sábado, 13 de diciembre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DE CÓMO UN LIBRO ES UN PRESENTE QUE DEFINE UN FUTURO





Querida Mariana: me gusta el lema: “Regale afecto, no lo compre”. En esta temporada todo mundo compra “presentes” para obsequiar a sus cercanos. Descreo de esta temporada en que todo huele a miel. Pero, tampoco soy tan Ebenezer Scrooge (personaje de una novela de Charles Dickens, que odiaba la navidad). Entiendo que la temporada de navidad es un pretexto para reafirmar cariño a los afectos. Así que siempre he pensado que si debo dar algo debo dar ¡un libro! Creo que todos los demás obsequios se agotan. Mis amigos saben que si obsequian una canasta con latas y botellas de coñac o güisqui ¡se terminan en un dos por tres! Un carro ¡se vuelve antiguo y pierde su belleza! Todo se agota, menos ¡el libro! El libro puede mojarse, quemarse o perderse, pero su contenido siempre perdurará en el cerebro del hombre. Un libro no genera un simple recuerdo (como los demás objetos), un libro genera conocimiento, es la llave que puede echar a andar el motor de la imaginación. Quien entrega un libro entrega palabras y quien entrega palabras da un bálsamo para el corazón y para el espíritu. Por eso, ahora, mi niña bonita (como los años anteriores), te daré un libro, pero ahora, Dios me concede el privilegio de que es un libro especial, es un libro que contiene una selección de tus cartas. ¿Mirás qué prodigio? ¡Un libro con las cartas que te he enviado, puntual y amorosamente cada semana! Acá estás, en este libro está tu rostro, tus manos, todo tu cuerpo y todo tu espíritu. Quienes tengan este libro entre sus manos, como si se asomaran a una ventana, hurgarán como pajaritos y conocerán esta relación que vos y yo hemos mantenido ya por varios años y que Dios permite sea una cuerda que no se rompe.
Vos sabés que dos o tres lectores, antes de decirme buenos días o buenas tardes, me preguntan quién sos. ¿Quién más vas a ser? Sos el motivo permanente de estas cartas. Me preguntan: ¿Quién es Mariana? ¿Qué no es obvio? Mariana sos vos, la niña amada a quien le escribo estas cartas y sos tan bella y tan llena de gracia (no como el Ave María, porque esto sería un atrevimiento), digo que sos tan llena de gracia que ya sos motivo de un libro.
Ayer, día de la Virgen de Guadalupe, presenté el libro en el patio central del Colegio Mariano N. Ruiz. Mi colegio, el colegio donde he laborado durante muchos años. Fue una tarde prodigiosa, porque siempre es bueno alimentar el espíritu con ese juego eterno de las muñecas rusas. Presenté el libro que habla de vos en el corazón de mi casa; es decir, una caja sos vos (que sos como mi casa), otra caja es el colegio (que también es mi casa), y una caja más es Comitán (la casa de todos nosotros). Todo debajo de un solo cielo, el cielo que alimenta la mano de Dios.
Porque me lo pediste, paso copia del textillo que leí ayer.

