domingo, 26 de abril de 2015

GRIETA EN LA MEMORIA



Torcuato olvidó cerrar la puerta de su casa. Fue el primer síntoma de su enfermedad irreversible. Al principio, Roselia dijo que era normal el olvido en una persona de cincuenta y dos años. Por fortuna, ese día, don Chema, el vecino, vio la puerta abierta y llamó a Roselia. Pero el olvido de Torcuato no era tan simple, fue la primera manifestación de que su mente había comenzado a perderse en los vericuetos donde los actos cotidianos pierden su esencia. La puerta abierta fue el primero de una larga cadena de sucesos que, poco a poco, se incrementó. Un día después, Torcuato se puso los zapatos, pero no hizo lo mismo con los calcetines. Los sobrinos se burlaron, en ronda cuchichearon y se taparon las bocas para evitar la risa. “El tío es la pura onda”, dijo Martha a la hora que vio al tío sentarse y cruzar el pie en la sala. Algo extraño sucedía en la mente de Torcuato, parecía que tenía conciencia del segundo paso pero olvidaba el primero. Esto fue muy evidente cuando prendió el motor del carro, puso reversa y tiró el portón. ¡Lo tiró! Los que estaban en casa oyeron el rebumbio como si la tierra diera un remesón y temblara, se asomaron a la ventana que da a la cochera y vieron que el tío metió primera, fue hacia adelante y luego metió reversa e insistió contra el portón que cedió ante el impacto brutal. Fue como si la mente de Torcuato sólo registrara el deseo de sacar el auto. Ese día le tocaba ir a Wal-Mart para comprar papel higiénico, pasta de dientes, polvo para pegar la placa de su boca y un kilo de manzanas Golden. Cuando volvió dejó sobre la mesa todo lo que contenía la relación de compras. Cuando Roselia le preguntó por qué había tumbado el portón, Torcuato fue a la puerta y le dijo a Marian que sería bueno que cerraran el portón porque algún perro podía colarse y regresó a la sala donde tomó una revista de la mesa de centro y se puso a leer.
Torcuato olvidó cerrar la puerta de su casa. Fue el primer síntoma de su olvido. Poco a poco los olvidos se intensificaron. Siempre era como el segundo paso. Abría la llave de la regadera y se bañaba, sin quitarse la ropa; se limpiaba el culo sin haber defecado; se levantaba de la cama sin haber dormido.
Roselia, quien al principio había dicho que no era de cuidado, se preocupó, cuando vio que Torcuato se sentó ante la mesa del comedor y comió una paloma sin haberla cocinado. Roselia pensó que debía hacer algo para evitar la degeneración de Torcuato. Pero, ¿qué hacer? Como habían vaticinado los médicos, podría llegar el momento en que Torcuato se olvidara de vivir y tomara el camino del siguiente paso: la muerte. ¿Cuál es el siguiente paso de la respiración?, preguntó Roselia. Martha dijo que el ciclo completo era inspirar y expirar, el tío Torcuato podría insistir en expirar, simplemente.
El 26 de abril de 2015, a las siete de la mañana, Torcuato despertó. Ya había olvidado el año que vivía y despertó en el 2020, se bañó (con la ropa puesta), tomó el auto y salió (ya Martha había mandado a colocar un dispositivo automático que abría el portón eléctrico a la hora que alguien cruzaba la puerta de la casa hacia la cochera), tomó la carretera (recién terminada) que conduce de Comitán a Las Margaritas) y fue hacia esta ciudad, pero no volvió a casa, sino hasta las cuatro con treinta y dos minutos de la tarde del 26 de abril de 2020. Cuando entró a la casa (tumbando el portón) preguntó por Roselia, y Martha, a punto de reclamarle: ¿por qué los había abandonado?, vio en sus ojos que él no recordaba la muerte de su esposa. Torcuato se sentó en el sillón de la sala y durmió con los ojos abiertos, cuando despertó cerró los ojos y caminó. Su enfermedad avanzaba día a día. Ya había olvidado abrir los ojos para vivir; ya había olvidado cerrarlos para dormir.