lunes, 4 de junio de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN NIÑOS




Querida Mariana: López Obrador apareció en un comercial de televisión donde, palabras más, palabras menos, se refería al avión presidencial y al criticar el gasto excesivo decía: “Este avión no lo tiene ni Obama”. El otro día, en la casa de Mario oí que un niño, mientras jugaban carritos y avioncitos, le decía a otro: “Este avión no lo tiene ni Obama” y se lo pasaba frente a las narices.
Chely me contó que, el otro día, Amanda regañó a su hija Eugenia (niña de escasos seis años) por no hacer la tarea, y ante la amenaza de que le diría al papá en cuanto llegara, la niña dijo: “Ni me asusto, ni me rajo”, que es el promocional político de Roberto Albores Gleason. Cuando Chely lo contó todos los que ahí estábamos reímos, festejamos lo que nos pareció una buena puntada.
Siempre se ha dicho que los niños son esponjas que todo lo absorben. Los dos ejemplos anteriores demuestran que esto es cierto.
No es todo. Armando me contó que escuchó que uno de sus hijos le comentaba a su hermanito que si no lo ayudaba a limpiar el cuarto le “aplicaría” la del Bronco (ya sabemos que se refiere a lo que dijo en un debate el candidato presidencial: Mocharle las manos a los corruptos).
Todo parece un juego, pero quién sabe hasta qué grado están absorbiendo los niños los mensajes que ahora se envían en las campañas políticas.
Todo mundo está expuesto al bombardeo mediático.
Antes, los papás no permitían que los hijos estuvieran presentes “en pláticas de grandes”. Cuando había visitas, los papás exigían que los niños salieran a jugar al patio. Los niños de entonces no jugaban a mocharles las manos a los corruptos. Hoy, las pláticas de “los grandes” son cosas mínimas ante lo que los niños reciben en las “pláticas” de la televisión y del Internet.
La mente del niño, como nunca antes, está expuesta a mensajes llenos de violencia. Todo lo absorben.
Ayer domingo fui al cine. Con mi Paty entramos a ver “Deadpool”. Nos encanta ir al cine. Por desgracia, la cartelera de estos tiempos es de escaso margen de creación inteligente. A final de cuentas trato de divertirme. En mis tiempos de niño, cuando iba al Cine Comitán y Cine Montebello veía lo que se les pegaba la gana exhibir. La diferencia es que antes las películas no eran tan bobas, eran bobas, pero no lo eran tanto.
Ayer domingo, a la hora de comprar los boletos, en la taquilla observé un letrero que advertía que la cinta era para mayores de quince años, porque contenía escenas violentas y un lenguaje altisonante.
Sí, la advertencia era real. Cuando comenzó la cinta, en la primera escena vimos a un tipo morir a manos de otro, porque le cortó la cabeza. ¿El lenguaje? Hacé de cuenta que estabas oyendo a Molinari en una charla de confianza, en una charla cotidiana. ¡Ay, señor! Yo que soy malcriado pensé que era un exceso tanta grosería, tanta malcriadeza resultaba gratuita, pero los productores consideraron que con ello atraerían a más público. Los publicistas saben bien su oficio.
Lo que me sorprendió fue ver que muchos espectadores eran niños. Sí, iban acompañados por sus papás. Se sabe que la empresa aplica el principio de advertir la clasificación, pero respetar el criterio de los padres que se responsabilizan por lo que sus hijos ven.
Todos los niños del mundo capitalista están expuestos a los mensajes de la televisión; todos conocen al dedillo a los personajes de Marvel, por eso, cuando hay estrenos cinematográficos con los súper héroes, medio mundo infantil exige a los papás que los lleven al cine.
Posdata: Estoy seguro que cuando los papás oyeron el primer “¡Hijo de puta!” se arrepintieron de haber comprado los boletos y no hacer caso a la advertencia de Cinépolis, pero cuando vieron que los hijos se divertían, porque todo era como en la calle o como en el patio de la escuela, dijeron: “Ni me asusto, ni me rajo” y dejaron que todo fluyera.