el silencio que se da en un campo lleno de nieve. (¿En dónde se refugian las aves cuando hay una nevada?)
Comencé el año leyendo y así lo terminaré. Así como lo comencé escribiendo y, espero, terminarlo de la misma manera. ¡Qué bobera!, dijera el tío Armando. ¿No hacés otra cosa en la vida? Sí, respondo, por desgracia ¡debo hacer otras cosas! Sería feliz si todo el día lo tuviera para leer, para escribir y para pintar; sería feliz si todo el día pudiera acercarme a la ventana y ver lo que Paul ve. Ah, sería maravilloso viajar todo el tiempo, pero, a veces, esto no es posible.
De todos modos, creo que soy uno de los seres más afortunados. Mis amigos, los viajeros, quienes viajan a otras ciudades de otros países, quienes disfrutan las playas y las plazas del mundo, no pueden hacerlo de manera tan constante como lo hago yo. Comencé el año en un maravilloso viaje y sigo y sigo y seguiré hasta que Dios diga que debo cambiar de barco. Mientras tanto, leo a Paul y a todos los demás que se paran frente a una ventana y comparten lo que ven. No puedo más que agradecer este privilegio; no puedo más que decir: ¡gracias vida!