domingo, 5 de abril de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA A LA MITAD




Un lago ¡a la mitad! La mitad de una mojonera y la mitad de un hombre con cerveza Cabro en la mano derecha.
Una fotografía no es más que una fracción del mundo, no es más que un instante fragmentado.
Habrá que decir que el hombre sentado, con la cerveza en mano, nació en Comitán, una ciudad que, también, está partida a la mitad. En una mitad viven los que ahí nacieron y en la otra los que ahí llegaron. ¿Cómo llegan los que llegan? Con la misma facilidad con que el hombre que está sentado en la mojonera puso su nalga izquierda en territorio de Guatemala. Porque, para quienes nacieron en Comitán, y viajan constantemente a Guatemala no es noticia ni causa asombro que la línea divisoria está apenas señalada por mojones. Quien sabe nadar puede, tranquilamente, pasar de un lado a otro de esa línea donde están colocadas las boyas: una brazada puede estar en Guatemala y la otra en México. No hay tiburón ni charal que impida que una persona nade en el agua de ambos territorios. Tal vez la máxima lección sea esa: el agua de esa laguna no distingue territorios, fluye libre por ambas orillas, va de un lado a otro, como si fuese aire, porque el aire tampoco sabe de fronteras. Así pues, el hombre de esta fotografía se sintió agua, se creyó aire y puso una nalga en territorio chapín y dejó que la otra, la nalga derecha, continuase en territorio mexicano, para no perder la identidad. Hizo más, cerró los ojos, con la cerveza guatemalteca en su mano y cantó, en voz baja, el Cielito Lindo, como para sentirse parte de ese conglomerado que en el estadio de cualquier mundo toma cerveza y canta “qué lejos estoy del suelo donde he nacido”, aunque, como en este caso, sea una mera ficción, porque el pie derecho sí está en suelo mexicano. El lugar (todos los comitecos lo saben) se llama Gracias a Dios, y este pueblo es como una mojonera que delimita los territorios mexicanos y chapines. En el pueblo es más difícil saber en qué momento se está en el otro territorio. Llega un instante en que nadie sabe bien a bien por dónde camina. No hay nadie que impida (como sí sucede en la frontera Norte) un paso más allá de la frontera. No hay restricción alguna. Todos los viajeros son como agua, como aire, como pájaros, como gusanos. Es triste reconocer que sólo el hombre y la mujer tienen vedados sus pasos por territorios “ajenos”. ¿Quién determina por dónde debe caminar el hombre?
Resulta difícil pensar que las naciones también tienen restricciones ¡de vuelo! ¿Cómo alguien tiende una línea en el cielo para delimitar espacios? El hombre de esta fotografía, ese mediodía no tuvo intenciones de vuelo, dejó sus alas prendidas en la pared de su cuarto. Lo hizo así porque tenía intenciones de volver a casa por la tarde (y así lo hizo), pero llamó su atención la facilidad de llegar a una nación extranjera y pasar y caminar como Pedro por su casa. En menos de una hora (en automóvil, sin necesidad de vuelo) llegó a Gracias a Dios. Se sentó en esa mojonera que señala la división entre Guatemala y México, miró el cielo y vio cómo las nubes, igual que él, volaban de un lado a otro sin problema alguno. Las nubes eran libres, libres también era el viento, el agua y las hojas de los árboles. La libertad era uno más de los prodigios de ese mediodía. Por esto, el hombre cerró los ojos y en voz baja cantó: “…cantando se alegran, cielito lindo, los corazones…”. Y supo que todo era un canto, porque la voz, la palabra, también, igual que el colibrí, vuela libre por todos los cielos. Sólo el paso del hombre puede ser detenido, colocado en pausa. El pensamiento no conoce de mojoneras ni de cables tendidos por encima de una laguna. La palabra es como una nube que va de un lado para otro y llueve donde quiera, donde se arracima el bosque, donde la semilla apenas muestra, como gusano, su cabeza por encima de la tierra.
El hombre subió a su auto y viajó no más de una hora, lo hizo con la intención de llegar a Gracias a Dios y poner una nalga en territorio guatemalteco, lo hizo para sentarse en ese trono blanco que es como una silla majestuosa que posee el don de dividir el mundo en dos, a cualquier hora, en cualquier instante. Lo hizo para cerrar los ojos e imaginar que, a veces, dividir el mundo en dos no es más que un mero juego por donde los hombres y mujeres transitan libremente y juegan a brincar de uno a otro lado: “ahora estoy en mi país, ahora en otro; ahora regreso, ahora me voy”. Porque todo está a la mitad, a la mitad la ventana, a la mitad el corazón.