lunes, 20 de abril de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE APARECE EL MAR




Ramiro nació en Comitán y vivió acá muchos años hasta que fue a la ciudad de México a estudiar. Luego ya no volvió. Ahora lo hace sólo por vacaciones. Vive en Huatulco. Él me dice que es feliz, que va al mar, se mete y juega con los peces. Mete sus manos como si fuesen palas y atrapa a un cardumen que, sin inquietarse, sigue nadando como si nada. (Ah, qué bonito juego de palabras resultó: nadando como si nada).
Lucy, al contrario, nació en la ciudad de México y una tarde llegó a Comitán, en compañía de sus papás y hermanos. Acá vive. No sé cuántos años lleva viviendo en esta ciudad. Acá se casó y tuvo dos hijos, una niña y un niño. La niña, una mañana del año pasado, viajó a Estados Unidos de Norteamérica y, hasta el día de hoy, vive allá.
Cuando entro a la oficina de Lucy veo su escritorio que es como una pared con una cubierta de vidrio. Y digo que es como una pared, porque en la oficina de Armando Pinto, el Director de la revista Crítica, una pared está tapizada de fotografías de autores literarios famosos.
Crítica es la revista cultural de la Benemérita Universidad de Puebla. Es una de las revistas más importantes de Iberoamérica. Cuando yo entraba a la oficina de Armando me gustaba ver los retratos (la mayoría en blanco y negro) de famosos escritores. Era como entrar a un café intemporal donde ellos, de ciudades diferentes y tiempos disímbolos, echaban la plática tomando un café o una copa. Al estilo del maestro de la película “La sociedad de los poetas muertos” que invitaba a sus alumnos a acercarse a las fotografías de generaciones pasadas para escuchar las voces de los maestros y alumnos, a mí me gustaba acercarme a la pared de la oficina de Armando para oír cómo platicaban esos autores.
En ocasiones, algún autor literario se da la licencia de enfrentar y confrontar a dos autores que vivieron en épocas diferentes. Tal vez tal juego literario inicia con la pregunta: “¿Qué habría platicado fulano con zutana?” (dije zutana ¡no sotana!). Es fácil imaginar una mesa del fondo, en una cantina, donde el mesero, sin saber el instante prodigioso que ahí se produce, mientras limpia la mesa con una servilleta roja, pregunta qué desean tomar. No sabe que la mujer, quien pide un café, es Rosario Castellanos, ni puede imaginar que el hombre que mueve los dedos sobre el tablero de la mesa y pide una copa de vino, es Miguel de Cervantes, nada más y nada menos que el famosísimo autor de El Quijote.
A veces, Ramiro me cuenta que tiene una foto de Comitán sobre su escritorio, allá en su tienda de Huatulco y, pienso, acerca tantito su oído para oír el rebumbio de su pueblo.
No sé si Armando, en su oficina de Puebla, hace lo mismo, pero, imagino, él colocó esas fotos ahí para propiciar el diálogo inteligente entre gente inteligente.
Imagino, entonces, que Lucy hace lo mismo con las fotografías que, igual que peces en el mar de Huatulco, nadan sin descanso debajo del cristal de su escritorio. Todas las fotografías son de su niña, de su pichita, de su Fanny. Estos tiempos permiten (Lucy lo cuenta) que su hija le envíe mensajes por estos chunches tecnológicos, pero a ella eso no le basta. Debe tener a la mano, en la orilla de su corazón, ese oleaje que es su hija. Mientras Lucy trabaja, le basta ver hacia su derecha para hallar a su hija, en medio de un cuerpo de coral, en medio de un cardumen de peces ángel. Ah, es tan bonito el pez ángel, con sus colores de círculo psicodélico, con su capacidad de hacernos dudar que el territorio de los ángeles es el cielo. Un pez ángel es primo hermano de un ángel pez o de un ángel pescado. Tal ver por esto, Ramiro siempre está feliz cuando mete las manos en el mar de Huatulco y los peces juegan a la ronda en las palmas de sus manos.
Fanny no sabe que su mamá tiene el mar en su oficina, no sabe que ella forma un cardumen de peces ángel, de peces vela. No sabe que su mamá vela su vuelo de ángel y la invoca a cada instante. Por esto, Lucy colocó, a la manera de Armando, muchas fotos de su hija en la pared de su corazón. Y esto me sorprende. Me sorprende porque jamás había visto un escritorio con tales características. He visto muchos escritorios que tienen un portarretrato en la superficie, un portarretrato donde está la fotografía familiar. Nunca había visto un escritorio que conserva el orden de los memorándums y de los oficios, pero que es como una pared colgada en el cielo. Acá, el mar sólo tiene una orilla, sin flecos. ¿Y el otro hijo de Lucy? El otro hijo está cerca, a la vuelta de la esquina. Cuando la mamá quiero abrazarlo le basta entrar a su cuarto y recostarse junto a él, quien, cansado, duerme y sueña otras playas. La pichita de Lucy no está a la vuelta de la esquina, la Quinta Avenida no está cerca del par vial. Por eso, Lucy mete las manos en el mar de su oficina y como si hallara estrellas de mar encuentra la sonrisa de su hija, de su amada hija, quien dice que yo soy su abuelo. ¿Su abuelo? Ah, qué privilegio. Jamás un viejo tuvo como nieta a la niña más bella de esta región y de puntos intermedios. Un día de éstos Fanny volverá y su mamá tendrá la dicha completa. Podrá entrar a su recámara, se recostará a su lado y la abrazará. Mientras tanto, mientras ella, cenzontle maravilloso, vuela por otros cielos, Lucy mete su mano en el mar de su oficina y sonríe.