domingo, 12 de abril de 2015
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UN JUEGO SOBREPUESTO
Mariana dijo ¡juguemos! ¿De qué otra cosa puedo jugar con Mariana que no sea el infinito juego de palabras?
Acá hay un libro sobre un soporte de madera. Dos objetos comunes. Bueno, en este país es más común la mesa de madera que el libro. Los dos (lo sabemos) deben sus vidas a un árbol. Por ello, muchos ecologistas maldicen a quienes talan un árbol para construir una mesa o para formar un libro. Por ello, en este país hay muchos ecologistas que aborrecen los libros.
Pero ¿no es bueno podar una nube para construir un cielo? Hay muchas personas, en este país, que le dan más valor a la mesa que al libro. Por ello, la gente se la pasa comiendo y bebiendo en mesas de madera. En medio de los amigos las personas colocan sus codos sobre las mesas de madera, las manos empuñadas como mampuesta sobre las quijadas y escuchan atentamente a un amigo que cuenta que los árboles producen oxígeno y dan cobijo a miles de pájaros. Escuchan con atención y bendicen a los árboles que les proveyeron la mesa en donde, a su derredor, beben, platican, ríen y cantan. ¿Qué sería de la humanidad sin las mesas de madera? Estos objetos provocan encuentros. Muchas parejas deben su puente gracias a que una tarde él se animó a extender su mano sobre la mesa para tocar la mano de ella.
Acá hay un soporte de madera, un libro y un tercio del rostro de un escritor. Sólo se le ve parte del ojo, del ojo derecho en su cara, del ojo izquierdo para quien lo ve. Las fotografías siempre muestran el reflejo del otro, como si siempre estuviésemos viendo el agua de un lago y el otro nos dijera que más allá de su superficie está la profundidad, el vacío, el infinito.
Este ojo a medias ve a quien lo ve. Siempre es así. Cuando una persona se esconde detrás de un poste y se asoma, asoma apenas la parte de un ojo y con ello ve todo, pero el todo sólo alcanza a ver una parte.
Si se ve bien hay más objetos. La superficie de madera tiene vetas, como arrugas, como rasguños, como caminos para jugar a descifrar códigos; el libro tiene letras, algunas en rojo, otras en negro, como si fuese un homenaje a Stendhal; pero, además, hay dos pequeños cuadros de papel que Mariana cortó y colocó sobre dos letras en negro. Lo hizo para ocultarlo, lo hizo para decirme que jugaríamos el juego de las palabras extraviadas. Lo hizo para que yo advirtiera cómo una palabra contiene muchas más. Cada palabra es como ese rostro reflejado en la laguna: lo que se ve en la superficie es apenas como la nariz de un iceberg, en el fondo está la razón de su existencia, el cordel para brincar, la pelota para mantenerla en el cielo y evitar que caiga en el piso. Porque, se sabe, no hay palabra más piedra que la que es como canica y sólo juega, como gusano, en la tierra. La palabra globo, la palabra mariposa es la que busca todo mundo. Y acá eso es lo que parece advertirnos el ojo del escritor: no es acá en la superficie donde hallarán la esencia; es necesario adentrarse en el libro para que, como buzo, encuentren los corales y las cuevas donde duermen los tiburones.
Mariana, mi Mariana, dispuso el juego. Rio cuando encontró la primera palabra: cotz (los comitecos saben de qué se trata el juego), y luego pronunció Zar. Y dijo que Cortázar era una rayuela y colocó un dedo sobre el primer cartón y luego brincó al otro y luego dijo que el segundo cartón era un comodín y gritó la palabra azar; entonces yo brinqué en sentido contrario, como si fuese un cangrejo o como si fuese un palíndromo juguetón y dije Raza. Y Mariana rio. Soy feliz cuando ella ríe, cuando ella encuentra una cuerda para brincar sobre montañas de azúcar.
El juego de la palabra es infinita. Este juego se juega sobre un tablero que se llama libro. Por ello, algunos millones de personas en el mundo dan gracias a Dios que alguien catafixie un árbol por un libro. Los libros también dan oxígeno y, además, provocan sueños. Los sueños más azarosos, donde, ya lo advirtió José Vasconcelos: por la raza ¡habla el espíritu!