viernes, 24 de abril de 2015
VALENCIA
Puede ser el nombre de una ciudad española. Puede ser un apellido. Ayer me enteré que Sixto Valencia falleció.
Atrevimiento de Agustín Lara, quien (dicen) jamás fue a España, pero se atrevió a componer canciones dedicadas a aquel país. En un verso de su canción Valencia escribió: “Yo no sé qué tiene de tibia y de clara la luz de tu sol”. Quién sabe si el sol de Valencia es así o, ahora con esto del calentamiento que agobia incluso el clima de Comitán, su luz no sea tan tibia y más bien brumosa.
Murió don Sixto. ¿Y? ¡Nada! La gente de España y de México se muere, abandonan los países de luz clara y tibia.
Para quien no es de los años sesenta, para quien no leyó revistas de “monitos”, no está de más la explicación. Don Sixto fue el dibujante de “Memín Pinguín” (de pingo, dicen). El Memín fue una de las revistas que la gente de este país más leyó. Cada semana se vendían millones de ejemplares, ¡millones! Memín tenía su ma’ linda, que era una negra chambeadora amante de su hijo. Los actuales defensores de los niños quemarían en leña negra a Yolanda Vargas Dulché, la escritora del guión, porque la ma’ linda, cuando Memín hacía una travesura (no había día de Dios que no las hiciera) castigaba a su amado hijo pegándole con una tabla con clavo. Dios mío, ahora que lo escribo veo cómo la mamá pone a su hijo sobre sus muslos, robustos como columnas dóricas, le baja el pantalón y deja expuesto el culito negro de su negro hijo, levanta el brazo cuya mano sostiene una tabla con un clavo como de dos pulgadas. Nunca se vio cómo la doña le sorrajaba al hijo, pero sólo de pensar en ese castigo que era como de la Santa Inquisición, los niños de esos tiempos procurábamos portarnos bien, para evitar que alguna mamá tomara ideas.
Dicen los que saben que el acto de dormir es el más parecido al acto de muerte. ¿De veras? ¿No será que el acto de dormir permite el sueño y éste permite la vida? Cuando dormimos no estamos muertos, estamos realizando una actividad neuronal impresionante y, además, estamos en el proceso de recuperar energías, como si fuésemos plantas que pepenan todos los nutrientes de la tierra. Nuestro sueño es nuestra tierra. De igual manera, nuestra niñez se nutrió de los dibujos de don Sixto. La historia de la revista era simple, cándida, pero llena de valores. Cuatro amigos formaban una palomilla que era la réplica exacta del grito de los tres mosqueteros: “Uno para todos y todos para uno”. Ernestillo, era un niño muy pobre que no tenía mamá, su papá era un carpintero que vivía al día; Carlos (Carlangas) no tenía papá, su mamá (en algunos capítulos) se dedica a ir a centros nocturnos para alcanzar dinero; Memín no tiene papá, su ma’ linda es una mujer que lava ropa ajena para sobrevivir; y el cuarto integrante de la palomilla, Ricardo, es un niño ídem, cuyos papás tienen harta paga y viven en una residencia con alberca. Ricardo es el único niño cuya familia es, lo que le llaman, una familia funcional. No obstante estas condiciones de vida, los niños son felices y siempre son solidarios. En los primeros números, Ricardo invita a sus amigos a la casa, se bañan, Memín hace piruetas y buzitos en la tina. Cuando la mamá lo ve desnudo sale corriendo como alma desorientada porque lo confunde con un chango. El trazo de don Sixto es exagerado, el niño negro posee unos enormes ojos, unas orejas gigantes como lámparas fundidas y unos labios que abarcan gran parte de su rostro. La carita de Memín es ojos y boca, su nariz apenas es como bolitas de carnero.
Los niños de Francia tuvieron a Astérix; los de Argentina, a la gran Mafalda; nosotros tuvimos a Memín. Para quienes fuimos lectores de revistas de monitos nos fue muy fácil dar el siguiente paso: el libro. Muchos lectores de mi generación crecieron con Memín. Nadie se traumó con las imágenes de la tabla con clavo, al contrario, nos emocionamos con el cariño de esa madre, que se jodía en el lavadero todas las mañanas, para dar algo material a su hijo, que era como un changuito. En Comitán le pusimos Memín, de apodo, a un compañero de clases que era moreno. Él jamás se enojó, al contrario, se enorgullecía cuando, a la hora del partido de básquetbol, alguien decía que Memín era el mejor.
Don Sixto se murió. ¿Y? No es novedad. Pero ahora que sabemos que él murió nos dimos cuenta que no era cierto lo que la revista nos contó. Ricardo tuvo a su mamá y a su papá; Ernestillo sólo tuvo a su papá; Carlangas sólo a su mamá; pero Memín no sólo tuvo a su ma’ linda. Ahora, ¡a qué hora, Dios mío!, venimos a enterarnos que también tuvo papá. Ayer nos enteramos que murió don Sixto, su papá. Los niños de los sesenta estamos tristes, porque se fue otro hombre que hizo que nuestros sueños tuvieran una luz tibia y clara.