lunes, 6 de abril de 2015

POR LOS CAMINOS HÚMEDOS




Imaginá que te llamás agua, imaginá que sos agua. ¡Ah, qué divertida te darás! Podrás elegir ser agua estancada, podrida, sosegada, casi muerta; pero, de igual forma, como si fueras lluvia, podrás elegir ser agua que fluye, de manera permanente, hasta llegar al mar y ahí, serás más feliz aún pues, como si ella fuera una yegua, podrás encaramarte al lomo de una ola y besar la arena de la playa, besarla con la tranquilidad de una mujer que lava a la orilla del río.
Ah, podrás elegir ser agua de un pequeño arroyo que, como serpiente, se desliza en un cauce tapizado de piedras bolas, pequeñas y grandes, tan grandes como las que menciona Gabriel García Márquez, que eran como huevos prehistóricos. Si elegís ser agua de un arroyo, serás agua limpia, cristalina, cantarina; caminarás de puntillas y las piedras no lastimarán tus pies, porque tus pies serán tan tenues como beso de madre cariñosa. Podrás jugar a correr por debajo de un remetido lleno de plantas; asimismo podrás elegir pasar entre rocas o brincar por encima de ellas. Si elegís brincar tus manos formarán un cuerpo de espuma, de barbas como de montaña nevada. No te preocupés, ese color blancuzco de granizo enojado, no te durará más que el tiempo en que volvés a integrarte a tu cola de armadillo translúcido.
El instante más pleno de tu vida será cuando el agua de la lluvia caiga del cielo y te bese por asalto; sin aviso previo, abrirás tu boca y tus piernas y tus muslos y las palmas de tus manos, para recibir la bendición de la nube que, juguetona, se abrirá, igual que vos, para regar la bendición que luego, a través de tu río, compartirás con todas las orillas del mundo.
Imaginá que sos agua y que poseés la capacidad de hervir o de congelarte. Imaginá que sos temida y bendecida. Mirarás las caras de las personas cuando caigás en forma de lluvia o cuando, niña sensual, acariciés sus cuerpos tibios en una alberca. Mirarás sus caras de terror cuando llegués a darles un abrazo convertida en un tsunami o en un huracán. Verás sus caras felices cuando te dejés coger por los niños y niñas y ellos y ellas se llenen sus manitas con tu cuerpo y te avienten adentro de globos que se revientan, ¡chas, chas!, en el piso de ladrillos.
Si decidís ser agua serás tan fuerte como una gota que, necia, terca, logra horadar la piedra y formar estalactitas en el interior del espíritu del hombre.
Agua pura, niña holgura; niña que corre detrás del venado del aire, en pos de una flor que se llama mar. Niña amada, niña resentida. Agua que brinca y canta el canto de la vida en cada paso, en cada letra, en cada pie de agua, de agua consentida.
Imaginá que le jugás la vuelta a todo lo que el hombre hace para contenerte: el muro, el tubo, la cortina de la presa. Cuando te topás con un obstáculo vos lo brincás, como si fueses un caballito, o le das la vuelta, como si fueses una mariposa. Abeja que poliniza la flor de la tierra; zancudo que alimenta la piel del hombre.
Imaginá que te llamás agua y que los hombres te llaman con voz urgida; imaginá que tenés dioses y diosas y que los hombres y mujeres bailan alrededor de hogueras reclamando tu presencia. Porque, a pesar de todos los puñales que a diario te entierran, ellos y ellas reconocen que no hay esencia más necesaria en la vida que vos. Por eso, a veces, los niños se reúnen al amparo de la sombra de la ceiba y, mientras juntan sus palmas y aplauden, cantan: “Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…”, y vos, traviesa, travesaño de sueño, como si tuvieras alas, volás, volás muy alto, para desgajarte como fruto de temporada y alimentar sus sueños.
Imaginá que sos agua; imaginá que no sos acuífera, sino terrícola y tenés los pies sobre la tierra, y caminás como si fueses un zanate, a brinquitos, dejando tus huellas húmedas en el suelo, en la piel del mundo.