jueves, 1 de diciembre de 2016

¿EN DÓNDE QUISIERAS ESTAR?





Fue coincidente. Fui a dejarle un libro a Raymundo. No estaba. Su hermana Rocío veía una película argentina. En el instante que entré a la sala, el personaje preguntaba a los que estaban sentados en la mesa: “¿Qué quisieran ser?”. Eran diez personas, más o menos, la abuela no hizo caso a la pregunta, siguió comiendo el espagueti.
En la mañana le había hecho la misma pregunta a Gina. Había hecho la pregunta sin mayor trámite, como cuando alguien tira un anzuelo para ver si hay respuesta, sólo como un tema de conversación. Y ella, casi sin dudar, me dijo que le gustaría trabajar en un santuario para animales. Yo, sólo para cerrar el círculo, dije que ahora hay una tendencia que exige la apertura de más santuarios y el cierre de zoológicos (lugares de espacios estrechísimos donde los animales son sometidos a estrés permanente).
Y yo también pensé en la pregunta. Me gustaría un santuario para mí. La sociedad, en muchas ocasiones, parece un zoológico. Yo no soy un animal maltratado, pero, a veces, me siento como un animal acosado. En ocasiones, este moverme en sociedad me disgusta.
Ahora pregunto a mis lectores: ¿No sienten a veces que son observados y acosados, como si estuviesen en una jaula? A veces, hay personas que, por vocación, son jodonas. A veces, estas personas se paran y somatan los barrotes, sólo por joder. Se paran frente a las otras personas y les tiran cacahuates, como si los otros fueran changos. A veces, igual que Gina, me gustaría estar en un santuario, pero no para ayudar a animales maltratados, sino para hallar el refugio ideal para leer, escribir, pintar y caminar por el bosque para entender a los animales.
Uno de los cuentos más recientes que escribí fue el de un león que quería volar. Las cajitas que pinto tienen muchos animales en relación con personas (con mujeres, sobre todo). Ahora entiendo que es un poco como el ideal de Gina: la convivencia con animales en un santuario, donde los animales, de igual manera que las personas, vivan en armonía.
No sé bien cómo es el comportamiento de los animales, pero veo cómo un pájaro vuela, consigue alimento para su cría y regresa, sin mayor complicación; es decir, sin joder al otro pájaro que está en busca de lo mismo, pero en otro territorio. Hay, así lo advierto, un respeto por el espacio del otro. En la sociedad no sucede así, en muchas ocasiones. Hay personas que no respetan los territorios.
Según la Biblia, hubo un tiempo en que este zoológico fue un paraíso, un santuario, donde las especies y todo lo que existía era respetado, incluso las piedras. Y digo las piedras, porque ahora vemos edificios que son patrimonio de la humanidad que son sujetos de vandalismo. ¡Patrimonio de la humanidad!; es decir, la herencia de todos.
Acá en Comitán, muchas voces ciudadanas lo han manifestado, el río grande ya es una sucursal del albañal. ¿Qué esperanza puede florecer si el agua, el recurso más importante de la humanidad, es tratada con tal saña y estupidez?
El paraíso sería el ideal. Se sabe que no es posible retornar al origen, pero, sería deseable que la Tierra no fuera la cloaca que ahora es.
A Gina le gustara vivir en un santuario. Gina es amorosa con los animales, es respetuosa con el entorno. Ella, a diferencia mía, le encanta la convivencia con los humanos y se da con medio mundo, de manera generosa, pero sueña, así me lo dijo, con estar en un santuario donde pueda alzar el brazo y permitir que un ave se pose sobre él.
¿No sienten, a veces, que este zoológico se ha vuelto muy estresante? ¿No creen que deberíamos volver a los tiempos en que se respetaba a los ríos, a la tierra, a las aves? Ahora, parece, hay ya muchos cazadores, muchos depredadores, muchos jodedores.

Un santuario, donde pudiera caminar por en medio de los árboles, sentarme a la orilla de un río limpio y abrir un libro y leer y escuchar, como fondo, un coro de aves que interpretara esa canción que ilumina el corazón cuando el aire es puro, como puro el deseo de la mujer buena.
Rocío me dijo que me sentara a ver la película, pero yo tenía prisa. Dijo que le entregaría el libro a su hermano. Le pregunté qué quisiera ser. Se hizo para atrás en el sillón y, subiendo las piernas, me dijo: “Me gustaría ser un oso, para dormir todo el invierno”.