miércoles, 8 de abril de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE TODO ESTÁ EN SU LUGAR




Hace muchos años hubo una campaña que decía: “Ponga la basura en su lugar”. La campaña fue exitosa porque su ambigüedad permitió jugar con el lema. Algunos tomaban un bote de basura, lo colocaban al lado de algún amigo o algún político, tomaban la foto y ya se sabía el resultado. Y es que la gente juega con la basura. Tal vez esto provoca cierta confusión en los latinos. Los europeos no juegan con la basura, ellos tienen muy claro el concepto. La basura siempre debe estar en su lugar, y el lugar de la basura es el basurero.
Hace muchos años, en Comitán, no existía un lugar especial para concentrar la basura del pueblo. Las personas sacaban su bolsa de yute (una bolsa especial para la basura) o baldes y llevaban la basura a un lugar que llamaban “La labor”, por el barrio de San Sebastián. Ahí, muy cercano a las casas, las ratas y perros se solazaban con los residuos orgánicos. Bueno, habrá que aclarar que no era necesario separar la basura en orgánica e inorgánica. Tal como se ve en la fotografía esta división es muy reciente. Acá se advierte cómo la civilización ya llegó a este territorio y existe un depósito para la basura orgánica y otro para la inorgánica. Los críticos, que nunca faltan, dicen que el material empleado para los contenedores no fue el adecuado, porque el fierro ya está todo oxidado. “¿Cómo -preguntó enardecido el Doctor en Ciencias Osvaldo de La Integral y Derivada (apellidos muy a tono con su profesión)- no advirtieron que el agua oxidaría el material?”. Salvo este detalle y el hecho de que la gente debe colocarse una escafandra y un traje de buzo para colocar la basura en su lugar, este par de contenedores nos da una idea de cómo nuestra sociedad es muy civilizada.
Los ambientalistas más tolerantes encuentran de muy buen gusto este par de contenedores a mitad del lago; dicen que los desechos orgánicos sirven de alimento para los peces que ahí nadan tranquilamente; asimismo, aducen que tal práctica ha generado un nuevo oficio: los pepenadores náuticos. Quienes viven por los alrededores ven que todas las tardes un grupo de pepenadores se colocan impermeables y un par de aletas; nadan hasta donde están los contenedores y buscan (en el basurero de productos inorgánicos) los cartones y botellas de plástico que luego emplean para reciclar. Don Ovidio San Martín (apellido muy acorde con su oficio) un buen día decidió que debía buscarse un modo honesto de vivir e inventó una historia donde un día, Jesús, el buen pastor, había caminado por esa laguna. Cuando la multitud, en la orilla, le reclamó alimento, Jesús (de acuerdo con la versión de Ovidio) sacó un pan todo mojado del contenedor de orgánicos y lo repartió. La gente no dio crédito cuando dicho pan alcanzó para todos. La versión original cuenta que la multitud se hincó de inmediato y agradeció a Jesús el milagro, no tanto porque haya alcanzado para todos sino porque, como estaba mojado, los ancianos no tuvieron dificultad alguna en masticarlo. Desde entonces, don Ovidio, muy temprano, lleva un bolillo al contenedor y dos minutos después toca una campana para que los fieles salgan de sus casas de campaña, entren a la laguna (con la ropa que llevan puesta), lleguen hasta donde Ovidio toma migajas del pan mojado y lo reparte entre la multitud, diciendo “Este es el pan de la vida”. Por supuesto, las limosnas deben ser en moneda corriente y los fieles deben depositarlo en el contenedor de productos inorgánicos. Al término de la ceremonia, Ovidio levanta los brazos y envía a la multitud a la orilla, les pide que se recuesten sobre los petates que previamente fueron colocados, ordena que cierren los ojos y que invoquen a la divinidad, mientras él, con un par de guantes levanta las monedas del día. Esto pareciera una parábola, porque en este país, hay algunos vivales que, como el Rey de la Basura, de la Ciudad de México, se convierten en millonarios, gracias a la basura.