miércoles, 1 de abril de 2015

DÍA DEL OLVIDO




Pasamos de noche. No registramos los actos más importantes de nuestra vida. No podemos celebrarlos como deberíamos. ¡Ah, si fuéramos como mi tía Alicia! El otro día fui a su casa, llena de esas flores que acá llaman cartuchos, casa llena de orquídeas. Los cartuchos florecen en el sitio, para que se alimenten, la tía mandó a construir pequeños canales donde fluye el agua en forma constante; las orquídeas las sembró sobre un muro de agua; de igual manera, el agua fluye permanentemente, en forma de goteo que cae de un tubo instalado en la parte superior. Esa mañana la hallé pepenando piedras, pequeñas, apenas guijarros. Cuando le pregunté por qué hacía eso, ella me dijo que había llegado en buen momento porque celebraría el Día de la Piedra. ¿A poco existe ese día?, pregunté y me llevé las manos a la cara para mostrar mi cara de exceso. ¡Lo que inventa el mundo!, agregué. Pero mi tía explicó que no sabe si tal día existe, pero ella lo celebra, porque, como letrero clásico de lista de efemérides, dijo que un mismo día del mes de marzo, pero del año 1938 levantó la primera piedra. ¡Por el amor de Dios!, dije y pregunté ¿cuántos años tenía en ese momento? La tía levantó una piedrita más y la metió en la canasta de mimbre que cargaba. Dijo: “Ay, hijo, yo nací en 1930, así que ya andaba yo en los ocho”. Y me sorprendí por esa memoria y abrí mis ojos como búho encantado al saber que alguien, en el mundo, celebraba el día que tuvo una piedra entre sus manos. Y entonces, mientras la veía levantar piedras como si cortara flores, pensé en que no llevamos un registro de los actos más importantes que suceden en nuestra vida. Porque, perdón, que nadie diga que sólo deberíamos recordar los días en que conocimos a nuestra pareja o el día en que nacimos. También (la tía nos lo demuestra) deberíamos recordar el día que por primera vez vimos el vuelo de una mariposa o la primera tarde en que nos paramos a mitad del patio y sentimos caer la lluvia. Porque, así lo entendí ese día, los actos más plenos son los que nos obsequia la naturaleza. Mi mamá cuenta que la primera vez que estuve frente al mar (no recuerdo dónde fue) quedé mudo, luego pronuncié un ¡oh! de asombro y caminé hacia el mar, como si caminara sobre un puente endeble. Me detuve cerca de donde el oleaje besaba la arena y volví a quedar petrificado. Tal vez sabía que difícilmente estaría frente a otro portento como ese. Pero, el acto de la tía me demostró que lo prodigioso no está en lo basto. Tal vez la esencia de la vida consiste no en deslumbrarnos ante esos efectos especiales que Dios tiene para apantallarnos (erupciones de volcán, tsunamis, atardeceres y culebras de viento), sino en hincarnos ante lo minúsculo, lo más sencillo. ¿Cuándo fue la primera vez que descubrí una gota de agua colgando de una telaraña? Por mi memoria pichancha no puedo celebrar alguno de estos actos, como sí celebra mi tía el Día de la Piedra. De hecho no logro recordar con exactitud el instante en que me hice amigo de mis amigos ni la hora ni el día del mes en que caminé por primera vez el camino hacia Tenam, zona arqueológica cercana a Comitán. Apenas recuerdo cómo, en compañía de Fito, de Campero y de mis hijos subíamos para tepalcatear (mucho antes de que el INAH se adueñara del espacio) y nos sentábamos en el piso húmedo, cansados, pero satisfechos, y desayunábamos “paquitos de frijol” y huevos duros en salsa verde que preparaba doña Angelina, la mamá de Fito. Sería bonito recordar la fecha del prodigio y, cada año, celebrar el Día de Tenam. Sería bonito recordar la hora y el día de una mañana en que descubrí, emocionado, cómo, desde la estructura más alta de Tenam, se escucha cómo ladran los perros y cómo la señora que lava ropa regaña a su hijo y le exige que deje de jugar tierra, desde la comunidad que queda a los pies de la montaña; esa comunidad que se llama Francisco Sarabia, nombre del legendario piloto que voló mil cielos. Oí con tal fidelidad como si yo estuviese al lado de ella y la viera, sudorosa, limpiarse la frente con su brazo para continuar doblada contra el lavadero de cemento. Sería bonito celebrar el “Día en que las palabras de una mujer de Francisco Sarabia subieron como culebras por la loma y llegaron hasta mis oídos”. Pero, ya lo dije, los hombres y mujeres estamos entretenidos en otros arguendes y tendemos a no fijarnos en lo esencial.