viernes, 3 de abril de 2015

LÁMPARAS DE PROYECCIÓN




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como películas infantiles y mujeres que son como gavilanes a mitad del desierto.
La mujer película infantil tiene el encanto de las abuelitas que recuperan su juventud a la hora que son besadas por lobos feroces que tienen los ojos grandes para mirarlas mejor. Es la mujer ideal para hombres que sueñan con castillos y con dragones que vuelan para salvar reinos. La mujer película infantil carece de efectos especiales, de esos tan de moda donde, en un segundo, un héroe arrasa a un ejército de mil soldados. La mujer película infantil alienta el vuelo sencillo, con alas simples y brinda la esperanza de que sí es posible iluminar estadios con una simple lámpara de mano. Es una mujer prodigio, pero es una mujer que está en peligro de extinción. Es muy difícil hallar una de ellas en estos tiempos de cine tan vacío, tan de adultos.
Yo conocí a una mujer película infantil, la conocí hace años, cuando era un adolescente, en un cine donde exhibían películas XXX, en la Ciudad de México. Me sorprendió que una mujer tan de veinticuatro cuadros por segundo estuviera sentada en medio de una caterva de perversos que se toqueteaban sus partes íntimas, mientras en la pantalla aparecían escenas con mujeres jadeantes y hombres sudados con falos enormes. Pero luego entendí. Entendí que ella era una inocente que se solazaba con el entorno, con ese calor que la sala despedía, con ese aroma de comal donde las tortillas se inflaban como sapos a punto de reventar. Entendí que ella (mujer de veinticuatro cuadros por segundo) buscaba relacionar el oleaje de esas camas con el agua tranquila de Venecia donde las lanchas bogan al ritmo de un acordeón. Entendí que ella trataba de hallar la generosidad del acto de un hombre que da sin esperar nada a cambio (y vaya, ¡cómo daban esos hombres y cómo recibían esas mujeres!). Ella era pura y, como un ángel intocado, permanecía honesta y casta, a la hora que los demás se enlodaban en la perversión de la carne. Ella era el espíritu, la campana de oro que siempre convoca a los seres de luz.
La conocí y me enamoré de ella, porque (lo confieso) amo a las mujeres que son como un candelabro o como una puerta abierta. Ella era el aire, la luz, en medio de la alcantarilla y de la oscuridad del bosque encantado.
Pero, ¡oh, cruel destino!, una tarde, ella, la mujer película infantil, se extravió. Busqué y un cinéfilo de hueso colorado me dijo que era imposible hallarla, que ella había sido filmada en formato súper ocho y que ahora todas eran distribuidas en formato devedé.
Salí de la sala, dejé a los calenturientos aficionados al cine porno. Los dejé en su soledad, imaginando la posibilidad de acercarse a esas mujeres inalcanzables. Los dejé en la penumbra sólo iluminada por el reflejo de la pantalla. Salí, me subí el cuello de la chamarra, metí mis manos adentro de las bolsas y caminé por un callejón, apenas iluminado, en medio de una llovizna. Pensé que ahora las mujeres no sólo vienen empaquetadas en devedé o en formato blue ray, sino que, cada vez más, están impregnadas con aromas violentos, manchadas con rayones donde sus tetas y sus rajadas húmedas son lo principal.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como una construcción hecha de nubes y mujeres que son como una flor de papel.