Buenas tardes. Gracias por estar acá. Ustedes saben que no creo en las presentaciones de libros. En ocasiones anteriores he realizado firmas de libros. Las presentaciones de libros obliga la presencia de amigos, intelectuales o políticos, para que, en una mesa de honor, realicen comentarios. ¿Qué se dice? Elogios. ¿Alguien hablará mal de la obra o del autor? No es común. Así que el acto de presentar un libro se convierte en una planicie donde todos sueltan avioncitos a favor del viento. No sé si Cervantes organizó algún día la presentación del Quijote; no sé si esa tarde, allá en un lugar de La Mancha, la gente asistió y al final tomó el vino de honor. No lo creo. Estas prácticas son modernas, aunque Fabio Morábito, el gran poeta y narrador, me dijo hace seis o siete años que las editoriales contemporáneas también han proscrito las presentaciones y prefieren entrevistas en prensa escrita, Internet, radio y televisión.
¿Por qué entonces convoqué a esta presentación? Por tres razones esenciales: una, porque nunca imaginé que las cartas enviadas a Mariana fuesen motivo de un libro; dos, porque es un compromiso moral que tengo con mis lectores y mi pueblo; y tres, porque debo agradecer de manera pública el abrazo que Víctor me dio, primero, al sugerirme la impresión de este libro y, segundo, al soltar la paga para que fuese una realidad.
Según Borges, el libro es “una extensión de la memoria”. Entiendo la palabra memoria en dos de sus acepciones: la memoria individual, la del hombre de todos los días; y la memoria colectiva, la que formamos, también día a día, y la que logra dar sustento a la historia.
Somos la memoria. Por ello, el libro es el objeto más preciado de la cultura, porque ayuda a preservar el legado de todos los tiempos, aun los que están por venir.
Quienes hemos vivido debemos contar lo vivido. No como un acto narcisista, sino como una responsabilidad histórica. Siempre he pensado que el día que un extraterrestre llegue a la Tierra, la memoria será esencial para el encuentro. No somos lo que proyectamos, somos lo que hacemos.
Mi mamá, quien está acá presente (Dios bendiga a Dios, por este privilegio), me dice que yo me “exprimo” el cerebro (así me lo dice, que me lo exprimo, como si fuese naranja de Tierra Caliente) y nada gano. Se refiere al billullo. Paty, mi Paty, quien me acompaña acá también, sólo sonríe cuando yo sonrío, es solidaria. Ella sonríe, así como lo ha hecho desde hace más de treinta y dos años, incluso en los momentos más oscuros. Sabe que este oficio no nos da billullo, apenas coloca una sonrisa en mi cara y ella, entonces, se solidariza conmigo. Sí, este libro es producto de cientos y cientos de horas frente a la computadora. Ellas saben que cumplo con mi destino de escribir lo que he vivido, lo que veo, lo que pepeno con mis manos titubeantes y mi corazón pequeño.
Ustedes saben que la vida no es una elección, la vida es una renunciación. He renunciado, por voluntad, a vivir en las calles para vivir en el encierro de mi casa. Lo hago por ustedes, por mis lectores; lo hago por mi pueblo; lo hago porque esa es la forma más divertida y sosegada que he hallado para vivir mi vida. Soy hijo único. Me cuesta trabajo convivir con los otros, pero no puedo ser un anacoreta, por esto, mi forma de decirles hola es a través de mis libros. Es mi forma de establecer un diálogo con el mundo; mi forma de decirles que es bueno estar entre ustedes, sin necesidad de meterme a ese río que corre impetuoso. Los saludo desde la orilla y muevo mis pies como si bailara; y silbo, bajito, como si celebrara la vida.
Publicar un libro, cuando no hay paga, implica tocar muchas puertas. A veces el acto es indigno, pero el autor extravía esa piedra, con tal de ver publicada su obra. Hay ese afán por dar, por entregar.
Por ello, porque, en esta ocasión no tuve que tocar puertas, porque Víctor y el doctor Nelson abrieron la ventana, agradezco su abrazo generoso. ¿Qué gano? Gano la dicha de tener este librincillo en mis manos, un libro que es como un presente para mi pueblo y para la niña amada, la que motiva mis cartas.
Nunca imaginé que pudieran reunirse estas cartas para formar un libro. Pero, parece que, en estos tiempos en que pocos practican el género epistolar, es como una buena señal, como un papalote volando en medio de tanto avión y de tanto satélite.
Dije que es un compromiso moral. Lo sigo asumiendo como tal. Los escritores de todo el mundo debemos entregar a nuestro pueblo lo que el pueblo nos injerta. Hoy cumplo con este compromiso moral.
Hoy, los convoqué para decir que a Comitán le cumplimos. El editor, Luis Armando, hizo un trabajo muy digno, el librincillo puede volar por cualquier cielo a gran altura; Victor (Dios bendiga siempre sus parcelas) cumplió con honrar (siempre lo hace, siempre lo hará) la mano que alguna tarde, de hace muchos años, mi papá le tendió; ustedes, lectores de estas cartas, acá están, para dar fe del acto, de un acto sencillo, pero que tiene la grandeza de un cerillo en medio de la penumbra; y yo, también cumplo, cumplo sueños, los míos y los de algún lector que pueda ser tocado por una línea de estas cartas.
En estas cartas está mi visión particular del pueblo donde nací, donde he crecido, donde me he formado y donde, pido a Dios con todas mis fuerzas, me permita morir con la cara sin mucha cicatriz y sin mucho lodo.
Gracias pues por estar acá. Ahora, si me lo permiten, a la usanza del protocolo de las presentaciones, leeré una de las cartas que viene en el libro. Gracias por su tolerancia, gracias por acompañarme en esta orilla que extravía su condición de orilla a la hora que ustedes impulsan un puente. Si alguien quiere conservar este librincillo y leerlo, puede adquirirlo. Vale ciento cincuenta pesos y lo vende la editorial Entre Tejas. Yo, ¡faltaba más!, el día de hoy también ejerzo el oficio de vende libros. ¡Bendito Dios!

Posdata: Este año, dos libros míos fueron publicados. Gracias, Dios.